El rey Belsasar es una figura que aparece prominentemente en el quinto capítulo del Libro de Daniel en el Antiguo Testamento. Su historia es una narrativa dramática y sobria que tiene profundas implicaciones teológicas y morales. Para entender quién era el rey Belsasar y qué hizo en Daniel 5, necesitamos profundizar en el contexto histórico, la narrativa en sí y las lecciones que surgen de este relato bíblico.
Belsasar era un príncipe babilónico, hijo de Nabonido, el último rey del Imperio Neo-Babilónico. Históricamente, ha habido cierto debate sobre su papel y título exactos, ya que los registros antiguos a veces se refieren a él como un corregente en lugar de un rey por derecho propio. Nabonido, conocido por sus reformas religiosas y ausencias prolongadas de Babilonia, confió el reino a Belsasar durante su estancia de diez años en el oasis árabe de Teima. Este arreglo le dio a Belsasar una autoridad y responsabilidad sustanciales, convirtiéndolo efectivamente en el gobernante en funciones de Babilonia.
La historia de Belsasar en Daniel 5 es una de arrogancia, juicio divino y la caída final de un reino. El capítulo comienza con Belsasar organizando un gran banquete para mil de sus nobles. En una muestra de arrogancia y sacrilegio, ordena que los vasos de oro y plata, que su predecesor Nabucodonosor había tomado del templo en Jerusalén, sean traídos al banquete. Estos objetos sagrados, dedicados al culto de Yahvé, fueron luego utilizados por Belsasar y sus invitados para beber vino y alabar a los dioses de oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra.
Mientras se deleitaban en su blasfemia, ocurrió un evento misterioso y aterrador. Los dedos de una mano humana aparecieron y escribieron un mensaje en el yeso de la pared del palacio del rey. La vista de la mano desencarnada llenó a Belsasar de miedo; su rostro palideció, sus pensamientos lo alarmaron y sus rodillas se golpearon entre sí (Daniel 5:6). En pánico, llamó a los encantadores, astrólogos y adivinos para interpretar la escritura, prometiendo grandes recompensas, incluyendo ser vestido de púrpura, una cadena de oro y la posición de tercer gobernante más alto en el reino, a quien pudiera descifrar el mensaje.
Ninguno de los sabios de Belsasar pudo interpretar la escritura. Este fracaso aumentó la ansiedad del rey hasta que la reina (probablemente la madre reina) sugirió que llamara a Daniel, un hombre conocido por su sabiduría y capacidad para interpretar sueños y visiones. Daniel, ahora un anciano, fue llevado ante el rey. Belsasar le ofreció las mismas recompensas, pero Daniel, desinteresado en el beneficio material, las rechazó.
Daniel comenzó recordándole a Belsasar las lecciones que su predecesor Nabucodonosor había aprendido. Nabucodonosor había sido un rey poderoso y orgulloso, pero su arrogancia lo llevó a su caída hasta que reconoció la soberanía del Dios Altísimo (Daniel 5:18-21). A pesar de conocer esta historia, Belsasar no había humillado su corazón. En cambio, se había exaltado contra el Señor del cielo al profanar los vasos sagrados y adorar ídolos sin vida.
Daniel luego interpretó la escritura en la pared, que decía: "MENE, MENE, TEKEL, PARSIN." Explicó que "MENE" significaba que Dios había contado los días del reinado de Belsasar y lo había llevado a su fin; "TEKEL" significaba que Belsasar había sido pesado en la balanza y hallado falto; y "PARSIN" (o "PERES") significaba que su reino estaba dividido y dado a los medos y persas (Daniel 5:26-28).
Fiel a la profecía, esa misma noche, Belsasar fue asesinado, y Darío el Medo tomó el reino (Daniel 5:30-31). Este evento marcó el fin del Imperio Babilónico y el comienzo del Imperio Medo-Persa.
La historia de Belsasar en Daniel 5 está llena de lecciones teológicas y morales. Uno de los temas más prominentes es la soberanía de Dios sobre los reinos humanos. A pesar de la grandeza y el poder de Babilonia, fue en última instancia Dios quien determinó el ascenso y la caída de los imperios. La caída de Belsasar sirve como un recordatorio contundente de que ningún poder terrenal puede resistir el juicio de Dios.
Otra lección significativa es el peligro del orgullo y la arrogancia. El orgullo de Belsasar lo llevó a cometer sacrilegio al usar los vasos sagrados del templo de Jerusalén de manera profana. Este acto de desafío contra Dios no solo fue un pecado personal, sino también una muestra pública de irreverencia. El juicio rápido y decisivo que siguió subraya la seriedad con la que Dios considera la santidad de lo que se le dedica.
La narrativa también destaca la importancia de aprender de la historia. Belsasar tenía el ejemplo de Nabucodonosor, quien había sido humillado por Dios y finalmente reconoció la soberanía de Dios. Sin embargo, Belsasar no prestó atención a esta lección, eligiendo en cambio repetir los errores de orgullo e idolatría. Esta falta de aprendizaje del pasado contribuyó a su caída.
El papel de Daniel en esta historia también es notable. Se presenta como un siervo fiel de Dios, sin miedo a decir la verdad al poder. Su integridad y sabiduría se contrastan con la locura y arrogancia de Belsasar. La negativa de Daniel a aceptar las recompensas del rey enfatiza aún más su compromiso con la verdad de Dios en lugar de con el beneficio terrenal.
La historia del rey Belsasar en Daniel 5 es una narrativa poderosa que ilustra las consecuencias del orgullo, la soberanía de Dios y la importancia de la humildad y la reverencia. El banquete de Belsasar, la escritura misteriosa en la pared y la posterior caída de Babilonia sirven como recordatorios perdurables de los principios divinos que gobiernan la historia humana. Al reflexionar sobre este relato, estamos llamados a reconocer la autoridad de Dios, aprender del pasado y vivir con humildad y reverencia ante Él.
Las lecciones de la vida de Belsasar son atemporales, resonando con nosotros hoy mientras navegamos nuestras propias vidas y las complejidades del mundo que nos rodea. Al entender y aplicar estas lecciones, podemos evitar las trampas del orgullo y vivir de una manera que honre a Dios y reconozca su lugar legítimo como el soberano de todo.