¿A quién tocó Dios en los labios y llamó para ser profeta?

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En el rico tapiz del Antiguo Testamento, el Libro de Isaías se destaca como un texto profundo y profundamente espiritual, ofreciendo ideas sobre la naturaleza de Dios, la condición humana y la promesa de salvación. Uno de los momentos más convincentes en este libro es el llamado del propio profeta Isaías, una escena que ha resonado con los creyentes durante siglos debido a su vívida imaginería y profundas implicaciones teológicas.

El llamado de Isaías se relata en Isaías 6, un capítulo que comienza con una majestuosa visión del Señor sentado en un trono alto y exaltado, con el borde de su manto llenando el templo. Serafines, seres angelicales, están presentes, cada uno con seis alas: "Con dos alas cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban" (Isaías 6:2, NVI). Se llamaban unos a otros: "Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria" (Isaías 6:3, NVI).

Esta impresionante visión de la santidad y majestad de Dios afecta profundamente a Isaías. Es muy consciente de su propio pecado y del pecado de su pueblo. La respuesta de Isaías es de total humildad y desesperación: "¡Ay de mí!" grité. "¡Estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, el Señor Todopoderoso" (Isaías 6:5, NVI).

En este momento de autoconciencia y confesión, ocurre algo extraordinario. Uno de los serafines vuela hacia Isaías con un carbón encendido en la mano, que había tomado con tenazas del altar. Con este carbón ardiente, el serafín toca los labios de Isaías y dice: "Mira, esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido quitada y tu pecado ha sido perdonado" (Isaías 6:7, NVI). Este acto de purificación no es solo una eliminación del pecado personal de Isaías, sino también una preparación para su misión profética. Significa que Dios mismo ha purificado a Isaías, haciéndolo apto para el llamado divino que está a punto de recibir.

Inmediatamente después de este acto de purificación, Isaías escucha la voz del Señor diciendo: "¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?" (Isaías 6:8, NVI). La respuesta de Isaías es inmediata y sincera: "¡Aquí estoy! ¡Envíame a mí!" (Isaías 6:8, NVI). Este momento marca la comisión oficial de Isaías como profeta. Su disposición a servir, después de su profunda experiencia de la santidad de Dios y su propia purificación, prepara el escenario para el ministerio profético que seguirá.

El toque de los labios de Isaías con el carbón está lleno de simbolismo y significado. En las culturas antiguas, los labios a menudo se veían como el órgano del habla y la comunicación. Al purificar los labios de Isaías, Dios no solo estaba limpiando su pecado, sino también santificando su capacidad para hablar las palabras de Dios. Este acto subraya la importancia de la pureza y la santidad en aquellos que son llamados a ser mensajeros de Dios. También destaca el poder transformador de la gracia de Dios, que puede limpiar y preparar incluso a los más indignos para el servicio divino.

El llamado de Isaías es un recordatorio poderoso de varios temas teológicos clave. Primero, subraya la santidad de Dios. La visión del Señor alto y exaltado, atendido por serafines que proclaman su santidad, establece el tono para todo el encuentro. La santidad de Dios es un tema central en el Libro de Isaías y es fundamental para entender la naturaleza de Dios y sus expectativas para su pueblo.

En segundo lugar, la respuesta de Isaías a la visión destaca la condición humana. Confrontado con la santidad de Dios, Isaías es muy consciente de su propio pecado y del pecado de su pueblo. Este reconocimiento del pecado es un paso crucial en el proceso de arrepentimiento y redención. Solo cuando nos vemos a nosotros mismos a la luz de la santidad de Dios podemos entender verdaderamente la profundidad de nuestra necesidad de su gracia.

En tercer lugar, el acto de purificación con el carbón significa el poder transformador de la gracia de Dios. El pecado de Isaías es quitado y su culpa es perdonada, no a través de sus propios esfuerzos, sino a través del acto gracioso de Dios. Esto apunta al tema más amplio de la expiación y la redención que recorre toda la Biblia. Prefigura el acto último de expiación a través de Jesucristo, quien, según la creencia cristiana, quita el pecado del mundo a través de su muerte sacrificial y resurrección.

