La historia de Abraham, originalmente llamado Abram, es una piedra angular del Antiguo Testamento y una narrativa significativa en el Pentateuco. Es una historia rica en promesas divinas, pruebas de fe y el desarrollo del pacto de Dios con la humanidad a través de Abraham y sus descendientes. Uno de los momentos cruciales en el viaje de Abraham es la instrucción de Dios para que habite temporalmente en una tierra específica, lo cual es central para entender el plan más amplio de Dios para Su pueblo.
En Génesis 12:1-3, Dios llama a Abram a dejar su país, su gente y la casa de su padre para ir a una tierra que Él le mostrará. Este mandato inicial establece el escenario para el viaje de fe y obediencia de Abram. Los versículos dicen:
"El Señor le había dicho a Abram: 'Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré; y por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra.'" (Génesis 12:1-3, NVI)
El viaje de Abram comienza en Ur de los Caldeos, que está en el actual Irak. Viaja con su esposa Sarai (más tarde Sara), su sobrino Lot y todas sus posesiones a Harán, y desde allí continúa a Canaán, la tierra que Dios le había prometido mostrarle.
Al llegar a Canaán, Dios se aparece a Abram y reitera Su promesa, diciendo: "A tu descendencia le daré esta tierra." (Génesis 12:7, NVI). Esta tierra, Canaán, es el territorio en el que Dios instruye a Abram a habitar temporalmente. Es significativo porque no es solo un espacio físico, sino un símbolo del pacto de Dios y la futura herencia de los descendientes de Abram.
Canaán, en la geografía bíblica, corresponde aproximadamente al actual Israel, Palestina, Líbano y partes de Jordania y Siria. Era una tierra habitada por varios grupos, incluidos los cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. A pesar de sus habitantes diversos y a menudo hostiles, Canaán fue la tierra elegida por Dios para Abram y sus descendientes.
La narrativa de la estancia de Abram en Canaán está marcada por varios eventos clave que subrayan su fe y obediencia a Dios. Uno de esos eventos es la construcción de altares. En Génesis 12:7-8, Abram construye un altar al Señor en Siquem y luego se traslada a la región montañosa al este de Betel, donde construye otro altar e invoca el nombre del Señor. Estas acciones significan su adoración y dedicación a Dios, reconociendo la soberanía de Dios sobre la tierra y su vida.
Otro evento significativo es el viaje de Abram a Egipto debido a una severa hambruna en la tierra. En Génesis 12:10, se registra:
"Hubo entonces hambre en la tierra, y Abram descendió a Egipto para vivir allí por un tiempo, porque el hambre era grave." (Génesis 12:10, NVI)
Esta salida temporal de Canaán es notable porque demuestra los desafíos e incertidumbres que enfrentó Abram. A pesar de estos desafíos, la protección y las promesas de Dios permanecieron firmes. En Egipto, Abram encuentra dificultades, incluida una malinterpretación con el faraón sobre Sarai, pero Dios interviene para proteger a Sarai y Abram, asegurando su regreso seguro a Canaán.
Al regresar a Canaán, Abram y Lot se separan debido a conflictos entre sus pastores. Lot elige las fértiles llanuras del Jordán, mientras que Abram permanece en Canaán. Después de la partida de Lot, Dios reafirma Su promesa a Abram:
"El Señor le dijo a Abram después de que Lot se separó de él: 'Alza la vista desde el lugar donde estás, hacia el norte y el sur, hacia el este y el oeste. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra, de modo que si alguien pudiera contar el polvo, entonces tu descendencia podría ser contada. Ve, recorre la longitud y la anchura de la tierra, porque te la estoy dando.'" (Génesis 13:14-17, NVI)
Esta reiteración de la promesa enfatiza la naturaleza duradera del pacto de Dios con Abram. No es meramente una morada temporal, sino una herencia duradera para sus descendientes.
La fe de Abram se pone a prueba aún más con el mandato de sacrificar a su hijo Isaac, el hijo de la promesa. En Génesis 22, Dios instruye a Abram a ir a la región de Moriah y sacrificar a Isaac en una montaña. Esta prueba de fe es profunda, ya que Isaac representa el cumplimiento de la promesa de Dios de hacer de Abram una gran nación. La disposición de Abram a obedecer, incluso en esta prueba extrema, demuestra su fe inquebrantable en las promesas de Dios. Dios interviene, proporcionando un carnero como sustituto de Isaac, y reafirma Su pacto con Abram:
"El ángel del Señor llamó a Abraham desde el cielo por segunda vez y dijo: 'Juro por mí mismo, declara el Señor, que porque has hecho esto y no has retenido a tu hijo, tu único hijo, te bendeciré en gran manera y haré que tus descendientes sean tan numerosos como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar. Tus descendientes tomarán posesión de las ciudades de sus enemigos, y por medio de tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque me has obedecido.'" (Génesis 22:15-18, NVI)
La tierra de Canaán, por lo tanto, no es solo una morada temporal para Abram, sino un elemento central del plan redentor de Dios. Es la tierra donde las promesas de Dios a Abram comienzan a desarrollarse, donde su fe es probada y demostrada, y donde se sienta la base para la futura nación de Israel.
En conclusión, la tierra que Dios instruyó a Abram a habitar temporalmente es Canaán. Esta tierra es significativa no solo por su ubicación física, sino por su representación simbólica del pacto de Dios, las promesas y el desarrollo de Su plan redentor para la humanidad a través de Abram y sus descendientes. El viaje de Abram, marcado por la fe, la obediencia y los encuentros divinos, sirve como un testimonio perdurable de la fidelidad de Dios y la importancia de confiar en Sus promesas.