La alabanza es un tema central en los Salmos, una colección de canciones y oraciones que expresan toda la gama de emociones humanas ante Dios. Entre ellos, el Salmo 34 y el Salmo 145 se destacan como expresiones ejemplares de alabanza, cada uno ofreciendo perspectivas únicas sobre cómo los creyentes pueden acercarse a Dios con adoración y gratitud.
El Salmo 34 se atribuye a David y se entiende tradicionalmente que fue compuesto después de que fingiera locura ante Abimelec, quien lo echó, y él se fue (1 Samuel 21:10-15). Este contexto le da al Salmo un toque profundamente personal, ya que David reflexiona sobre la liberación y protección de Dios. El Salmo comienza con una declaración de alabanza continua: "Bendeciré al SEÑOR en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca" (Salmo 34:1, ESV). Este versículo establece el tono para todo el Salmo, enfatizando la importancia de la alabanza persistente, independientemente de las circunstancias.
La alabanza de David en el Salmo 34 no es solo un acto privado sino una invitación comunitaria. En el versículo 3, llama a otros a unirse a él: "Engrandezcan al SEÑOR conmigo, y exaltemos a una su nombre". Este aspecto comunitario de la alabanza subraya un principio bíblico clave: la adoración es tanto personal como corporativa. El acto de alabar a Dios juntos fortalece la fe de la comunidad y magnifica la gloria dada a Dios.
La estructura del Salmo 34 es acróstica, cada versículo comienza con una letra sucesiva del alfabeto hebreo. Este recurso literario no solo ayuda a la memorización sino que también simboliza la totalidad de la alabanza, como si dijera: "De la A a la Z, la alabanza a Dios lo abarca todo". A lo largo del Salmo, David relata razones específicas para alabar, como la liberación de los temores (v. 4), la salvación de los problemas (v. 6) y la provisión de todas las cosas buenas (v. 10). Estos actos específicos de intervención de Dios sirven como combustible para la alabanza, recordando a los creyentes que Dios está activamente involucrado en sus vidas.
El Salmo 34 también enfatiza la relación entre el temor del Señor y la alabanza. En el versículo 9, David exhorta: "Teman al SEÑOR, ustedes sus santos, porque nada falta a los que le temen". El temor del Señor, en este contexto, es un asombro reverencial que reconoce la santidad y el poder de Dios, llevando naturalmente a la alabanza. Este temor no es terror sino un respeto profundo que reconoce la soberanía y bondad de Dios.
En contraste, el Salmo 145 es un himno de alabanza que se centra explícitamente en exaltar la grandeza y bondad de Dios. Es el único Salmo titulado "Un Salmo de Alabanza" (Salmo 145:1), y sirve como una conclusión adecuada a las contribuciones de David al Salterio. Al igual que el Salmo 34, también es un acróstico, enfatizando la naturaleza integral de la dignidad de alabanza de Dios.
El Salmo 145 comienza con un voto personal de alabanza: "Te exaltaré, mi Dios y Rey, y bendeciré tu nombre por siempre jamás" (Salmo 145:1). Este voto no se limita a un contexto temporal sino que se extiende a la eternidad, destacando la naturaleza eterna de la dignidad de Dios para ser alabado. El uso del lenguaje real por parte del salmista ("mi Dios y Rey") refleja un reconocimiento de la autoridad suprema y el gobierno majestuoso de Dios.
Una característica significativa del Salmo 145 es su enfoque en el carácter y las obras de Dios. Los versículos 3-7 celebran la grandeza de Dios, Sus poderosos actos y Su abundante bondad: "Grande es el SEÑOR, y digno de suprema alabanza, y su grandeza es inescrutable" (v. 3). El salmista reconoce que la grandeza de Dios está más allá de la comprensión humana, sin embargo, es evidente en Sus obras y actos poderosos, que son dignos de declaración de una generación a otra (v. 4).
El Salmo también destaca la naturaleza misericordiosa y compasiva de Dios: "El SEÑOR es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor" (v. 8). Esta descripción hace eco de la revelación del carácter de Dios a Moisés en Éxodo 34:6-7 y es central para la comprensión bíblica de quién es Dios. La misericordia y bondad de Dios son razones para alabar, ya que demuestran Su amorosa participación en la vida de Su pueblo.
El Salmo 145 enfatiza además el alcance universal del reino y cuidado de Dios. Los versículos 10-13 declaran que todas las obras de Dios le darán gracias, y Su reino se describe como eterno: "Tu reino es un reino eterno, y tu dominio perdura por todas las generaciones" (v. 13). Este reconocimiento del reinado eterno de Dios proporciona a los creyentes seguridad y esperanza, sabiendo que el gobierno de Dios es inmutable y Sus propósitos prevalecerán.
El salmista también llama la atención sobre la provisión y fidelidad de Dios en los versículos 14-20. Dios es retratado como quien sostiene a los que caen, da alimento a su tiempo y está cerca de todos los que lo invocan con sinceridad. Estos atributos de Dios aseguran a los creyentes que Él está atento a sus necesidades y responde a sus clamores, motivando aún más la alabanza sincera.
En ambos Salmos, 34 y 145, la expresión de alabanza está profundamente arraigada en el reconocimiento de los atributos y acciones de Dios. La alabanza no es meramente una respuesta a circunstancias favorables sino un reconocimiento de la dignidad inherente de Dios, Su fidelidad y Su naturaleza inmutable. Estos Salmos enseñan que la alabanza es un aspecto esencial de la relación del creyente con Dios, uno que abarca tanto la devoción personal como la adoración comunitaria.
Teológicamente, estos Salmos nos recuerdan que la alabanza es tanto un acto de gratitud como una declaración de fe. Es un acto de gratitud porque reconoce lo que Dios ha hecho, y es una declaración de fe porque afirma quién es Dios, incluso frente a las incertidumbres de la vida. Como C.S. Lewis observó perspicazmente en sus reflexiones sobre los Salmos, la alabanza es la consumación del disfrute, el desbordamiento de un corazón que se deleita en la presencia y bondad de Dios.
En la vida de un creyente, la alabanza sirve como una herramienta poderosa para el crecimiento espiritual y la resiliencia. Cambia el enfoque del yo a Dios, de los problemas a las promesas, y de las luchas temporales a las verdades eternas. Al participar en la alabanza como se modela en los Salmos 34 y 145, los creyentes son invitados a una experiencia más profunda de la presencia de Dios y una comprensión más profunda de Su amor y soberanía.
En última instancia, estos Salmos nos llaman a un estilo de vida de alabanza, donde la adoración a Dios se vuelve tan natural y continua como respirar. Nos animan a ver la mano de Dios en cada aspecto de la vida, a recordar Su fidelidad pasada y a confiar en Su gracia futura. A medida que nos sumergimos en el lenguaje de la alabanza, encontramos nuestros corazones alineados con los propósitos de Dios, nuestros espíritus elevados por Sus promesas y nuestras vidas transformadas por Su gracia.