Al contemplar la profunda pregunta de por qué Dios creó la tierra y el universo, emprendemos un viaje que atraviesa las profundidades de la reflexión teológica, las percepciones escriturales y los misterios del propósito divino. Como pastor cristiano no denominacional, mi objetivo es proporcionar una exploración reflexiva de esta pregunta, extrayendo del rico tapiz de la teología cristiana y los textos sagrados que guían nuestra fe.
La pregunta de por qué Dios creó el universo es una que teólogos, filósofos y creyentes han reflexionado durante siglos. En su núcleo, la investigación toca la naturaleza de Dios, el propósito de la creación y la relación entre el Creador y lo creado. Para comenzar a entender esta profunda pregunta, primero debemos considerar la naturaleza de Dios tal como se revela en la Biblia.
La Biblia comienza con la majestuosa declaración: "En el principio, Dios creó los cielos y la tierra" (Génesis 1:1, ESV). Esta declaración fundamental establece el escenario para la narrativa en desarrollo de la creación. Afirma que Dios es el Creador soberano, el que trae al universo desde la nada. El acto de la creación en sí mismo es un testimonio del poder, la sabiduría y la creatividad de Dios. El salmista hace eco de este sentimiento, proclamando: "Los cielos declaran la gloria de Dios, y el firmamento proclama la obra de sus manos" (Salmo 19:1, ESV).
Una de las razones principales para la creación, como sugieren muchos teólogos, es manifestar la gloria de Dios. El universo, en toda su vastedad y complejidad, refleja aspectos del carácter de Dios. El diseño intrincado del cosmos, la belleza del mundo natural y el orden de la creación apuntan a un Creador que es infinitamente sabio y poderoso. Como criaturas hechas a imagen de Dios (Génesis 1:27), los humanos están en una posición única para percibir y apreciar esta gloria, ofreciendo adoración y alabanza al Creador.
Además, la creación del universo puede entenderse como una expresión del amor y la bondad de Dios. El apóstol Juan nos dice que "Dios es amor" (1 Juan 4:8, ESV), y el acto de la creación puede verse como una generosa manifestación de ese amor. Dios no necesitaba crear; no estaba falto o incompleto sin el universo. En cambio, la creación es un acto libre de la voluntad divina, un desbordamiento del amor de Dios, invitando a las criaturas a una relación con Él. Esta idea se refleja en los escritos de teólogos como Jonathan Edwards, quien sugirió que Dios creó el mundo para compartir Su felicidad y gloria con otros.
La narrativa de la creación también revela el deseo de Dios de relación y comunión. En Génesis, vemos que Dios crea a los humanos y los coloca en el Jardín del Edén, un lugar de comunión y armonía. La intención de Dios para la humanidad no es meramente existencia, sino florecimiento en relación con Él y con los demás. Este aspecto relacional de la creación subraya la idea de que el universo no es una entidad aleatoria o sin propósito, sino un entorno cuidadosamente diseñado para seres capaces de amor, creatividad y elección moral.
Además, la creación del universo sirve a un propósito redentor. La Biblia cuenta una gran historia de creación, caída, redención y restauración. Aunque el pecado entró en el mundo a través de la desobediencia humana, el plan final de Dios es redimir y restaurar la creación. El apóstol Pablo escribe: "Porque la creación espera con anhelo la manifestación de los hijos de Dios" (Romanos 8:19, ESV). Esta anticipación apunta a la esperanza de una creación renovada, donde el propósito original de Dios se realizará plenamente en un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 21:1).
Además de estas percepciones teológicas, la doctrina de la creación nos invita a considerar nuestro papel como administradores de la tierra. Como criaturas hechas a imagen de Dios, se nos confía el cuidado de la creación. Esta administración no es meramente un deber, sino un llamado a participar en la obra creativa y redentora de Dios. La tierra y sus recursos son regalos de Dios, y nuestra responsabilidad es usarlos sabiamente, reflejando el amor y el cuidado de Dios por toda la creación.
La pregunta de por qué Dios creó la tierra y el universo también nos invita a considerar el misterio de la voluntad de Dios. Aunque podemos obtener percepciones de las escrituras y la teología, queda un elemento de misterio divino que trasciende la comprensión humana. El libro de Job, por ejemplo, aborda los límites de la comprensión humana respecto a los propósitos de Dios. Cuando Job cuestiona los caminos de Dios, Dios responde destacando la vastedad y complejidad de la creación, recordando a Job la sabiduría y soberanía del Creador (Job 38-41).
Al buscar entender por qué Dios creó el universo, en última instancia, nos sentimos atraídos a una apreciación más profunda del carácter y los propósitos de Dios. El universo es un reflejo de la gloria, el amor y el deseo de relación de Dios. Nos invita a responder con asombro, gratitud y adoración. Al contemplar la belleza e intrincación de la creación, se nos recuerda nuestro lugar dentro de esta narrativa divina, llamados a vivir en armonía con Dios, con los demás y con el mundo que nos rodea.
En conclusión, aunque las profundidades completas de los propósitos de Dios en la creación pueden seguir siendo un misterio, la narrativa bíblica nos proporciona percepciones profundas sobre la naturaleza de Dios y Sus intenciones para el universo. La creación es una expresión de la gloria, el amor y el deseo de relación de Dios. Es un testimonio de Su poder y sabiduría, invitándonos a unirnos a la historia continua de redención y restauración. Al reflexionar sobre estas verdades, que seamos inspirados a vivir vidas que honren al Creador, administren Su creación y participen en Su misión redentora para el mundo.