Finalmente, la respuesta dispuesta de Isaías al llamado de Dios, "¡Aquí estoy! ¡Envíame a mí!" sirve como un modelo de obediencia fiel. Nos recuerda que el llamado de Dios a menudo viene con un costo, pero también viene con la seguridad de su presencia y empoderamiento. El ministerio de Isaías no sería fácil; enfrentaría oposición, incomprensión y dificultades. Sin embargo, su disposición a ir a donde Dios lo enviara y a hablar lo que Dios le ordenara es un testimonio de su fe y dedicación.

La historia del llamado de Isaías también resuena con la narrativa bíblica más amplia del llamado y la comisión de individuos por parte de Dios para sus propósitos. A lo largo de la Biblia, vemos a Dios llamando a personas de diversos orígenes y circunstancias para servirle. Moisés fue llamado desde la zarza ardiente, Jeremías fue apartado desde el vientre de su madre y los discípulos fueron llamados desde sus redes de pesca. Cada llamado es único, pero cada uno sigue un patrón similar de iniciativa divina, respuesta humana y empoderamiento divino.

En el Nuevo Testamento, el tema del llamado continúa con el llamado de los apóstoles y la iglesia primitiva. El apóstol Pablo, en particular, habla frecuentemente de su llamado a ser apóstol de los gentiles. En sus cartas, a menudo enfatiza que este llamado no se basa en su propio mérito, sino en la gracia y el propósito de Dios. Por ejemplo, en Gálatas 1:15-16, Pablo escribe: "Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, se complació en revelar a su Hijo en mí para que yo lo predicara entre los gentiles, mi respuesta inmediata no fue consultar a ningún ser humano" (NVI).

El llamado de Isaías, por lo tanto, es parte de un tema bíblico más amplio que destaca la iniciativa soberana de Dios al llamar a individuos para servirle y el poder transformador de su gracia al prepararlos y empoderarlos para su misión. Nos recuerda que el llamado de Dios siempre va acompañado de su provisión y que nuestra respuesta debe ser de humilde obediencia y confianza.

Al reflexionar sobre el llamado de Isaías, también se nos invita a considerar nuestro propio sentido de llamado y propósito. Aunque no todos son llamados a ser profetas como Isaías, cada creyente es llamado a servir a Dios de alguna manera. El Nuevo Testamento habla de la iglesia como el cuerpo de Cristo, con cada miembro teniendo un papel único que desempeñar. En Efesios 4:11-13, Pablo escribe: "Así que Cristo mismo dio a los apóstoles, a los profetas, a los evangelistas, a los pastores y a los maestros, para capacitar a su pueblo para las obras de servicio, a fin de edificar el cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser maduros, alcanzando la medida de la plenitud de Cristo" (NVI).

Este pasaje destaca la diversidad de llamados dentro de la iglesia y la importancia de la contribución de cada miembro a la misión general del cuerpo de Cristo. Nos recuerda que el llamado de Dios no se limita a unos pocos selectos, sino que se extiende a todos los creyentes, cada uno de los cuales tiene un papel único que desempeñar en el plan redentor de Dios.

En conclusión, la historia del llamado de Isaías es un relato poderoso e inspirador que habla sobre la naturaleza de Dios, la condición humana y el poder transformador de la gracia de Dios. Nos desafía a reconocer nuestra propia necesidad de purificación y a responder con obediencia dispuesta al llamado de Dios en nuestras vidas. Al reflexionar sobre la experiencia de Isaías, que seamos inspirados a buscar la presencia de Dios, a reconocer nuestra propia pecaminosidad y a abrazar el llamado que Él ha puesto en cada una de nuestras vidas, confiando en su gracia para equiparnos y empoderarnos para su servicio.

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