La justificación es un concepto fundamental en la teología cristiana, crucial para las doctrinas que sustentan la narrativa de la salvación central en la fe cristiana. Para abordar si la justificación es un evento único o un proceso, es esencial profundizar en las Escrituras y en las interpretaciones ofrecidas por varias tradiciones cristianas.
La justificación, en su definición más simple, se refiere al acto de Dios por el cual declara a un pecador como justo sobre la base de la justicia de Cristo. Romanos 3:23-24 lo articula bellamente: "por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención que es en Cristo Jesús." Este pasaje subraya la naturaleza gratuita de la justificación, que no se merece por acciones humanas sino que es un regalo de gracia a través del sacrificio redentor de Jesús.
La cuestión de si la justificación es un evento único o un proceso nos invita a explorar dos perspectivas principales dentro del cristianismo: la perspectiva protestante y la perspectiva católica.
Tradicionalmente, muchos teólogos protestantes, especialmente aquellos influenciados por Martín Lutero y Juan Calvino durante la Reforma, argumentan que la justificación es un evento único. Este momento ocurre cuando una persona pone su fe en Jesucristo, y Dios imputa la justicia de Cristo al creyente. Esto a menudo se apoya en versículos como Efesios 2:8-9, que dice: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." Aquí, el énfasis está en la fe como el único mecanismo a través del cual se recibe la justificación, y se representa como un acto definitivo, de una vez por todas.
Por el contrario, la Iglesia Católica enseña que la justificación no es solo un evento único sino también un proceso de por vida. Esta visión está encapsulada en las declaraciones del Concilio de Trento, que afirman que la justificación progresa a través de la observancia de los sacramentos y la cooperación con la gracia. Esta perspectiva a menudo se vincula con Santiago 2:24, "Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe." Así, en el pensamiento católico, la justificación comienza con la fe pero también se mantiene y aumenta a través de las buenas obras y la participación en los sacramentos, reflejando un enfoque sinérgico donde la cooperación humana con la gracia divina juega un papel crucial.
Aunque estas perspectivas pueden parecer contradictorias, pueden armonizarse considerando la justificación tanto como una declaración legal como un proceso transformador. Inicialmente, la justificación es de hecho un evento único: una declaración legal donde, a través de la fe, Dios imputa la justicia de Cristo al creyente. Este es el aspecto "forense" de la justificación, a menudo enfatizado en la teología protestante.
Sin embargo, este acto inicial de ser declarado justo también inaugura un proceso de santificación, donde el creyente crece en santidad y conformidad a la imagen de Cristo. Este aspecto transformador, enfatizado más explícitamente en la teología católica, sugiere que, aunque el estado legal del creyente cambia instantáneamente, el desarrollo de ese nuevo estado es un viaje de por vida.
Al reconciliar estas perspectivas, queda claro que tanto la fe como las obras juegan roles significativos en la vida cristiana. La fe es el medio por el cual uno entra en el estado de justificación; es la condición necesaria para ser declarado justo ante Dios. Las obras, sin embargo, representan la evidencia y el resultado de una fe genuina, manifestando la realidad de la transformación de uno. Como se articula en Efesios 2:10, "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas."
Para los creyentes, entender la justificación tanto como un evento como un proceso tiene implicaciones prácticas. Les asegura su posición inmediata ante Dios a través de la fe en Cristo, mientras también los llama a una vida de crecimiento espiritual continuo y vida ética. Esta comprensión dual ayuda a prevenir los extremos del antinomianismo (la idea de que la gracia excusa la falta de ley moral) y el legalismo (la idea de que uno puede ganar la salvación a través de las obras).
En conclusión, la justificación en la teología cristiana puede verse tanto como un evento único como un proceso continuo. Comienza con un acto definitivo de la gracia de Dios, donde los creyentes son declarados justos a través de la fe en Cristo. Posteriormente, implica un proceso de por vida de crecimiento espiritual y desarrollo moral, reflejando el poder transformador de ese acto inicial de gracia. Esta visión equilibrada anima a los creyentes a confiar completamente en Cristo para su salvación mientras también se esfuerzan por vivir vidas que reflejen Su obra transformadora dentro de ellos.