La cuestión de cómo Dios creó el mundo y la humanidad es una que ha intrigado a teólogos, eruditos y creyentes durante siglos. La narrativa de la creación es fundamental para la fe cristiana, proporcionando un marco para entender la naturaleza de Dios, Su relación con la humanidad y el propósito de la creación misma. Como pastor cristiano no denominacional, exploraré este profundo tema examinando el relato bíblico, reflexionando sobre interpretaciones teológicas y considerando las implicaciones para nuestra fe hoy en día.
La fuente principal para entender la creación del mundo y la humanidad es la Biblia, específicamente el libro de Génesis. Génesis 1:1-2:3 presenta un relato majestuoso y poético de la creación, estructurado en un marco de siete días. La narrativa comienza con una declaración profunda: "En el principio, Dios creó los cielos y la tierra" (Génesis 1:1, ESV). Este versículo inicial establece el escenario para toda la historia bíblica, afirmando que Dios es la fuente última de todo lo que existe.
El relato de la creación se desarrolla en una serie de seis días de actividad creativa, seguidos por un séptimo día de descanso. Cada día está marcado por un pronunciamiento divino, "Y dijo Dios," seguido por el cumplimiento de Su mandato, "y fue así." Este patrón enfatiza el poder y la autoridad de la palabra de Dios al traer el universo a la existencia.
En el primer día, Dios crea la luz, separándola de la oscuridad y estableciendo el ciclo de día y noche (Génesis 1:3-5). Este acto de separación y ordenamiento es un tema recurrente en la narrativa de la creación, reflejando la intención de Dios de traer armonía y estructura al cosmos.
El segundo día implica la creación del cielo, ya que Dios separa las aguas de arriba de las aguas de abajo (Génesis 1:6-8). Esta separación crea un espacio habitable para los futuros habitantes de la tierra.
En el tercer día, Dios reúne las aguas de abajo en un solo lugar, permitiendo que aparezca la tierra seca. Luego ordena a la tierra que produzca vegetación, plantas que den semillas y árboles frutales que den fruto (Génesis 1:9-13). Este día destaca la provisión de Dios y la fertilidad de la tierra, preparando el escenario para el sustento de la vida.
El cuarto día ve la creación del sol, la luna y las estrellas para gobernar el día y la noche y servir como señales para estaciones, días y años (Génesis 1:14-19). Estos cuerpos celestes no solo proporcionan luz, sino que también establecen los ritmos del tiempo, subrayando la soberanía de Dios sobre la creación.
En el quinto día, Dios llena las aguas con criaturas vivientes y el cielo con aves. Los bendice, ordenándoles que sean fructíferos y se multipliquen (Génesis 1:20-23). Esta bendición revela el deseo de Dios por la abundancia y el florecimiento de la vida.
El sexto día es particularmente significativo, ya que culmina con la creación de los animales terrestres y, en última instancia, de la humanidad. Dios crea ganado, reptiles y bestias de la tierra, cada uno según su especie (Génesis 1:24-25). Luego, en un consejo divino, Dios dice: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Génesis 1:26, ESV). Este lenguaje plural ha sido interpretado de varias maneras, pero a menudo se entiende como un reflejo de la Trinidad—Padre, Hijo y Espíritu Santo—trabajando juntos en el acto de la creación.
Dios crea a la humanidad, hombre y mujer, a Su propia imagen (Génesis 1:27). Este concepto del imago Dei, o la imagen de Dios, es fundamental para la antropología cristiana. Significa que los humanos son únicos entre todas las criaturas, dotados de racionalidad, moralidad, creatividad y la capacidad de relacionarse con Dios y entre sí. Dios los bendice y les da dominio sobre la tierra, instruyéndolos a ser fructíferos, multiplicarse y llenar la tierra (Génesis 1:28). Este mandato establece el papel de la humanidad como administradores de la creación, responsables de cuidar y cultivar el mundo.
