¿Cómo supo Jesús que era el Hijo de Dios?

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La cuestión de cómo Jesús llegó a saber que era el Hijo de Dios es tanto profunda como profundamente arraigada en el misterio de la Encarnación. Esta investigación toca el corazón mismo de la Cristología, el estudio de la naturaleza y obra de Jesucristo. Para abordar esto, debemos considerar los relatos bíblicos, las ideas teológicas de los Padres de la Iglesia primitiva y las reflexiones de los teólogos contemporáneos.

Desde el principio, los Evangelios nos brindan vislumbres de la autoconciencia de Jesús y su misión divina. El relato de Jesús en el Templo a los doce años, que se encuentra en Lucas 2:41-52, es particularmente revelador. Aquí, Jesús es encontrado por sus padres, María y José, interactuando con los maestros en el Templo, asombrándolos con su entendimiento. Cuando su madre le pregunta, Jesús responde: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tenía que estar en la casa de mi Padre?" (Lucas 2:49, NVI). Esta respuesta indica una temprana conciencia de su relación única con Dios, a quien llama su Padre.

Sin embargo, la plena realización de su identidad como el Hijo de Dios probablemente se desarrolló progresivamente. Los teólogos a menudo discuten el concepto de la "auto-vaciamiento" o "kenosis" de Jesús, basado en Filipenses 2:6-7, que dice que Jesús, "siendo en naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse; más bien, se hizo nada al tomar la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres." Este pasaje sugiere que, aunque Jesús retuvo su naturaleza divina, voluntariamente limitó ciertos aspectos de su conocimiento y poder divinos durante su vida terrenal.

El bautismo de Jesús por Juan el Bautista marca un momento significativo en su ministerio público y su autocomprensión. Como se registra en Mateo 3:16-17, "Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo dijo: 'Este es mi Hijo amado; en él me complazco.'" Esta afirmación divina no solo declara públicamente la identidad de Jesús, sino que también refuerza su misión y propósito. El descenso del Espíritu Santo y la voz de Dios el Padre sirven como una poderosa confirmación de su filiación divina.

Las tentaciones de Jesús en el desierto iluminan aún más su autoconciencia. En Mateo 4:1-11, Satanás desafía la identidad de Jesús, diciendo: "Si eres el Hijo de Dios..." Las respuestas de Jesús, basadas en las Escrituras, demuestran su profundo entendimiento de su misión y su dependencia de la palabra de Dios. Su negativa a usar indebidamente su poder divino o a poner a prueba a Dios revela un profundo reconocimiento de su papel y la naturaleza de su filiación.

A lo largo de su ministerio, Jesús habla frecuentemente de su relación única con el Padre. En Juan 5:19-23, Jesús dice: "Muy verdaderamente les digo, el Hijo no puede hacer nada por sí mismo; solo puede hacer lo que ve hacer al Padre, porque todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace." Este pasaje no solo destaca la conciencia de Jesús de su identidad divina, sino también su íntima comunión con el Padre. Sus obras, enseñanzas y milagros fluyen de esta relación.

La transfiguración de Jesús, descrita en Mateo 17:1-8, proporciona otro momento significativo de revelación divina. Jesús, junto con Pedro, Santiago y Juan, asciende a una montaña alta donde se transfigura ante ellos. Su rostro brilla como el sol, y sus ropas se vuelven tan blancas como la luz. Moisés y Elías aparecen, hablando con Jesús. Luego, una nube brillante los cubre, y una voz desde la nube dice: "Este es mi Hijo amado; en él me complazco. ¡Escúchenlo!" Este evento no solo refuerza la identidad divina de Jesús, sino que también prefigura su resurrección y glorificación.

El Evangelio de Juan ofrece profundos conocimientos sobre la autocomprensión de Jesús a través de sus declaraciones "Yo soy". En Juan 8:58, Jesús declara: "Muy verdaderamente les digo, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!" Esta declaración evoca la auto-revelación de Dios a Moisés en Éxodo 3:14, donde Dios dice: "YO SOY EL QUE SOY." Al usar este nombre divino, Jesús se identifica inequívocamente con el Dios de Israel, afirmando su preexistencia y divinidad.

Además, la oración de Jesús en Getsemaní, registrada en Mateo 26:36-46, revela su lucha humana y su sumisión divina. Él ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres." Esta oración demuestra su plena conciencia del sufrimiento que está a punto de soportar y su sumisión voluntaria a la voluntad del Padre. Su obediencia hasta la muerte, incluso muerte en una cruz, como se describe en Filipenses 2:8, revela la profundidad de su autocomprensión y su compromiso con su misión redentora.

La resurrección y ascensión de Jesús confirman aún más su identidad como el Hijo de Dios. Romanos 1:4 dice que Jesús "fue declarado con poder ser el Hijo de Dios por su resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor." La resurrección vindica las afirmaciones de Jesús y revela su victoria sobre el pecado y la muerte. Su ascensión a la diestra del Padre significa su exaltación y la culminación de su misión terrenal.

Los Padres de la Iglesia primitiva también reflexionaron profundamente sobre la autoconciencia de Jesús. San Atanasio, en su obra seminal "Sobre la Encarnación," enfatiza la unidad de las naturalezas divina y humana de Jesús. Argumenta que Jesús, siendo plenamente divino, poseía una conciencia intrínseca de su identidad, incluso mientras experimentaba el crecimiento y desarrollo humano. De manera similar, San Agustín, en sus escritos, subraya el misterio de la Encarnación, donde Jesús, el Verbo eterno, tomó carne humana y vivió entre nosotros.

Los teólogos contemporáneos continúan explorando este misterio. Hans Urs von Balthasar, en sus reflexiones teológicas, habla de la misión de Jesús como arraigada en su relación filial con el Padre. Él enfatiza que la autocomprensión de Jesús es inseparable de su amor y obediencia al Padre. N.T. Wright, en sus obras históricas y teológicas, destaca el contexto judío del ministerio de Jesús y su autoidentificación como el Mesías y el Hijo de Dios.

En resumen, la autoconciencia de Jesús como el Hijo de Dios es un misterio profundo y multifacético. Está arraigada en su relación única con el Padre, afirmada a través de la revelación divina y demostrada a través de sus palabras, obras y sacrificio último. Los relatos bíblicos, las ideas de los Padres de la Iglesia primitiva y las reflexiones de los teólogos contemporáneos contribuyen a nuestra comprensión de esta profunda verdad. Jesús, plenamente divino y plenamente humano, vivió su identidad como el Hijo de Dios en perfecta obediencia y amor, revelando el corazón del Padre y cumpliendo la obra de redención para toda la humanidad.

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