La Biblia está repleta de pasajes que abordan la realidad de que no todos llegarán a creer en el mensaje del Evangelio. Este tema está entretejido a lo largo de ambos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, subrayando la persistente tendencia humana a resistir la verdad divina y la soberanía de Dios en el asunto de la creencia. Al explorar estas escrituras, veremos un mensaje consistente: a pesar de la oferta universal de salvación a través de Jesucristo, no todos la aceptarán.
Una de las referencias más explícitas a esta realidad se encuentra en las enseñanzas del propio Jesús. En el Evangelio de Mateo, Jesús cuenta la Parábola del Sembrador (Mateo 13:1-23). En esta parábola, Jesús describe a un sembrador que esparce semillas en diferentes tipos de suelo, cada uno representando diferentes respuestas a la Palabra de Dios. Algunas semillas caen en el camino y son comidas por los pájaros, otras caen en terreno pedregoso y se marchitan porque no tienen raíz, algunas caen entre espinos y son ahogadas, pero algunas caen en buena tierra y producen una cosecha abundante. Jesús explica que la semilla representa la Palabra de Dios, y los diferentes suelos representan las diferentes maneras en que las personas la reciben. Esta parábola destaca que no todos los que escuchan el Evangelio creerán y darán fruto.
Jesús elabora más sobre esto en Mateo 7:13-14, donde dice: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan." Este pasaje contrasta marcadamente el camino ancho que muchos siguen, que lleva a la destrucción, con el camino estrecho que pocos encuentran, que lleva a la vida. Enfatiza la verdad sobria de que la mayoría de las personas no elegirán el camino de la fe.
El apóstol Pablo también aborda el tema de la incredulidad en sus cartas. En Romanos 10:16, Pablo lamenta: "Pero no todos los israelitas aceptaron las buenas nuevas. Porque Isaías dice: 'Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje?'" Aquí, Pablo está citando Isaías 53:1, que subraya la realidad histórica de que incluso entre el pueblo elegido de Dios, había una incredulidad generalizada. Pablo explora más este tema en Romanos 11:7-8, afirmando: "¿Qué, pues? Israel no ha alcanzado lo que buscaba; pero los elegidos lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos, como está escrito: 'Dios les dio un espíritu de estupor, ojos que no ven y oídos que no oyen, hasta el día de hoy.'"
En Juan 12:37-40, el apóstol Juan proporciona un comentario conmovedor sobre la incredulidad de la gente a pesar de los signos milagrosos de Jesús: "A pesar de que Jesús había hecho tantas señales en su presencia, no creían en él. Esto fue para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías: 'Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje y a quién se le ha revelado el brazo del Señor?' Por esta razón no podían creer, porque, como dice Isaías en otro lugar: 'Él ha cegado sus ojos y endurecido sus corazones, para que no vean con sus ojos, ni entiendan con sus corazones, ni se conviertan, y yo los sanaría.'"
Estos pasajes ilustran colectivamente un concepto teológico profundo: la interacción entre la soberanía divina y la responsabilidad humana. Aunque el Evangelio se ofrece libremente a todos, la Biblia reconoce que la creencia es, en última instancia, un don de Dios. Efesios 2:8-9 dice: "Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." Esto subraya que la fe misma es un don divino, y no todos la recibirán.
Además, la Biblia habla de la realidad de la ceguera espiritual y la dureza de corazón, que impiden a muchos llegar a la fe. 2 Corintios 4:3-4 dice: "Y si nuestro evangelio está aún velado, entre los que se pierden está velado; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios." Este pasaje atribuye la incredulidad a la influencia cegadora de Satanás, el "dios de este siglo," que trabaja activamente para oscurecer la verdad del Evangelio.
Además, el propio Jesús reconoce la dificultad de creer en Juan 6:44, diciendo: "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final." Esta declaración destaca la necesidad de la intervención divina para que alguien llegue a la fe. No es meramente una cuestión de decisión humana, sino que requiere el poder atrayente del Padre.
El concepto de un remanente—un pequeño grupo fiel dentro de una población mayor infiel—es otro tema bíblico que subraya la realidad de que no todos creerán. En Romanos 11:5, Pablo escribe: "Así también, en este tiempo presente hay un remanente escogido por gracia." Esta idea de un remanente está arraigada en el Antiguo Testamento, donde profetas como Isaías y Elías hablan de unos pocos fieles que permanecen fieles a Dios en medio de una apostasía generalizada (Isaías 10:20-22; 1 Reyes 19:18).
C.S. Lewis, en su libro "Mero Cristianismo," toca el misterio de la creencia y la incredulidad. Escribe: "Cuando estás discutiendo contra Él, estás discutiendo contra el mismo poder que te permite discutir en absoluto: es como cortar la rama en la que estás sentado." Esta analogía captura la paradoja de la resistencia humana a Dios, incluso cuando somos sostenidos por Su propio poder.
En resumen, la Biblia enseña claramente que no todos creerán en el Evangelio. Esto es evidente en las enseñanzas de Jesús, los escritos de Pablo y la narrativa más amplia de las Escrituras. Las razones de la incredulidad son multifacéticas, incluyendo la ceguera espiritual, la dureza de corazón y la necesidad de intervención divina para que alguien llegue a la fe. Esta realidad llama a los creyentes a una postura de humildad y dependencia de la gracia de Dios, así como a un compromiso de proclamar fielmente el Evangelio, confiando en que Dios atraerá a aquellos que ha elegido para Sí mismo.