La historia del Gran Diluvio, tal como se relata en el Libro del Génesis, es una de las narrativas más profundas y sobrias de la Biblia. Es una historia que ha cautivado la imaginación e inspirado innumerables interpretaciones a lo largo de los milenios. Sin embargo, para entender por qué Dios decidió inundar la tierra, debemos adentrarnos en el contexto proporcionado por las Escrituras y comprender las implicaciones teológicas y morales de esta acción divina.
En Génesis 6, la Biblia describe el estado de la humanidad antes del diluvio. El texto pinta un cuadro de un mundo sumido en la corrupción y la violencia. Génesis 6:5 dice: "El SEÑOR vio cuán grande se había vuelto la maldad de la raza humana en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón humano era sólo maldad todo el tiempo." Este versículo es crucial ya que subraya la magnitud de la depravación humana en ese momento. No es que las personas pecaran ocasionalmente; más bien, sus corazones y mentes estaban continuamente inclinados hacia el mal.
La narrativa continúa en Génesis 6:11-12, que elabora más sobre la decadencia moral: "Ahora bien, la tierra estaba corrompida a los ojos de Dios y estaba llena de violencia. Dios vio cuán corrompida se había vuelto la tierra, porque toda la gente en la tierra había corrompido sus caminos." La palabra "corrompida" aquí sugiere una perversión o una desviación del orden previsto. Indica que la humanidad se había desviado mucho de la justicia y la rectitud que Dios deseaba.
La Biblia también insinúa una dimensión más profunda y cósmica de esta corrupción. Génesis 6:1-4 habla de los "hijos de Dios" y las "hijas de los hombres", un pasaje que ha sido objeto de mucho debate entre teólogos y eruditos. Algunos interpretan esto como una referencia a ángeles caídos que se cruzaron con mujeres humanas, dando lugar a una raza de gigantes conocidos como los Nephilim. Ya sea tomado literalmente o simbólicamente, este pasaje sugiere que los límites entre los reinos divino y humano estaban siendo transgredidos, contribuyendo aún más al caos y desorden moral en la tierra.
Dado este trasfondo de maldad y corrupción generalizadas, la decisión de Dios de inundar la tierra puede verse como una respuesta a un mundo que se había vuelto irremediablemente corrupto. Génesis 6:6-7 captura el pesar y la resolución de Dios: "El SEÑOR lamentó haber hecho al ser humano en la tierra, y su corazón se llenó de dolor. Así que el SEÑOR dijo: 'Borraré de la faz de la tierra al ser humano que he creado, y con ellos a los animales, las aves y los seres que se mueven por el suelo, porque lamento haberlos hecho.'"
Es esencial entender que el pesar de Dios aquí no indica un error o un cambio de opinión en el sentido humano. Más bien, expresa el dolor divino por el estado de Su creación. La palabra hebrea usada para "lamentar" también puede significar "estar afligido" o "suspirar profundamente." Refleja la profunda decepción y tristeza de Dios por la degradación moral de la humanidad.
El diluvio, por lo tanto, puede verse como un acto de juicio divino y misericordia. Es un juicio sobre un mundo que se había vuelto irremediablemente corrupto, pero también es un acto de misericordia en el sentido de que previene una mayor decadencia moral y da a la humanidad la oportunidad de empezar de nuevo. En este sentido, el diluvio no es meramente un acto de destrucción, sino un medio de purificación y renovación.
Noé, quien halló gracia ante los ojos del Señor (Génesis 6:8), representa la posibilidad de redención y un nuevo comienzo. Se le describe como "un hombre justo, intachable entre la gente de su tiempo" (Génesis 6:9). Las instrucciones de Dios a Noé para construir el arca y reunir a su familia y parejas de animales (Génesis 6:14-21) significan la preservación de la vida y la continuidad de la creación de Dios. El arca se convierte en un vehículo de salvación en medio de las aguas del juicio.
El significado teológico de la narrativa del diluvio se extiende más allá de la historia inmediata. Sirve como un recordatorio de la seriedad del pecado y las consecuencias de la corrupción moral. Sin embargo, también subraya el deseo de Dios por un mundo justo y recto. El apóstol Pedro, en sus epístolas, traza un paralelo entre el diluvio y el juicio final, enfatizando la necesidad de arrepentimiento y rectitud (2 Pedro 3:5-7).
Además, el pacto que Dios establece con Noé después del diluvio (Génesis 9:8-17) es un testimonio del compromiso duradero de Dios con Su creación. El arco iris, como señal de este pacto, simboliza la promesa de Dios de no destruir la tierra con un diluvio nuevamente. Es una señal de esperanza y un recordatorio de la fidelidad de Dios.
En la teología cristiana, la narrativa del diluvio también prefigura el concepto del bautismo. Así como las aguas del diluvio limpiaron la tierra de su corrupción, las aguas del bautismo simbolizan el lavado de los pecados y el comienzo de una nueva vida en Cristo. El apóstol Pedro hace esta conexión explícitamente en 1 Pedro 3:20-21, donde escribe: "En ella sólo unas pocas personas, ocho en total, fueron salvadas a través del agua, y esta agua simboliza el bautismo que ahora también los salva a ustedes, no la eliminación de la suciedad del cuerpo, sino el compromiso de una buena conciencia hacia Dios."
En conclusión, la decisión de inundar la tierra, tal como se relata en Génesis, está profundamente arraigada en el estado moral y espiritual de la humanidad en ese momento. Refleja la respuesta de Dios a un mundo que se había vuelto completamente corrupto y violento. Sin embargo, también revela Su deseo de redención, renovación y preservación de la vida. La narrativa del diluvio sirve como un poderoso recordatorio de la gravedad del pecado, la realidad del juicio divino y la esperanza de nuevos comienzos a través de la misericordia y la gracia de Dios.