La pregunta de por qué Dios creó a los humanos para vivir en la tierra en lugar de en el cielo es una profunda que se adentra en el corazón mismo de la teología cristiana y la naturaleza de la relación de Dios con la humanidad. Para entender esto, debemos explorar la narrativa bíblica, las implicaciones teológicas de la creación y el propósito que Dios tiene para la humanidad.
En el principio, Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1). El relato de la creación en Génesis revela que Dios diseñó meticulosamente un mundo que era "muy bueno" (Génesis 1:31). La tierra no fue una ocurrencia tardía, sino una creación deliberada y con propósito. Dios la llenó con diversas formas de vida y, como el pináculo de Su obra creativa, hizo a los seres humanos a Su propia imagen (Génesis 1:26-27). Este acto de crear a los humanos a Su imagen significa una relación única entre Dios y la humanidad, una caracterizada por la intimidad, la responsabilidad y el propósito.
Una razón por la que Dios creó a los humanos para vivir en la tierra es para cumplir Su deseo de tener una relación con nosotros. A diferencia de los ángeles en el cielo, a los humanos se les dio la tierra como su dominio, un lugar donde podrían experimentar la creación de Dios de primera mano e interactuar con ella. En Génesis 2:15, Dios colocó a Adán en el Jardín del Edén para "trabajarlo y cuidarlo". Esto indica que a los humanos se les dio un papel como administradores de la tierra, un papel que requiere un compromiso activo con el mundo físico. La tierra, por lo tanto, se convierte en un escenario donde los humanos pueden ejercer sus habilidades, creatividad y responsabilidad dadas por Dios.
Otro aspecto a considerar es el concepto de libre albedrío. Dios creó a los humanos con la capacidad de elegir, de tomar decisiones y de actuar según su voluntad. Esta libertad es esencial para el amor y la relación genuinos. Si los humanos hubieran sido creados en el cielo, donde la presencia de Dios se manifiesta plenamente y Su gloria es innegable, el elemento de elección podría verse comprometido. En la tierra, sin embargo, los humanos pueden elegir buscar a Dios, amarlo y seguir Sus mandamientos por su propia voluntad. Esta relación voluntaria es más significativa y auténtica.
La narrativa de la Caída en Génesis 3 también proporciona una visión de la condición humana y el plan redentor de Dios. Cuando Adán y Eva pecaron, fueron expulsados del Jardín del Edén, y la tierra se convirtió en un lugar de trabajo y sufrimiento. Sin embargo, incluso en este estado caído, la tierra sigue siendo un lugar donde se puede experimentar la gracia y la redención de Dios. La promesa de un Salvador, insinuada por primera vez en Génesis 3:15, prepara el escenario para la obra redentora de Dios a través de Jesucristo. La tierra, entonces, no es solo un lugar de exilio, sino un lugar de redención, donde el amor y la misericordia de Dios se revelan a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús.
El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, habla de la creación esperando ansiosamente la revelación de los hijos de Dios (Romanos 8:19-22). Este pasaje sugiere que la tierra y sus habitantes son parte de un plan cósmico más grande que culmina en la redención y renovación de toda la creación. Los humanos que viven en la tierra juegan un papel crucial en esta narrativa divina. A través de sus vidas, sus elecciones y su relación con Dios, contribuyen al desarrollo del plan redentor de Dios.
Además, el libro de Apocalipsis proporciona una visión del destino final de la humanidad y la creación. En Apocalipsis 21, Juan describe un nuevo cielo y una nueva tierra, donde Dios morará con Su pueblo, y no habrá más muerte, llanto, lamento ni dolor (Apocalipsis 21:1-4). Esta visión indica que la tierra no es simplemente un lugar de morada temporal, sino que es integral al plan eterno de Dios. La nueva tierra será un lugar donde el cielo y la tierra se unan, donde la presencia de Dios se realice plenamente y donde los humanos vivirán en perfecta armonía con Dios y la creación.
Además de la narrativa bíblica, la literatura y la teología cristianas también ofrecen ideas sobre esta cuestión. C.S. Lewis, en su libro "Mero Cristianismo", discute la idea de que Dios creó a los humanos con un propósito que va más allá de la mera existencia. Argumenta que los humanos fueron creados para estar en una relación con Dios, para reflejar Su imagen y para participar en Su vida divina. Esta participación comienza en la tierra y encuentra su cumplimiento en la vida eterna por venir.
De manera similar, el teólogo N.T. Wright, en su libro "Sorprendidos por la Esperanza", enfatiza la importancia de la resurrección y la nueva creación. Argumenta que la esperanza cristiana no se trata de escapar de la tierra para ir al cielo, sino de la renovación y restauración de toda la creación. Los humanos, por lo tanto, fueron creados para vivir en la tierra como parte del plan de Dios para llevar a cabo esta renovación.
La tierra, con toda su belleza y complejidad, sirve como testimonio de la creatividad y el poder de Dios. Es un lugar donde los humanos pueden experimentar la maravilla de la creación, la profundidad de las relaciones y la realidad de la presencia de Dios. También es un lugar donde los humanos pueden crecer, aprender y desarrollar su carácter. Los desafíos y pruebas de la vida en la tierra pueden llevar al crecimiento y la madurez espiritual, como escribe Santiago: "Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia" (Santiago 1:2-3).
En última instancia, la decisión de crear a los humanos para vivir en la tierra en lugar de en el cielo refleja el deseo de Dios de tener una relación dinámica e interactiva con Su creación. Permite a los humanos experimentar la plenitud de la vida, con todas sus alegrías y tristezas, y elegir amar y servir a Dios libremente. También posiciona a los humanos como colaboradores con Dios en la administración y redención de la creación.
En conclusión, la creación de los humanos para vivir en la tierra es una profunda expresión del amor, la sabiduría y el propósito de Dios. Proporciona un contexto para una relación genuina, una elección significativa y un crecimiento espiritual. Es parte de un plan divino más grande que abarca la creación, la caída, la redención y la restauración final. La tierra no es simplemente una morada temporal, sino una parte integral del propósito eterno de Dios para la humanidad y la creación.