La cuestión de si Dios creó el mal es una de las preguntas más profundas y desafiantes dentro de la teología cristiana. Para abordar esta pregunta, debemos profundizar en las Escrituras, la tradición teológica y el razonamiento filosófico. Esta exploración nos ayudará a comprender la naturaleza de Dios, la existencia del mal y la interacción entre la soberanía divina y el libre albedrío humano.
En primer lugar, es esencial afirmar la naturaleza de Dios tal como se revela en la Biblia. Las Escrituras consistentemente retratan a Dios como completamente bueno, justo y recto. En 1 Juan 1:5, leemos: "Dios es luz; en él no hay ninguna oscuridad." De manera similar, el Salmo 145:17 declara: "El Señor es justo en todos sus caminos y fiel en todo lo que hace." Estos versículos, entre muchos otros, establecen que la naturaleza de Dios está fundamentalmente en contra del mal.
Dado este entendimiento, se vuelve difícil reconciliar la existencia del mal con la naturaleza de un Dios completamente bueno y omnipotente. Este dilema, a menudo referido como el "problema del mal", ha sido un tema central en el pensamiento cristiano durante siglos. Para abordarlo, debemos considerar el origen y la naturaleza del mal.
La Biblia proporciona algunas ideas sobre el origen del mal, particularmente en la narrativa de la Caída en Génesis 3. Aquí, vemos que el mal entra en el mundo a través de la desobediencia de Adán y Eva, quienes fueron tentados por Satanás. Es crucial notar que Dios no creó a Adán y Eva como seres malvados; más bien, los creó con la capacidad de libre albedrío. Génesis 1:31 dice: "Dios vio todo lo que había hecho, y era muy bueno." Esto incluye a la humanidad, que fue creada a imagen de Dios (Génesis 1:27).
El concepto de libre albedrío es vital para entender la existencia del mal. El libre albedrío es la capacidad de elegir entre diferentes cursos de acción sin impedimentos. Para que el amor y la bondad sean genuinos, deben ser elegidos libremente en lugar de ser forzados. Al dar a la humanidad libre albedrío, Dios permitió la posibilidad de elegir en contra de Su voluntad, que es la esencia del pecado y el mal. C.S. Lewis, en su libro "El problema del dolor", escribe: "Si una cosa es libre para ser buena, también es libre para ser mala. Y el libre albedrío es lo que ha hecho posible el mal."
Sin embargo, esto no significa que Dios sea el autor del mal. Más bien, el mal es una corrupción o privación del bien que Dios creó. Agustín de Hipona, uno de los primeros Padres de la Iglesia, articuló esta idea describiendo el mal no como una sustancia, sino como una falta o ausencia de bien. En su obra "Confesiones", Agustín explica: "Porque el mal no tiene naturaleza positiva; sino que la pérdida del bien ha recibido el nombre de 'mal'." Esta perspectiva nos ayuda a entender que, aunque Dios creó un mundo con el potencial para el mal, no creó el mal en sí mismo.
Además, la presencia del mal en el mundo sirve a un propósito mayor dentro del plan soberano de Dios. Romanos 8:28 nos asegura: "Y sabemos que en todas las cosas Dios trabaja para el bien de aquellos que lo aman, que han sido llamados según su propósito." Aunque esto no implica que el mal sea bueno, sí sugiere que Dios puede sacar bien incluso de circunstancias malas. La historia de José en Génesis 50:20 ilustra este principio: "Ustedes intentaron hacerme daño, pero Dios lo intentó para bien, para lograr lo que ahora se está haciendo, la salvación de muchas vidas."
La respuesta última de Dios al problema del mal se encuentra en la persona y obra de Jesucristo. A través de su vida, muerte y resurrección, Jesús ha derrotado el poder del pecado y el mal. Colosenses 2:15 proclama: "Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos en la cruz." La cruz demuestra el profundo amor y justicia de Dios, ya que Él toma sobre sí mismo las consecuencias del pecado humano y ofrece redención y reconciliación.
La existencia del mal también nos señala hacia la esperanza escatológica de la fe cristiana. La Biblia promete que llegará un momento en que el mal será erradicado y la justicia perfecta de Dios será establecida. Apocalipsis 21:4 nos da un vistazo de esta realidad futura: "Él enjugará toda lágrima de sus ojos. No habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque el orden antiguo ha pasado." Esta esperanza nos asegura que el mal no tiene la última palabra, y el plan final de Dios es restaurar la creación a su bondad original.
En resumen, aunque Dios no creó el mal, creó un mundo con el potencial para el mal al otorgar a la humanidad libre albedrío. El mal es el resultado del mal uso de esta libertad, una corrupción del bien que Dios intentó. Sin embargo, la soberanía y bondad de Dios no se ven socavadas por la presencia del mal. En cambio, Él trabaja a través de él y más allá de él para llevar a cabo sus propósitos redentores. La cruz de Cristo y la promesa de un futuro sin mal ofrecen una profunda esperanza y seguridad a los creyentes mientras navegan por las complejidades de este mundo caído.
Este entendimiento teológico nos llama a confiar en el carácter de Dios y en su plan final, incluso cuando enfrentamos la realidad del mal. Nos anima a vivir fielmente, buscando alinear nuestras voluntades con la de Dios y participar en su obra redentora en el mundo. Al hacerlo, damos testimonio de la verdad de que la bondad y el amor de Dios finalmente prevalecerán sobre todas las formas de mal.