La cuestión de si alguien ha visto a Dios según la Biblia es profunda y se adentra en la naturaleza misma de Dios y la relación de la humanidad con lo divino. La Biblia presenta una respuesta matizada y multifacética a esta pregunta, reflejando tanto la trascendencia como la inmanencia de Dios.
Para empezar, la Biblia deja claro que Dios es espíritu y, en su esencia, invisible. Juan 4:24 declara: "Dios es espíritu, y sus adoradores deben adorar en espíritu y en verdad". Esta naturaleza espiritual de Dios implica que Él no posee una forma física que pueda ser vista con ojos humanos. Además, 1 Timoteo 1:17 se refiere a Dios como "el Rey eterno, inmortal, invisible, el único Dios", subrayando su invisibilidad y trascendencia.
Sin embargo, la Biblia también contiene relatos de individuos que han tenido encuentros con Dios. Estos encuentros varían en naturaleza y forma, sugiriendo que, aunque la esencia de Dios permanece invisible, Él se ha revelado de maneras perceptibles para los seres humanos.
Uno de los ejemplos más significativos de tal encuentro se encuentra en el Antiguo Testamento con Moisés. En Éxodo 33:18-23, Moisés pide ver la gloria de Dios. Dios responde diciendo: "Haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré mi nombre, el Señor, en tu presencia. Tendré misericordia de quien tendré misericordia, y tendré compasión de quien tendré compasión. Pero", dijo, "no puedes ver mi rostro, porque nadie puede verme y vivir". Dios entonces coloca a Moisés en una hendidura de una roca y lo cubre con su mano hasta que haya pasado. A Moisés se le permite ver la espalda de Dios, pero no su rostro. Este pasaje ilustra que, aunque Moisés tuvo un encuentro profundo con Dios, fue limitado en alcance. La visión directa del rostro de Dios, que representa su plena gloria, no era posible para un ser humano soportar.
Otro caso notable es la visión de Isaías en Isaías 6:1-5. Isaías describe ver "al Señor, alto y exaltado, sentado en un trono; y el borde de su manto llenaba el templo". A pesar de esta visión, Isaías es muy consciente de su indignidad y pecaminosidad en la presencia de Dios, exclamando: "¡Ay de mí! ¡Estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, el Señor Todopoderoso". Aquí, la visión de Isaías es más una teofanía, una manifestación visible de Dios, que una visión directa de la esencia de Dios.
En el Nuevo Testamento, el tema de ver a Dios adquiere una nueva dimensión con la encarnación de Jesucristo. Juan 1:18 dice: "Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que es Dios y que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer". Este versículo resume la creencia cristiana de que Jesús, como el Hijo de Dios, revela al Padre a la humanidad. El mismo Jesús dice en Juan 14:9: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". A través de Jesús, Dios se vuelve accesible y conocible de una manera que no era posible antes. Su vida, enseñanzas, muerte y resurrección proporcionan una comprensión tangible y relacional de Dios.
Además, en el Nuevo Testamento, está el relato del apóstol Pablo, quien tuvo un encuentro dramático con el Cristo resucitado en el camino a Damasco. En Hechos 9:3-6, Pablo (entonces Saulo) ve una luz del cielo y escucha la voz de Jesús. Aunque esto no es una visión directa de la esencia de Dios, es un encuentro poderoso con la presencia divina que transforma la vida y misión de Pablo.
La Biblia también habla de un tiempo futuro en el que los fieles verán a Dios. En Mateo 5:8, Jesús dice: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios". Esta bienaventuranza apunta a una promesa futura de ver a Dios, que se elabora más en 1 Juan 3:2: "Queridos amigos, ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos aún no se ha manifestado. Pero sabemos que cuando Cristo aparezca, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es". El cumplimiento último de ver a Dios es, por lo tanto, escatológico, reservado para el tiempo en que los creyentes sean transformados y plenamente reconciliados con Dios.
Los teólogos cristianos han reflexionado profundamente sobre estos temas bíblicos. Por ejemplo, en su obra "La Ciudad de Dios", Agustín discute la visión beatífica, la comunicación directa y última de Dios al individuo. Argumenta que en la vida eterna, los redimidos verán a Dios "cara a cara" (1 Corintios 13:12), una visión que trae perfecta felicidad y plenitud.
Además, Tomás de Aquino, en su "Suma Teológica", explora la naturaleza de ver a Dios. Distingue entre ver la esencia de Dios y ver a Dios a través de sus efectos o manifestaciones. Aquino afirma que, aunque ningún intelecto creado puede ver la esencia de Dios por su propio poder natural, la visión beatífica es concedida por la gracia de Dios.
En resumen, la Biblia presenta una imagen compleja respecto a la cuestión de ver a Dios. Aunque la esencia de Dios permanece invisible y más allá de la capacidad de la vista humana, Él se ha revelado de diversas maneras a lo largo de la historia. Estas revelaciones incluyen teofanías, visiones y, de manera suprema, la encarnación de Jesucristo. La promesa de ver a Dios es también una esperanza futura para los creyentes, una que se realizará plenamente en el cumplimiento escatológico del reino de Dios. Esta comprensión multifacética invita a los creyentes a buscar una relación más profunda con Dios, sabiendo que, aunque su plena gloria está más allá de nuestra comprensión actual, Él se ha dado a conocer de maneras que son transformadoras y redentoras.