La expiación, una doctrina cristiana fundamental, influye profundamente en la vida diaria de los creyentes. Arraigada en la muerte sacrificial de Jesucristo en la cruz, la expiación es el medio por el cual la humanidad se reconcilia con Dios, habiendo sido separada por el pecado. Esta reconciliación no es meramente una abstracción teológica, sino una realidad dinámica que moldea y transforma las experiencias y acciones cotidianas de los cristianos.
Para apreciar cómo la expiación afecta la vida diaria cristiana, es esencial entender su naturaleza e implicaciones. Teológicamente, la expiación se refiere al acto mediante el cual Jesucristo, a través de Su muerte, satisfizo los requisitos de la justicia de Dios, permitiendo el perdón de los pecados para todos los que creen en Él. Esto se captura vívidamente en escrituras como Romanos 3:25, donde Pablo afirma que Dios presentó a Cristo como un sacrificio de expiación, mediante el derramamiento de Su sangre, para ser recibido por fe.
El primer y quizás más profundo impacto de la expiación en la vida diaria de un creyente es la transformación de su identidad. En 2 Corintios 5:17, Pablo escribe: "Por lo tanto, si alguno está en Cristo, nueva criatura es: ¡Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha llegado!" Esta nueva identidad está arraigada en la obra expiatoria de Cristo. Los cristianos no son meramente versiones mejoradas de sus antiguos yo; son nuevas creaciones, fundamentalmente transformadas porque sus pecados han sido expiados y ahora están en una relación correcta con Dios.
Esta nueva identidad influye en cómo los creyentes se ven a sí mismos y su valor. Saber que son valorados lo suficiente como para que Cristo muriera por ellos puede traer un profundo sentido de valor y propósito. Esto impacta las interacciones y decisiones diarias, ya que las acciones del creyente provienen de un lugar de identidad valorada en lugar de una búsqueda de auto-validación.
La expiación también afecta la vida diaria cristiana al moldear comportamientos morales y éticos. Tito 2:11-14 explica que la gracia de Dios, que trae salvación, nos enseña a decir "No" a la impiedad y a las pasiones mundanas y a vivir vidas autocontroladas, rectas y piadosas. El sacrificio de Cristo no solo limpia a los cristianos del pecado, sino que también los capacita para resistir el pecado y vivir rectamente. Esto no se trata de adherirse a un conjunto de reglas, sino de una respuesta sincera al amor y sacrificio de Jesús.
En términos prácticos, esto podría parecer elegir la honestidad sobre el engaño, el perdón sobre guardar rencor, o la generosidad sobre el egoísmo. Las decisiones diarias están influenciadas por la comprensión del creyente de que sus acciones honran o deshonran el sacrificio hecho en su nombre.
Las implicaciones de la expiación se extienden más allá del individuo a la comunidad cristiana. Efesios 2:13-14 habla de cómo la sangre de Cristo ha derribado el muro de hostilidad que separaba a judíos y gentiles, creando una nueva humanidad. Esta unidad es un resultado directo de la expiación, que reconcilia no solo a los individuos con Dios, sino también a los individuos entre sí.
En la vida diaria, esto significa que los cristianos están llamados a vivir en perdón, paz y unidad unos con otros. Los conflictos, aunque inevitables, deben resolverse a través del lente de la obra expiatoria de Cristo, recordando que Cristo perdonó mucho y, por lo tanto, así deben hacerlo Sus seguidores. Esto afecta cómo los creyentes interactúan dentro de las familias, iglesias e incluso con los no creyentes, promoviendo una vida de paz y reconciliación.
La expiación influye profundamente en la vida de adoración de un cristiano. Hebreos 10:19-22 anima a los creyentes a acercarse a Dios con un corazón sincero y con la plena seguridad que trae la fe, teniendo nuestros corazones rociados para limpiarnos de una conciencia culpable. La adoración no es solo una actividad semanal, sino un estilo de vida diario de expresar gratitud y adoración por el sacrificio de Jesús. Esta gratitud no se limita a canciones y oraciones, sino que se expresa en todos los aspectos de la vida, reconociendo la bondad de Dios en cada circunstancia.
Finalmente, la doctrina de la expiación obliga a los cristianos a ser testigos del amor y sacrificio de Cristo. Comprender que Jesús murió por los pecados del mundo motiva a los creyentes a compartir esta buena noticia con otros. Hechos 1:8 llama a los cristianos a ser testigos, empoderados por el Espíritu Santo. Este testimonio no es solo a través de palabras, sino a través de una vida que refleja el poder transformador de la expiación.
En conclusión, la expiación no es solo una doctrina para ser entendida; es una realidad para ser vivida. Cambia fundamentalmente la identidad de un creyente, influye en las decisiones morales y éticas, moldea las interacciones comunitarias, enriquece la adoración y alimenta la misión de testimonio. Cada uno de estos aspectos demuestra que la expiación está profundamente entrelazada en el tejido de la vida diaria cristiana, convirtiéndola en una verdad poderosa y transformadora que continuamente moldea y guía el viaje del creyente.