El séptimo día marca la finalización del trabajo creativo de Dios. Dios descansa, no porque esté cansado, sino para establecer un patrón de trabajo y descanso para que la humanidad lo siga (Génesis 2:1-3). Este descanso sabático es una señal del pacto de Dios con la creación, invitando a los humanos a entrar en Su descanso y disfrutar de los frutos de Su labor.
El segundo capítulo de Génesis proporciona un relato más detallado de la creación de la humanidad, enfocándose en la naturaleza íntima y personal del acto creativo de Dios. Dios forma a Adán del polvo de la tierra y sopla en sus narices el aliento de vida, haciéndolo un ser viviente (Génesis 2:7). Este acto de aliento divino significa la relación especial entre Dios y la humanidad, así como la dimensión espiritual de la existencia humana.
Dios coloca a Adán en el Jardín del Edén, un paraíso exuberante y fértil, para que lo trabaje y lo cuide (Génesis 2:15). Luego crea a Eva de la costilla de Adán, enfatizando la igualdad y complementariedad del hombre y la mujer (Génesis 2:21-22). La creación de Eva destaca la importancia de la compañía humana y la institución del matrimonio, ya que Adán exclama: "Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Génesis 2:23, ESV).
Las implicaciones teológicas de la narrativa de la creación son profundas. En primer lugar, revela la soberanía y creatividad de Dios. Como Creador, Dios es trascendente, existiendo fuera del tiempo y el espacio, pero también es inmanente, íntimamente involucrado en Su creación. La naturaleza ordenada y con propósito de la creación refleja la sabiduría y bondad de Dios.
La creación de la humanidad a imagen de Dios afirma la dignidad y el valor inherentes de cada persona. Nos desafía a reconocer el valor de la vida humana y a tratar a los demás con respeto y amor. El imago Dei también nos llama a reflejar el carácter de Dios en nuestras acciones, encarnando Su justicia, misericordia y compasión.
El mandato de administrar la creación subraya nuestra responsabilidad de cuidar el medio ambiente y usar los recursos de la tierra sabiamente. Nos llama a vivir de manera sostenible, reconociendo que somos parte de un ecosistema más grande y que nuestras acciones tienen consecuencias para las generaciones futuras.
La narrativa de la creación también establece el escenario para el drama en desarrollo de la redención. La entrada del pecado en el mundo, como se describe en Génesis 3, provoca una ruptura en la relación entre Dios, la humanidad y la creación. Sin embargo, la promesa de un Salvador, prefigurada en Génesis 3:15, apunta al plan de Dios para restaurar y renovar Su creación a través de Jesucristo.
Al reflexionar sobre la teología de la creación, es importante considerar las ideas de la tradición y la erudición cristiana. Los padres de la iglesia primitiva, como Agustín y Atanasio, enfatizaron la bondad de la creación y la centralidad del imago Dei. Los reformadores protestantes, incluidos Martín Lutero y Juan Calvino, afirmaron la autoridad de las Escrituras y la doctrina de la creación ex nihilo, o creación de la nada.
Los teólogos contemporáneos continúan explorando las implicaciones de la narrativa de la creación para cuestiones como la ética ambiental, la identidad humana y la relación entre la ciencia y la fe. Teólogos como Jürgen Moltmann y N.T. Wright han contribuido a una comprensión más profunda de la creación como una expresión del amor de Dios y un anticipo de la nueva creación por venir.
En conclusión, el relato bíblico de la creación revela a un Dios que es tanto poderoso como personal, un Creador que se deleita en Su obra y que invita a la humanidad a compartir Su propósito creativo. La teología de la creación nos llama a reconocer nuestra identidad como portadores de la imagen de Dios, a administrar la tierra con cuidado y a vivir en armonía unos con otros y con la creación. Al reflexionar sobre la maravilla de la obra creativa de Dios, que seamos inspirados a adorarlo con asombro y gratitud, y a participar en Su misión continua de renovación y restauración.