¿Es Jesús Dios?

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La cuestión de si Jesús es Dios es una de las preguntas más profundas y cruciales en la teología cristiana. Para abordar adecuadamente esta pregunta, debemos adentrarnos en las Escrituras, examinar los credos históricos y considerar las implicaciones teológicas de la naturaleza y obra de Cristo.

El Nuevo Testamento ofrece numerosos pasajes que afirman la divinidad de Jesucristo. Una de las declaraciones más directas se encuentra en el Evangelio de Juan. Los versículos iniciales dicen: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1, ESV). Este pasaje identifica inequívocamente a Jesús (el Verbo) como Dios. Además, Juan 1:14 afirma que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros", indicando que Jesús, quien es Dios, asumió la naturaleza humana.

Otro pasaje significativo es Juan 10:30, donde Jesús declara: "Yo y el Padre uno somos". Esta declaración fue entendida por sus contemporáneos como una afirmación de divinidad, como lo evidencia su reacción: "Los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo" (Juan 10:31, ESV). Lo acusaron de blasfemia, diciendo: "porque tú, siendo hombre, te haces Dios" (Juan 10:33, ESV). La afirmación de Jesús de unidad con el Padre va más allá de un mero acuerdo o armonía; implica una unidad esencial en naturaleza y esencia.

El apóstol Pablo también proporciona evidencia sustancial de la divinidad de Jesús. En Colosenses 2:9, Pablo escribe: "Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad". Este versículo afirma que Jesús no es meramente un reflejo de Dios o un agente divino, sino que encarna la plenitud de Dios en forma humana. De manera similar, en Filipenses 2:6-7, Pablo describe a Jesús como "quien, siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (NVI). Este pasaje destaca tanto la divinidad como la humildad de Cristo, quien, aunque plenamente Dios, eligió hacerse plenamente humano.

El autor de Hebreos también contribuye a nuestra comprensión de la divinidad de Jesús. Hebreos 1:3 dice: "Él es el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de su sustancia, y sustenta todas las cosas con la palabra de su poder". Esta descripción subraya la naturaleza única y divina de Jesús, retratándolo como la representación perfecta del ser de Dios y el sustentador de toda la creación.

La iglesia primitiva luchó con la naturaleza de Cristo, lo que llevó a la formulación de la doctrina de la Trinidad y la afirmación de la divinidad de Jesús en el Credo de Nicea (AD 325). El Credo dice: "Creemos en un solo Señor, Jesucristo, el único Hijo de Dios, engendrado eternamente del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, de la misma naturaleza que el Padre". Este credo fue una respuesta a varias herejías que negaban la plena divinidad de Cristo, como el arrianismo, que postulaba que Jesús era un ser creado y no coeterno con el Padre.

La doctrina de la Trinidad, aunque no nombrada explícitamente en las Escrituras, es una construcción teológica que nos ayuda a entender la naturaleza compleja de Dios tal como se revela en la Biblia. La Trinidad postula que Dios existe como tres personas—Padre, Hijo y Espíritu Santo—que son co-iguales, co-eternas y de una sola esencia. Esta comprensión se deriva de varios pasajes bíblicos que hablan del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en términos divinos y en unidad relacional. Por ejemplo, la Gran Comisión en Mateo 28:19 instruye a los creyentes a bautizar "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", indicando una comprensión trinitaria de Dios.

Además, las propias acciones y afirmaciones de Jesús apoyan aún más su divinidad. Él perdonó pecados (Marcos 2:5-7), lo cual, según la creencia judía, solo Dios podía hacer. Él aceptó adoración (Mateo 14:33; Juan 9:38), que solo se debe a Dios. Él afirmó existencia eterna, diciendo: "Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:58, ESV), invocando el nombre divino revelado a Moisés en Éxodo 3:14. Estas acciones y afirmaciones no eran las de un mero profeta o maestro, sino de alguien que poseía autoridad e identidad divinas.

La importancia teológica de que Jesús sea Dios no puede ser subestimada. Si Jesús no fuera divino, su muerte en la cruz no tendría el valor infinito necesario para expiar los pecados de la humanidad. Solo Dios podría soportar el peso del pecado del mundo y proporcionar un sacrificio perfecto y suficiente. La resurrección de Jesús atestigua aún más su divinidad, ya que demuestra su victoria sobre la muerte y su poder para otorgar vida eterna a quienes creen en él.

En conclusión, la evidencia bíblica, el testimonio de la iglesia primitiva y la necesidad teológica convergen para afirmar que Jesús es, de hecho, Dios. Esta verdad es fundamental para la fe y práctica cristiana, moldeando nuestra comprensión de la salvación, la adoración y la naturaleza de Dios. Al contemplar el misterio de la Encarnación—que Dios se hizo hombre en la persona de Jesucristo—nos sentimos atraídos a una mayor admiración y reverencia por Aquel que nos amó tanto que entró en nuestro mundo para redimirnos.

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