La cuestión de si la fe es un don de Dios es profunda, tocando la misma naturaleza de nuestra relación con lo Divino y el funcionamiento de la salvación. La Biblia proporciona un rico tapiz de ideas que nos ayudan a entender cómo opera la fe en la vida del creyente y cómo se nos otorga.
Para empezar, el concepto de la fe como un don de Dios se menciona explícitamente en varios pasajes clave del Nuevo Testamento. Una de las referencias más directas se encuentra en Efesios 2:8-9, donde el Apóstol Pablo escribe:
"Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." (RVR1960)
En este pasaje, Pablo enfatiza que nuestra salvación, que es por medio de la fe, no es el resultado de nuestros propios esfuerzos, sino un don de Dios. Esto indica que la fe misma es parte de la gracia divina que se nos otorga. La palabra griega utilizada aquí para "don" es "doron", que implica un presente o una ofrenda gratuita. Así, Pablo subraya que la fe no es algo que podamos ganar o lograr por nuestro mérito; nos es dada por Dios.
Además, la noción de la fe como un don divino está respaldada por otras escrituras también. Por ejemplo, en Filipenses 1:29, Pablo nuevamente escribe:
"Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él."
Aquí, la palabra "concedido" se traduce del griego "charizomai", que significa mostrar favor o dar graciosamente. Esto refuerza la idea de que la capacidad de creer en Cristo, que es la fe, es concedida por Dios.
Además, en 2 Pedro 1:1, el Apóstol Pedro dirige su carta a aquellos que han recibido una fe igualmente preciosa que la nuestra por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. La palabra "recibido" (griego: "lachousin") implica que la fe es algo asignado o dado, no algo inherentemente poseído.
Sin embargo, aunque estos pasajes indican claramente que la fe es un don de Dios, también es importante entender cómo opera este don dentro del contexto más amplio de la vida y teología cristiana. La fe, aunque divinamente dada, también implica una respuesta humana. La Biblia llama consistentemente a los individuos a creer, confiar y vivir su fe. Esta dinámica interacción entre la iniciativa divina y la respuesta humana es un tema central en las Escrituras.
Por ejemplo, en Romanos 10:17, Pablo afirma:
"Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios."
Esto sugiere que, aunque la fe es un don, también es algo que crece y se nutre a través de nuestro compromiso con la Palabra de Dios. La predicación del Evangelio y la escucha del mensaje de Cristo son medios a través de los cuales Dios imparte fe a los individuos. Esto se alinea con el principio de la Reforma de "sola fide" (sólo la fe) y "sola scriptura" (sólo la Escritura), enfatizando que la fe viene a través de la escucha y recepción de la Palabra de Dios.
Además, en Hebreos 11:1, la fe se describe como:
"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."
Esta definición subraya la naturaleza de la fe como confianza y seguridad en las promesas de Dios, incluso cuando aún no son visibles. Todo el capítulo de Hebreos 11 continúa enumerando numerosos ejemplos de figuras del Antiguo Testamento que vivieron por fe, demostrando que la fe implica una respuesta confiada y obediente a la revelación de Dios.
La relación entre la fe y las obras es otro aspecto crítico a considerar. Aunque la fe es un don de Dios, naturalmente produce buenas obras como su fruto. Santiago 2:17 afirma:
"Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma."
Esto no significa que las obras sean un medio para ganar la fe o la salvación, sino que la fe genuina, dada por Dios, se manifestará en una vida transformada caracterizada por buenas obras. Esto es consistente con la enseñanza de Pablo en Efesios 2:10, inmediatamente después de su afirmación de que la fe es un don:
"Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas."
Así, aunque la fe es un don divino, también es activa y dinámica, llevando a una vida de obediencia y servicio.
El concepto teológico de la fe como un don de Dios también encuentra resonancia en la literatura y enseñanzas cristianas a lo largo de la historia de la iglesia. Por ejemplo, Agustín de Hipona, en su obra "Sobre la predestinación de los santos", argumenta que la fe misma es un don de la gracia de Dios, dado a los elegidos según Su voluntad soberana. De manera similar, Juan Calvino, en sus "Institutos de la religión cristiana", afirma que la fe es el resultado de la obra del Espíritu Santo en el corazón del creyente, transformando su voluntad y permitiéndole confiar en Cristo.
En el pensamiento cristiano contemporáneo, esta comprensión continúa siendo sostenida. El teólogo J.I. Packer, en su libro "Conociendo a Dios", enfatiza que la fe es una respuesta a la revelación de Dios y una obra del Espíritu Santo en el corazón del creyente. Él escribe:
"La fe es un don sobrenatural de Dios. No es algo que podamos producir en nosotros mismos; es algo que Dios debe obrar en nosotros."
Esta visión se alinea con el testimonio bíblico de que la fe no es meramente un logro humano, sino una dotación divina.
En conclusión, la Biblia enseña que la fe es un don de Dios. Esto se articula claramente en pasajes como Efesios 2:8-9, Filipenses 1:29 y 2 Pedro 1:1. Sin embargo, este don opera dentro del contexto de la revelación de Dios a través de Su Palabra y requiere una respuesta humana de confianza y obediencia. La fe, aunque divinamente dada, también se nutre a través de nuestro compromiso con las Escrituras y se manifiesta en una vida de buenas obras. El reconocimiento de la fe como un don subraya la gracia de Dios en la salvación y la obra transformadora del Espíritu Santo en la vida del creyente.