¿Cómo destruyó Dios a Nínive?

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La destrucción de Nínive, como fue profetizada por Nahúm, sirve como un testimonio profundo de la soberanía, justicia y el cumplimiento de la palabra de Dios. Para apreciar plenamente cómo Dios destruyó Nínive, es esencial entender el contexto histórico, cultural y teológico presentado en el libro de Nahúm, así como la narrativa más amplia del Antiguo Testamento.

Nínive era la capital del Imperio Asirio, una ciudad renombrada por su grandeza, poder militar y, desafortunadamente, su brutalidad y maldad. Los asirios eran conocidos por sus conquistas despiadadas y el trato severo a los pueblos subyugados. El profeta Nahúm, cuyo nombre significa "consuelo" o "consolación", entregó un mensaje de ruina inminente para Nínive, ofreciendo consuelo a Judá y otras naciones que habían sufrido bajo la opresión asiria.

La profecía de Nahúm, registrada en el libro de Nahúm, es un anuncio vívido y poético de la destrucción de Nínive. La profecía está estructurada como un oráculo de juicio contra la ciudad, enfatizando que la caída de Nínive sería un acto de retribución divina. La profecía de Nahúm se puede dividir en tres capítulos, cada uno contribuyendo a la narrativa general de la desaparición de Nínive.

En Nahúm 1:1-15, el profeta comienza con una declaración del carácter y poder de Dios. Describe a Dios como un deidad celosa y vengativa, lenta para la ira pero grande en poder, que no dejará impune al culpable. Nahúm 1:2-3 dice:

"El Señor es un Dios celoso y vengador; el Señor toma venganza y está lleno de ira. El Señor toma venganza de sus enemigos y descarga su ira contra sus adversarios. El Señor es lento para la ira pero grande en poder; el Señor no dejará impune al culpable."

Esta introducción prepara el escenario para el juicio que caerá sobre Nínive. Nahúm enfatiza que la ira de Dios no es arbitraria, sino que está dirigida contra aquellos que son culpables de pecados graves. Las imágenes utilizadas en este capítulo, como el torbellino y la tormenta, subrayan la naturaleza abrumadora e imparable del juicio de Dios.

En Nahúm 2:1-13, el profeta proporciona una descripción detallada y dramática del asedio y caída de Nínive. Retrata a los atacantes como feroces e implacables, con carros de guerra atravesando las calles y soldados avanzando con escudos y espadas. Nahúm 2:3-4 describe vívidamente la escena:

"Los escudos de los soldados son rojos; los guerreros están vestidos de escarlata. El metal de los carros de guerra brilla en el día en que se preparan; las lanzas de enebro son blandidas. Los carros de guerra atraviesan las calles, corriendo de un lado a otro por las plazas. Parecen antorchas encendidas; se mueven como relámpagos."

Las imágenes aquí no solo son descriptivas, sino también simbólicas. Los escudos rojos y los uniformes escarlata de los soldados pueden simbolizar el derramamiento de sangre y la violencia. El metal brillante y las antorchas encendidas evocan un sentido de caos y destrucción. La representación de Nahúm de los atacantes como una fuerza imparable destaca la inevitabilidad de la caída de Nínive.

La profecía continúa con una descripción de las defensas de la ciudad siendo violadas y sus tesoros saqueados. En Nahúm 2:6-7, leemos:

"Las puertas del río se abren y el palacio se derrumba. Se decreta que Nínive sea exiliada y llevada cautiva. Sus esclavas gimen como palomas y se golpean el pecho."

La mención de las puertas del río siendo abiertas es significativa. Nínive estaba ubicada en el río Tigris, y sus defensas incluían un sistema de canales y puertas de agua. La violación de estas puertas habría llevado a inundaciones y al colapso de las defensas de la ciudad. Las imágenes del palacio derrumbándose y los habitantes siendo exiliados subrayan la totalidad de la destrucción de Nínive.

En Nahúm 3:1-19, el profeta concluye con una serie de ayes y lamentos sobre el destino de Nínive. Denuncia a la ciudad por su derramamiento de sangre, mentiras y saqueos, y la compara con una ramera y una hechicera que ha engañado y esclavizado a las naciones. Nahúm 3:1-4 declara:

"¡Ay de la ciudad de sangre, llena de mentiras, llena de saqueos, nunca sin víctimas! El chasquido de látigos, el estruendo de ruedas, caballos galopando y carros de guerra saltando! Caballería cargando, espadas brillando y lanzas relucientes! Muchas bajas, montones de muertos, cuerpos sin número, gente tropezando con los cadáveres— todo por la lujuria desenfrenada de una prostituta, seductora, la amante de las hechicerías, que esclavizó a las naciones con su prostitución y a los pueblos con su brujería."

La condena de Nahúm a Nínive está arraigada en su corrupción moral y espiritual. La caída de la ciudad se presenta como una retribución justa por sus pecados. Las imágenes gráficas de derramamiento de sangre y cadáveres sirven para subrayar la gravedad de los crímenes de Nínive y la correspondiente severidad de su castigo.

Históricamente, Nínive cayó en el 612 a.C. ante una coalición de babilonios, medos y escitas. Los eventos reales de la destrucción de Nínive se alinean notablemente con la profecía de Nahúm. Según relatos históricos, los atacantes violaron las defensas de la ciudad, posiblemente ayudados por inundaciones del río Tigris, que debilitaron los muros. La ciudad fue saqueada, sus habitantes fueron asesinados o llevados cautivos, y quedó en ruinas.

Teológicamente, la destrucción de Nínive sirve como un recordatorio poderoso de la justicia de Dios y el cumplimiento de su palabra. La profecía de Nahúm subraya el principio de que Dios responsabiliza a las naciones y a los individuos por sus acciones. Aunque Dios es paciente y misericordioso, no tolerará la maldad y la injusticia persistentes. La caída de Nínive es un ejemplo de retribución divina que sirve tanto como advertencia como consuelo. Advierte sobre las consecuencias del pecado y la rebelión contra Dios, y consuela a aquellos que sufren bajo la opresión asegurándoles que Dios finalmente vindicará a los justos y castigará a los malvados.

El Nuevo Testamento refleja este tema de justicia divina y el triunfo final del reino de Dios. En Apocalipsis 18, la caída de Babilonia se describe en términos que recuerdan la profecía de Nahúm contra Nínive. Apocalipsis 18:2-3 dice:

"¡Cayó! ¡Cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios y guarida de todo espíritu impuro, guarida de toda ave impura y guarida de todo animal impuro y detestable. Porque todas las naciones han bebido el vino embriagador de sus adulterios. Los reyes de la tierra cometieron adulterio con ella, y los mercaderes de la tierra se enriquecieron con sus excesivos lujos."

Así como la caída de Nínive sirvió como una demostración de la justicia de Dios, la caída de Babilonia en Apocalipsis simboliza la derrota final del mal y el establecimiento del reinado justo de Dios.

En conclusión, la destrucción de Nínive, como fue profetizada por Nahúm, fue un evento multifacético que involucró tanto agentes naturales como humanos. Fue un cumplimiento de la palabra de Dios, demostrando su soberanía y justicia. Las descripciones vívidas y poéticas de Nahúm sobre la caída de Nínive transmiten la inevitabilidad y totalidad de la destrucción de la ciudad, sirviendo como un recordatorio poderoso de las consecuencias del pecado y la certeza de la retribución divina. A través del lente de la profecía de Nahúm, se nos recuerda que Dios es tanto justo como misericordioso, y que sus propósitos finalmente prevalecerán.

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