El Argumento Moral para la existencia de Dios es una de las defensas clásicas de la creencia teísta, profundamente arraigada en las tradiciones filosóficas y teológicas del pensamiento cristiano. Este argumento postula que los valores y deberes morales se explican mejor por la existencia de un legislador moral, Dios, que trasciende la subjetividad humana y las diferencias culturales. Sin embargo, los críticos del Argumento Moral ofrecen varios puntos de contrapartida, cuestionando tanto sus premisas como su coherencia lógica. Sus respuestas pueden categorizarse ampliamente en desafíos a la objetividad de los valores morales, la necesidad de Dios para la moralidad y las implicaciones de los desacuerdos morales.
Una línea significativa de crítica contra el Argumento Moral proviene de la afirmación de que los valores morales no son objetivos, sino que son subjetivos o relativos a perspectivas culturales, sociales o personales. Esta visión a menudo se asocia con el subjetivismo ético o el relativismo cultural. Según esta perspectiva, lo que se considera moralmente correcto o incorrecto varía de persona a persona o de cultura a cultura, y no existe un estándar absoluto de moralidad que trascienda estas diferencias.
Filósofos como J.L. Mackie y Richard Rorty han argumentado que si los valores morales son puramente subjetivos, entonces no pueden usarse para probar la existencia de un legislador moral objetivo. Mackie, en su principio de “teoría del error”, sugiere que todas las declaraciones morales son falsas porque todas se refieren a un bien intrínseco, que él afirma no existe. Rorty, desde un punto de vista pragmatista, niega que la moralidad se trate de descubrir verdades objetivas, viéndola en cambio como una cuestión de lo que la sociedad nos permite decir.
Otra respuesta crítica al Argumento Moral es que incluso si existen valores morales objetivos, no necesariamente se sigue que Dios deba ser su fuente. Los críticos argumentan que los valores morales objetivos podrían estar fundamentados en algo distinto a un ser divino. Por ejemplo, algunos filósofos proponen que el realismo moral puede defenderse sin referencia a Dios, sugiriendo que las verdades morales existen independientemente de las creencias humanas, potencialmente como objetos abstractos como los números, o como características intrínsecas del mundo.
El prominente filósofo ateo Kai Nielsen desafía la necesidad de Dios para los valores morales objetivos, argumentando que los humanos pueden reconocer verdades morales objetivas solo a través de la razón, sin recurrir a la revelación o el mandato divino. Nielsen sugiere que la comprensión moral es parte de la condición humana, evolucionada o desarrollada como un aspecto necesario de la vida comunitaria, no algo impartido por una fuente divina.
Los críticos también señalan el desacuerdo generalizado sobre cuestiones morales entre diferentes culturas e incluso dentro de la misma cultura como evidencia contra una ley moral universal impartida por un legislador divino. Argumentan que si existiera un Dios omnisciente, omnipotente y omnibenevolente que quisiera impartir conocimiento moral a la humanidad, habría mucho más acuerdo sobre lo que constituye lo correcto y lo incorrecto.
Este argumento se relaciona con el problema filosófico más amplio del ocultamiento divino. Críticos como J.L. Schellenberg argumentan que si existiera un Dios amoroso, es poco probable que se mantuviera oculto de nosotros, especialmente en asuntos de importancia moral. El hecho de que buscadores sinceros de la verdad lleguen a conclusiones morales radicalmente diferentes sugiere, para estos críticos, que o no hay una única moralidad verdadera que encontrar o que, si la hay, Dios no la ha hecho suficientemente clara.
El auge de la biología evolutiva ha proporcionado a los críticos del Argumento Moral otra herramienta. Algunos argumentan que nuestros sentimientos morales pueden explicarse completamente por procesos evolutivos. Sugieren que los comportamientos codificados como "morales" son aquellos que tradicionalmente han mejorado la aptitud para la supervivencia y la reproducción. El altruismo, por ejemplo, aunque aparentemente desinteresado, puede verse como una estrategia para mejorar la supervivencia de los propios genes, ya sea directa o indirectamente.
El filósofo Michael Ruse argumenta que la moralidad es una adaptación biológica no menos que las manos, los pies y los dientes. Según esta visión, el comportamiento moral se desarrolló porque mejoró la capacidad de nuestros antepasados para sobrevivir y reproducirse. Por lo tanto, la aparente objetividad de las verdades morales es ilusoria; son adaptaciones contingentes, no percepciones de un orden moral objetivo.
Al responder a estas críticas, la apologética cristiana a menudo enfatiza las limitaciones de la comprensión humana y la profundidad del misterio de los caminos de Dios. Si bien reconocen la fuerza de algunas críticas, podrían argumentar que la existencia de un acuerdo moral generalizado sobre cuestiones como el asesinato y el robo sugiere alguna guía común y trascendente para las intuiciones morales humanas. Además, podrían sostener que la incapacidad de la biología evolutiva para explicar completamente los actos de autosacrificio, que no confieren ningún beneficio reproductivo, apunta hacia una ley moral superior que trasciende la mera supervivencia.
En resumen, los críticos del Argumento Moral plantean desafíos significativos y provocadores, cuestionando la objetividad de los valores morales, la necesidad de una fuente divina para la moralidad, las implicaciones de los desacuerdos morales y la suficiencia de las explicaciones evolutivas. Cada una de estas críticas invita a una reflexión más profunda sobre la naturaleza de la moralidad, las capacidades de la razón humana y el papel de lo divino en el orden moral. Aunque no son concluyentes para refutar el Argumento Moral, estas críticas ciertamente enriquecen la conversación y subrayan la complejidad de los temas involucrados.