El encuentro entre Moisés y Dios es uno de los eventos más profundos y significativos de la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento. Este encuentro se detalla en el libro del Éxodo, específicamente en los capítulos 3 y 4. La historia del encuentro de Moisés con Dios no es solo un relato histórico, sino también una narrativa teológica que habla sobre la naturaleza de Dios, Su relación con Su pueblo y Sus planes de salvación y liberación.
El encuentro de Moisés con Dios comienza en Éxodo 3:1-2, donde encontramos a Moisés cuidando el rebaño de su suegro Jetro, el sacerdote de Madián. Moisés lleva el rebaño al otro lado del desierto y llega a Horeb, la montaña de Dios. Es aquí donde el ángel del Señor se le aparece en llamas de fuego desde dentro de una zarza. Moisés nota que la zarza está en llamas, pero no se consume. Esta visión capta su atención y decide investigar más.
Cuando Moisés se acerca a la zarza, Dios lo llama desde dentro de la zarza, "¡Moisés! ¡Moisés!" Y Moisés responde, "Aquí estoy." (Éxodo 3:4, NVI). Esta dirección directa significa la naturaleza personal del llamado de Dios y Su conocimiento íntimo de Moisés. Dios luego instruye a Moisés que se quite las sandalias, porque el lugar donde está parado es tierra santa. Este mandato subraya la santidad de Dios y la reverencia requerida en Su presencia.
Dios procede a presentarse a Moisés, diciendo, "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob." (Éxodo 3:6, NVI). Ante esto, Moisés esconde su rostro porque tiene miedo de mirar a Dios. Esta presentación es significativa ya que establece la continuidad de la relación de pacto de Dios con los patriarcas y ahora con Moisés. También tranquiliza a Moisés sobre la fidelidad de Dios y Su compromiso continuo con Su pueblo.
Dios luego revela Su conocimiento del sufrimiento de los israelitas en Egipto y Su plan para liberarlos de su opresión. Él dice, "En verdad he visto la miseria de mi pueblo en Egipto. He oído su clamor a causa de sus capataces, y estoy preocupado por su sufrimiento. Así que he bajado para rescatarlos de la mano de los egipcios y llevarlos a una tierra buena y espaciosa, una tierra que fluye leche y miel." (Éxodo 3:7-8, NVI). Esta declaración de la preocupación de Dios y Su intención de actuar es un poderoso recordatorio de Su compasión y Su compromiso con la justicia.
Dios luego comisiona a Moisés para ser el instrumento de Su liberación, diciendo, "Así que ahora, ve. Te envío al faraón para sacar a mi pueblo, los israelitas, de Egipto." (Éxodo 3:10, NVI). Esta comisión es tanto un honor como una tarea desalentadora para Moisés, quien expresa sus dudas e inseguridades. Él cuestiona su propia idoneidad, preguntando, "¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar a los israelitas de Egipto?" (Éxodo 3:11, NVI). La respuesta de Dios es tranquilizadora: "Yo estaré contigo. Y esta será la señal para ti de que soy yo quien te ha enviado: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, adorarás a Dios en esta montaña." (Éxodo 3:12, NVI). La promesa de Dios de Su presencia es un elemento crucial en la misión de Moisés, enfatizando que no es por el poder de Moisés sino por el poder de Dios que se logrará la liberación.
Moisés continúa expresando sus preocupaciones, preguntando qué debería decir si los israelitas cuestionan el nombre del Dios que lo envió. Dios responde con una de las revelaciones más profundas de Su identidad: "YO SOY EL QUE SOY. Esto es lo que debes decir a los israelitas: 'YO SOY me ha enviado a ustedes.'" (Éxodo 3:14, NVI). Este nombre, a menudo traducido como Yahvé, significa la naturaleza eterna y autoexistente de Dios. Es un nombre que transmite tanto misterio como majestad, enfatizando que Dios está más allá de la comprensión humana pero íntimamente involucrado en la historia humana.
Dios instruye además a Moisés que reúna a los ancianos de Israel y les transmita Su mensaje de liberación. Él asegura a Moisés que los ancianos lo escucharán y que el faraón eventualmente dejará ir a los israelitas después de que Dios muestre Su gran poder a través de señales milagrosas. A pesar de estas garantías, Moisés sigue siendo reacio, expresando su preocupación de que los israelitas no le crean ni lo escuchen. En respuesta, Dios proporciona a Moisés tres señales milagrosas para autenticar su mensaje: convertir su vara en una serpiente, hacer que su mano se vuelva leprosa y luego restaurarla, y convertir el agua del Nilo en sangre (Éxodo 4:1-9).
Incluso con estas señales, Moisés es reacio, citando su falta de elocuencia y habilidad para hablar. Él dice, "Perdona a tu siervo, Señor. Nunca he sido elocuente, ni en el pasado ni desde que has hablado a tu siervo. Soy torpe de palabra y lengua." (Éxodo 4:10, NVI). La respuesta de Dios es tanto una reprensión como una tranquilidad: "¿Quién dio boca al ser humano? ¿Quién lo hace sordo o mudo? ¿Quién le da la vista o lo hace ciego? ¿No soy yo, el Señor? Ahora ve; te ayudaré a hablar y te enseñaré lo que debes decir." (Éxodo 4:11-12, NVI). Este intercambio destaca la soberanía de Dios sobre las habilidades humanas y Su provisión para aquellos a quienes llama.
Finalmente, Moisés ruega a Dios que envíe a alguien más. La ira de Dios arde contra Moisés, pero Él acomoda la petición de Moisés al designar a su hermano Aarón como su portavoz. Dios dice, "¿Qué hay de tu hermano, Aarón el levita? Sé que él puede hablar bien. Ya está en camino para encontrarte, y se alegrará de verte. Tú hablarás con él y pondrás palabras en su boca; yo ayudaré a ambos a hablar y les enseñaré lo que deben hacer." (Éxodo 4:14-15, NVI). Este arreglo subraya la naturaleza comunitaria de la misión de Dios y la importancia de la asociación en el ministerio.
El encuentro de Moisés con Dios es una experiencia transformadora que prepara el escenario para el Éxodo, el evento definitorio de la historia de Israel. Revela aspectos clave del carácter de Dios: Su santidad, Su compasión, Su fidelidad y Su poder. También destaca el lado humano del llamado divino, con los miedos e insuficiencias de Moisés siendo respondidos por la paciencia y provisión de Dios. Este encuentro sirve como un poderoso recordatorio de que los planes de Dios a menudo involucran a personas ordinarias con luchas ordinarias, y que Su presencia y poder son suficientes para cumplir Sus propósitos.
En conclusión, el encuentro de Moisés con Dios es una narrativa rica y multifacética que habla tanto de la grandeza del plan redentor de Dios como de la naturaleza íntima y personal de Su llamado. Es una historia que continúa inspirando y desafiando a los creyentes a confiar en la presencia de Dios, responder a Su llamado y participar en Su misión de liberación y salvación.