Deuteronomio 31 se presenta como un capítulo significativo dentro del Pentateuco, encapsulando temas de transición de liderazgo, fidelidad divina y la importancia de la obediencia a la ley de Dios. A medida que Moisés se acerca al final de su vida, prepara a los israelitas para un futuro sin su liderazgo directo, asegurándose de que comprendan que la guía de Dios continuará a través de Josué y la Ley escrita. Este capítulo es un recordatorio conmovedor de la continuidad de las promesas de Dios y la necesidad de adherirse a Sus mandamientos.
El capítulo comienza con Moisés dirigiéndose al pueblo de Israel, recordándoles que tiene 120 años y ya no puede liderarlos (Deuteronomio 31:2). Esta declaración prepara el escenario para una transición significativa. Moisés reconoce que no cruzará el río Jordán hacia la Tierra Prometida. En su lugar, Josué los guiará, una decisión subrayada por el mandato de Dios. Esta transición de liderazgo no es meramente un cambio en la autoridad humana, sino una reafirmación de la guía divina. Moisés asegura a los israelitas que Dios mismo irá delante de ellos, destruirá a sus enemigos y garantizará su herencia de la tierra (Deuteronomio 31:3-6).
Las palabras de Moisés al pueblo están llenas de aliento y un llamado al valor. Les insta a ser fuertes y valientes, a no temer ni temer a sus enemigos, porque el Señor va con ellos; Él no los dejará ni los abandonará (Deuteronomio 31:6). Esta promesa de la presencia de Dios es una piedra angular del mensaje del capítulo. Enfatiza que, aunque los líderes humanos puedan cambiar, la presencia y fidelidad de Dios permanecen constantes.
Después de esto, Moisés comisiona públicamente a Josué en presencia de todo Israel. Repite la exhortación a ser fuerte y valiente, asegurando a Josué que él guiará al pueblo a la tierra que el Señor juró dar a sus antepasados (Deuteronomio 31:7-8). Esta comisión pública sirve para múltiples propósitos: legitima la autoridad de Josué, asegura al pueblo la guía divina continua y subraya la importancia del valor y la fe en el cumplimiento de las promesas de Dios.
Una parte significativa de Deuteronomio 31 está dedicada a la Ley escrita. Moisés instruye a los levitas a tomar el libro de la Ley y colocarlo junto al Arca del Pacto como testigo contra el pueblo (Deuteronomio 31:24-26). Este acto simboliza la centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la nación. La Ley sirve como un recordatorio constante del pacto entre Dios e Israel, una guía para una vida justa y un estándar contra el cual se medirán sus acciones.
Moisés también ordena que la Ley sea leída en voz alta a todo Israel cada siete años durante la Fiesta de los Tabernáculos (Deuteronomio 31:10-13). Esta lectura pública tiene como objetivo asegurar que cada generación escuche y aprenda a temer al Señor, a guardar Sus mandamientos y a enseñarlos a sus hijos. El énfasis en el compromiso regular y comunitario con la Ley destaca su importancia en el mantenimiento de la relación de pacto con Dios. No basta con poseer la Ley; debe ser activamente comprometida, internalizada y transmitida.
En un momento profundo, Dios habla a Moisés, prediciendo la futura rebelión de los israelitas (Deuteronomio 31:16-18). A pesar de haber presenciado las obras poderosas de Dios, el pueblo se volverá a otros dioses, rompiendo el pacto. La presciencia de Dios sobre su infidelidad no niega Su compromiso con ellos, sino que subraya la profundidad de Su gracia y la seriedad de sus obligaciones de pacto. La predicción de su futura apostasía sirve como un recordatorio sobrio de la propensión humana a desviarse y la necesidad de vigilancia en la fidelidad.
Para contrarrestar esta inevitable rebelión, Dios instruye a Moisés a escribir una canción y enseñársela a los israelitas (Deuteronomio 31:19-22). Esta canción servirá como testigo de Dios contra el pueblo, recordándoles sus obligaciones de pacto y las consecuencias de la desobediencia. Las canciones, siendo memorables y fácilmente transmitidas, sirven como un medio efectivo para asegurar que el mensaje perdure a través de las generaciones. La canción encapsula la historia de los tratos de Dios con Israel, Su fidelidad, su infidelidad y las consecuencias de ello.
Deuteronomio 31 concluye con Moisés entregando la Ley escrita a los levitas y ancianos de Israel e instruyéndoles que la coloquen junto al Arca del Pacto (Deuteronomio 31:24-26). Esta colocación significa la sacralidad de la Ley y su papel como testigo perpetuo. Las palabras finales de Moisés en el capítulo son un recordatorio contundente de la naturaleza rebelde del pueblo. Los llama un pueblo de dura cerviz, prediciendo que se apartarán de Dios después de su muerte (Deuteronomio 31:27-29). Esta evaluación franca sirve para subrayar la importancia de la Ley escrita y la canción como testigos duraderos para guiar y convencer al pueblo.
En esencia, Deuteronomio 31 es un capítulo rico en temas de transición, fidelidad divina y la importancia crítica de la adherencia a la Ley de Dios. Refuerza la idea de que, aunque los líderes humanos puedan ir y venir, la presencia de Dios y Su Palabra permanecen firmes. La comisión de Josué significa un nuevo capítulo para Israel, pero está arraigado en las mismas promesas y mandamientos divinos que los han guiado hasta ahora. El énfasis en la Ley escrita y su lectura pública regular destaca la necesidad de un compromiso constante con la Palabra de Dios para mantener la fidelidad.
Este capítulo también sirve como un recordatorio conmovedor de la fragilidad humana y la propensión a desviarse de los mandamientos de Dios. La presciencia de Dios sobre la futura rebelión de Israel no conduce al abandono, sino más bien a la provisión de herramientas (la Ley y la canción) para guiar, recordar y convencer al pueblo. Subraya la seriedad de la relación de pacto y la necesidad de una vigilancia continua en la fidelidad.
Por lo tanto, Deuteronomio 31 se presenta como un testimonio de la fidelidad duradera de Dios, la importancia del liderazgo valiente y piadoso, y la necesidad de un compromiso continuo con la Palabra de Dios. Es un llamado al pueblo de Dios a permanecer firmes, a recordar Sus promesas y a vivir en obediencia a Sus mandamientos, sabiendo que Él está siempre presente y es fiel.