En la gran narrativa del Antiguo Testamento, Moisés se erige como una de las figuras más fundamentales, liderando a los israelitas fuera de la esclavitud egipcia, recibiendo la Ley en el Monte Sinaí y guiando al pueblo a través del desierto hacia la Tierra Prometida. Su vida, marcada por momentos profundos de fe, liderazgo e intimidad con Dios, culmina en la conmovedora escena de su muerte, que se registra en el libro de Deuteronomio.
Según Deuteronomio 34:7, Moisés tenía 120 años cuando murió. El versículo dice: "Moisés tenía ciento veinte años cuando murió, pero sus ojos no se habían debilitado ni había perdido su vigor." Esta declaración no solo nos proporciona su edad, sino que también nos ofrece un vistazo a su notable vitalidad incluso en sus últimos momentos.
La edad de 120 años es significativa por varias razones. En primer lugar, refleja una vida plena y completa en el contexto de la cultura del antiguo Cercano Oriente. En la Biblia, el número 120 puede simbolizar un período de tiempo divinamente designado, sugiriendo que Moisés vivió la plenitud de su vida ordenada por Dios. Esto se enfatiza aún más por el hecho de que la condición física de Moisés se mantuvo robusta hasta su muerte, lo que indica que su vida fue sostenida por la gracia y el propósito divinos.
La vida de Moisés puede dividirse en tres períodos distintos de cuarenta años, cada uno representando una fase diferente de su viaje y misión. Los primeros cuarenta años los pasó en Egipto, donde fue criado en la casa del faraón y educado en toda la sabiduría de los egipcios (Hechos 7:22). Este período lo preparó intelectual y culturalmente para su futuro papel de liderazgo, aunque estuvo marcado por un conflicto interno respecto a su identidad y llamado.
Los segundos cuarenta años de la vida de Moisés los pasó en Madián, donde vivió como pastor después de huir de Egipto. Durante este tiempo, se casó con Séfora, la hija de Jetro, y tuvo dos hijos. Esta fase fue crucial para el desarrollo espiritual y personal de Moisés, ya que encontró a Dios en la zarza ardiente en el Monte Horeb (Éxodo 3). Este encuentro divino marcó el comienzo de su misión profética y su regreso a Egipto para liderar a los israelitas fuera de la esclavitud.
Los últimos cuarenta años de la vida de Moisés se dedicaron a guiar a los israelitas a través del desierto. Este período se caracterizó por inmensos desafíos, incluidas las frecuentes rebeliones del pueblo, la entrega de la Ley y el establecimiento de la relación de pacto entre Dios e Israel. A pesar de las dificultades, Moisés se mantuvo firme en su liderazgo, intercediendo por el pueblo y guiándolos hacia la Tierra Prometida.
La muerte de Moisés, como se registra en Deuteronomio 34, es un momento profundamente conmovedor y teológicamente rico. Dios mismo lleva a Moisés al Monte Nebo, a la cima de Pisga, frente a Jericó, y le muestra toda la tierra de Canaán, que había prometido a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Aunque a Moisés se le permite ver la Tierra Prometida, no se le permite entrar en ella. Este momento subraya los temas de promesa y cumplimiento, así como las consecuencias de las acciones humanas, ya que Moisés había desobedecido previamente el mandato de Dios en las aguas de Meribá (Números 20:12).
La manera de la muerte de Moisés es única y está envuelta en misterio. Deuteronomio 34:5-6 dice: "Y Moisés, siervo del SEÑOR, murió allí en Moab, como el SEÑOR había dicho. Lo enterró en Moab, en el valle frente a Bet Peor, pero hasta el día de hoy nadie sabe dónde está su tumba." El hecho de que Dios mismo enterrara a Moisés destaca la relación especial entre Moisés y Dios. El secreto que rodea su lugar de entierro evita que se convierta en un sitio de idolatría, asegurando que el enfoque permanezca en la obra continua de Dios con Israel.
El legado de Moisés es profundo y duradero. Es venerado como el mayor profeta en la historia de Israel, un mediador del pacto y un maestro preeminente de la Ley de Dios. Deuteronomio 34:10-12 le rinde homenaje, diciendo: "Desde entonces, no ha surgido en Israel un profeta como Moisés, a quien el SEÑOR conoció cara a cara, que hizo todas aquellas señales y maravillas que el SEÑOR le envió a hacer en Egipto, al faraón, a todos sus oficiales y a toda su tierra. Porque nadie ha mostrado el poderío ni ha realizado las obras asombrosas que Moisés hizo a la vista de todo Israel."
La vida y muerte de Moisés también tienen implicaciones significativas para la teología cristiana. Se le ve como un tipo de Cristo, prefigurando al mediador definitivo entre Dios y la humanidad. En el Nuevo Testamento, Moisés aparece junto a Elías durante la Transfiguración de Jesús, simbolizando la Ley y los Profetas dando testimonio de Cristo (Mateo 17:1-3). Jesús a menudo se compara con Moisés, pero como el que lo supera, trayendo un nuevo pacto establecido sobre mejores promesas (Hebreos 3:1-6).
En conclusión, la edad de Moisés en el momento de su muerte—120 años—encapsula una vida de propósito y cumplimiento divino. Su fe inquebrantable, liderazgo extraordinario y relación íntima con Dios sirven como un testimonio duradero de la fidelidad de Dios y el poder transformador de Su llamado. La historia de Moisés continúa inspirando y desafiando a los creyentes a vivir vidas de obediencia, fe y dedicación a la misión de Dios.