¿Quién fue Jehú en la Biblia?

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Jehu, una figura prominente en el Antiguo Testamento, es un personaje cuya historia es tanto dramática como fundamental en la historia de Israel. Su narrativa se encuentra principalmente en los libros de 1 y 2 Reyes, donde se le describe como un reformador celoso y un instrumento divinamente designado de juicio contra la casa de Acab. Comprender el papel y las acciones de Jehu proporciona importantes conocimientos sobre las dinámicas proféticas y reales del antiguo Israel.

La historia de Jehu comienza en 2 Reyes 9, donde se le presenta como el hijo de Josafat y el nieto de Nimsi. En ese momento, Jehu era un comandante en el ejército de Israel bajo el rey Joram, el hijo de Acab. El trasfondo del ascenso de Jehu al poder es un período marcado por la idolatría generalizada, particularmente la adoración de Baal, que había sido introducida y propagada por Acab y su infame reina, Jezabel.

El profeta Eliseo, siguiendo las instrucciones de Elías (1 Reyes 19:16), unge a Jehu como rey de Israel. Esta unción no es meramente una maniobra política, sino un nombramiento divino. Eliseo envía a un joven profeta a Ramot de Galaad para ungir a Jehu, declarando: "Así dice el SEÑOR, el Dios de Israel: ‘Yo te unjo rey sobre el pueblo del SEÑOR, Israel. Debes destruir la casa de tu amo Acab, y vengaré la sangre de mis siervos los profetas y la sangre de todos los siervos del SEÑOR derramada por Jezabel’" (2 Reyes 9:6-7, NVI). Este mandato profético establece el escenario para la misión de juicio y reforma de Jehu.

El ascenso de Jehu al trono es rápido y violento. Tras su unción, inmediatamente se dispone a cumplir su comisión divina. Su primer acto es confrontar al rey Joram. Jehu cabalga hacia Jezreel, donde Joram se está recuperando de las heridas recibidas en batalla. Cuando Joram sale a encontrarse con Jehu, le pregunta: "¿Vienes en son de paz, Jehu?" La respuesta de Jehu es reveladora: "¿Cómo puede haber paz mientras toda la idolatría y la hechicería de tu madre Jezabel abundan?" (2 Reyes 9:22, NVI). Al darse cuenta de las intenciones de Jehu, Joram intenta huir, pero Jehu le dispara con una flecha, matándolo instantáneamente.

La purga de Jehu no se detiene con Joram. También mata a Ocozías, el rey de Judá, que casualmente estaba visitando a Joram. Este acto significa que la misión de Jehu se extiende más allá de Israel, afectando también a Judá. Luego, Jehu dirige su atención a Jezabel. En una escena dramática, Jezabel, adornada con atuendo real, confronta a Jehu desde una ventana. Imperturbable, Jehu ordena a sus eunucos que la arrojen. Su cuerpo es pisoteado por caballos y los perros consumen su carne, cumpliendo la profecía de Elías (2 Reyes 9:30-37).

La campaña de Jehu continúa con la erradicación del linaje de Acab. Escribe cartas a los ancianos y guardianes de los setenta hijos de Acab en Samaria, desafiándolos a defender la casa de su amo. Temeroso de Jehu, decapitan a los hijos de Acab y envían sus cabezas a Jezreel. Jehu apila las cabezas en la puerta de la ciudad, declarando que ha llevado a cabo el juicio del SEÑOR contra la casa de Acab (2 Reyes 10:1-11).

El celo de Jehu por purgar a Israel de la adoración de Baal se demuestra aún más en su trato con los profetas, sacerdotes y adoradores de Baal. Astutamente convoca una asamblea solemne de todos los adoradores de Baal, pretendiendo ofrecer un gran sacrificio. Una vez reunidos en el templo de Baal, Jehu ordena a sus hombres que los maten a todos, y el templo es destruido (2 Reyes 10:18-28). Este acto erradica la adoración de Baal de Israel, alineándose con la comisión divina de Jehu.

A pesar del fervor de Jehu por ejecutar el juicio y la reforma, su reinado no está exento de fallas. La narrativa bíblica señala que Jehu no se apartó de los pecados de Jeroboam, el hijo de Nabat, que había llevado a Israel a la idolatría con los becerros de oro en Betel y Dan (2 Reyes 10:29). Esto indica que, aunque Jehu fue celoso en erradicar la adoración de Baal, no restauró completamente la adoración de Yahvé de acuerdo con la Ley Mosaica.

El reinado de Jehu duró veintiocho años, y su legado es complejo. Por un lado, se le recuerda por sus acciones decisivas contra la casa de Acab y la adoración de Baal, lo que le valió la aprobación divina. El SEÑOR dijo a Jehu: "Porque has hecho bien al cumplir lo que es correcto a mis ojos y has hecho a la casa de Acab todo lo que tenía en mente hacer, tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación" (2 Reyes 10:30, NVI). Esta promesa se cumplió ya que la dinastía de Jehu continuó a través de su hijo Joacaz, su nieto Joás y su bisnieto Jeroboam II.

Por otro lado, el fracaso de Jehu en abandonar completamente las prácticas idólatras de Jeroboam arroja una sombra sobre su legado. Su obediencia parcial sirve como una advertencia sobre la importancia de la devoción total a los mandamientos de Dios. La historia de Jehu subraya la complejidad de los líderes humanos que son utilizados por Dios para cumplir Sus propósitos, pero que también poseen sus propios defectos y limitaciones.

En la literatura cristiana, las acciones de Jehu a menudo se discuten en el contexto de la justicia divina y el celo por la gloria de Dios. Por ejemplo, el teólogo Juan Calvino en sus "Comentarios sobre el Libro del Profeta Jeremías y las Lamentaciones" reflexiona sobre el celo de Jehu, señalando que, aunque Jehu fue utilizado por Dios para ejecutar el juicio, sus acciones también fueron un recordatorio de la necesidad de una verdadera y completa adhesión a la voluntad de Dios.

Además, la historia de Jehu es un poderoso recordatorio de la soberanía de Dios en los asuntos de las naciones y los líderes. Ilustra cómo Dios levanta a individuos para cumplir Sus propósitos, a menudo de maneras inesperadas y dramáticas. La unción de Jehu por Eliseo, su rápido y violento ascenso al poder y su implacable persecución del juicio contra la casa de Acab destacan el tema de la intervención divina en la historia humana.

La narrativa de Jehu también invita a reflexionar sobre la naturaleza de la verdadera reforma y el arrepentimiento. Aunque Jehu fue celoso en eliminar la adoración de Baal, su fracaso en restaurar completamente la adoración de Yahvé según la Ley de Moisés sugiere que las acciones externas por sí solas son insuficientes. La verdadera reforma requiere una transformación del corazón y un alejamiento completo de todas las formas de idolatría.

En conclusión, Jehu se destaca como una figura compleja y convincente en la Biblia. Su historia es una de nombramiento divino, celo por el juicio de Dios y los desafíos de la obediencia incompleta. Al reflexionar sobre la vida y las acciones de Jehu, se nos recuerda la importancia de la devoción total a Dios y el profundo impacto de la soberanía divina en el desarrollo de la historia.

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