La cuestión de si Jesús es considerado tanto un profeta como Dios según la Biblia es una cuestión profunda que toca el corazón mismo de la teología cristiana y la cristología. Para responder a esto, debemos adentrarnos en los textos bíblicos para entender cómo se presenta a Jesús en estos roles y cómo se reconcilian estos roles dentro de la doctrina cristiana.
Jesús como Profeta
El papel de un profeta en la tradición bíblica es el de alguien que habla en nombre de Dios, entregando mensajes y, a menudo, llamando a las personas a la fidelidad y la rectitud. En el Antiguo Testamento, profetas como Moisés, Isaías y Jeremías eran vistos como portavoces de Dios, entregando revelaciones divinas al pueblo de Israel.
En el Nuevo Testamento, Jesús es efectivamente representado como un profeta. En el Evangelio de Mateo, Jesús se refiere a sí mismo de esta manera cuando dice: "Un profeta no es sin honra sino en su propia tierra y en su propia casa" (Mateo 13:57, NVI). Esta declaración alinea a Jesús con la tradición profética, reconociendo su papel como mensajero de Dios.
Además, en el Evangelio de Lucas, vemos un reconocimiento explícito de Jesús como profeta por parte de otros. Después de que Jesús resucita al hijo de la viuda en Naín, la multitud exclama: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros" (Lucas 7:16, NVI). Esto refleja la comprensión del pueblo sobre las obras milagrosas de Jesús como signos de su papel profético.
Sin embargo, el papel profético de Jesús es único. A diferencia de otros profetas, Jesús no solo entrega el mensaje de Dios, sino que lo encarna. Proclama la venida del reino de Dios, no solo como una realidad distante, sino como algo inaugurado a través de su propio ministerio y presencia.
Jesús como Dios
El Nuevo Testamento también presenta a Jesús como divino, un concepto que es central para la creencia cristiana. Esto se articula más claramente en el Evangelio de Juan, donde los versículos iniciales declaran: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1, NVI). El "Verbo" aquí se refiere a Jesús, indicando su preexistencia y divinidad.
Más adelante en Juan, Jesús hace varias declaraciones de "Yo soy", que evocan el nombre divino revelado a Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3:14). Por ejemplo, Jesús declara: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6, NVI), y "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25, NVI). Estas declaraciones no son meramente afirmaciones de autoridad profética, sino afirmaciones de identidad divina.
Además, el apóstol Pablo afirma la divinidad de Jesús en sus cartas. En Colosenses, Pablo escribe: "Porque en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Colosenses 2:9, NVI), enfatizando que Jesús es completamente Dios.
Reconciliando los Roles
Los roles duales de Jesús como profeta y Dios se reconcilian en la doctrina de la Encarnación, que sostiene que Jesús es tanto completamente humano como completamente divino. Esta doctrina es una piedra angular de la teología cristiana, articulada en el Credo de Nicea, que afirma que Jesús es "Dios verdadero de Dios verdadero" y "se encarnó por obra del Espíritu Santo y de la virgen María, y se hizo hombre".
La Encarnación significa que Jesús, en su humanidad, cumple el papel de profeta, hablando la verdad de Dios y revelando la voluntad de Dios. Pero como Dios encarnado, es más que un profeta. Es la revelación última de Dios, aquel en quien habita toda la plenitud de Dios.
Esta identidad dual de Jesús también se refleja en sus obras. Como profeta, enseña, sana y realiza milagros. Como Dios, perdona pecados, manda a la naturaleza y, en última instancia, a través de su muerte y resurrección, redime a la humanidad.
Perspectivas Históricas y Teológicas
A lo largo de la historia cristiana, los teólogos han luchado por entender y articular la naturaleza de Jesús. Los primeros concilios de la iglesia, como el Concilio de Calcedonia en 451 d.C., fueron fundamentales para afirmar que Jesús es una persona con dos naturalezas, divina y humana, sin confusión ni división.
C.S. Lewis, en su libro "Mero Cristianismo", argumentó famosamente que Jesús debe ser entendido como un lunático, un mentiroso o el Señor, rechazando la noción de que Jesús podría ser meramente un gran maestro moral. Lewis enfatizó la naturaleza radical de las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo, que obligan a tomar una decisión sobre su identidad divina.
Implicaciones Bíblicas
Entender a Jesús como profeta y Dios tiene implicaciones significativas para la fe y la práctica cristiana. Significa que las enseñanzas de Jesús no son solo palabras sabias para admirar, sino mandamientos divinos para seguir. Su vida no es solo un ejemplo a emular, sino el medio por el cual los creyentes son reconciliados con Dios.
Además, reconocer a Jesús como Dios invita a los creyentes a una relación con Él que es personal y transformadora. Les asegura su poder para salvar y su presencia en sus vidas, como se promete en la Gran Comisión: "Y ciertamente yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20, NVI).
Conclusión
En conclusión, la Biblia presenta efectivamente a Jesús como profeta y Dios. Estos roles no son contradictorios, sino complementarios, revelando la plenitud de quién es Jesús. Como profeta, habla la verdad de Dios; como Dios, encarna esa verdad. Esta identidad dual es central para la comprensión cristiana de Jesús y es fundamental para la fe y la teología cristianas. A través del lente de la Encarnación, los creyentes pueden apreciar la profundidad y el misterio de la identidad de Jesús y su profunda importancia para sus vidas.