El libro de Jeremías comienza con un poderoso y profundo relato de llamado en Jeremías 1:4-10, que establece el escenario para todo el ministerio del profeta. Este pasaje no solo nos presenta a Jeremías, sino que también encapsula la esencia de su misión profética, su relación con Dios y la autoridad divina detrás de sus palabras. Para apreciar plenamente la importancia de Jeremías 1:4-10, es esencial profundizar en el contexto histórico, los temas teológicos y las implicaciones personales de este pasaje.
El ministerio de Jeremías comenzó durante el reinado del rey Josías de Judá, alrededor de finales del siglo VII a.C., un período marcado por la agitación política y el desastre inminente. El Reino del Norte de Israel ya había caído ante los asirios, y el Reino del Sur de Judá enfrentaba la amenaza de la conquista babilónica. Contra este telón de fondo de crisis nacional, Jeremías fue llamado a entregar el mensaje de Dios a un pueblo que a menudo era resistente y rebelde.
El pasaje comienza con la palabra del Señor llegando a Jeremías:
"La palabra del Señor vino a mí, diciendo: 'Antes de formarte en el vientre te conocí, antes de que nacieras te aparté; te nombré profeta para las naciones.'" (Jeremías 1:4-5, NVI)
Esta declaración inicial está llena de significado teológico. Enfatiza la soberanía y el conocimiento previo de Dios, afirmando que el llamado de Jeremías no fue un acto aleatorio, sino una cita divina establecida antes de su nacimiento. La frase "te conocí" sugiere una relación íntima y personal entre Dios y Jeremías, destacando que su papel profético era parte de un plan divino.
Este llamado preordenado también subraya la noción de elección divina, un tema que resuena a lo largo de la Biblia. Similar a los llamados de otros profetas como Isaías (Isaías 6) y Moisés (Éxodo 3), la comisión de Jeremías está arraigada en la iniciativa de Dios, no en la elección humana. Este conocimiento previo y elección divina proporcionan a Jeremías un profundo sentido de propósito e identidad, que lo sostendría a través de los muchos desafíos que enfrentaría.
La respuesta inicial de Jeremías al llamado de Dios es de reticencia y duda de sí mismo:
"¡Ay, Soberano Señor!" dije, "No sé hablar; soy muy joven." (Jeremías 1:6, NVI)
La vacilación de Jeremías recuerda la reticencia de Moisés a aceptar su misión (Éxodo 4:10). Su preocupación por su juventud e inexperiencia refleja una reacción humana común al llamado divino: sentimientos de insuficiencia e indignidad. Sin embargo, la respuesta de Dios es inmediata y reconfortante:
"Pero el Señor me dijo: 'No digas,