La cuestión de por qué Dios desea que reflejemos Su carácter está profundamente arraigada en la comprensión teológica de la naturaleza de Dios y Su relación con la humanidad. Para explorar esto, debemos adentrarnos en la narrativa bíblica, el propósito de la creación y el viaje transformador de la santificación que los creyentes experimentan.
Desde el principio, la Biblia revela que la humanidad fue creada a imagen de Dios. En Génesis 1:26-27, está escrito: "Entonces dijo Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.' Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó." Este pasaje subraya el valor intrínseco y el propósito de los seres humanos: reflejar la imagen de Dios.
Reflejar el carácter de Dios no se trata simplemente de imitar Sus atributos, sino de encarnar la esencia misma de quién es Él. Dios es santo, amoroso, justo, misericordioso y recto. Estos atributos no son solo características de Dios, sino que son centrales a Su ser. Cuando reflejamos el carácter de Dios, participamos de Su naturaleza divina (2 Pedro 1:4). Esta participación no se trata de convertirnos en divinos nosotros mismos, sino de permitir que el poder transformador de Dios nos moldee a la semejanza de Cristo.
El deseo de que reflejemos Su carácter está arraigado en el amor de Dios y Su plan redentor para la humanidad. El amor de Dios es un tema central a lo largo de las Escrituras. En 1 Juan 4:8, se dice: "El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor." El amor de Dios no es pasivo, sino activo y redentor. Él desea una relación con nosotros, y a través de esta relación, somos transformados. Reflejar Su carácter es un resultado natural de esta relación transformadora.
Además, el reflejo del carácter de Dios es integral a la misión y propósito de la Iglesia. Jesús, en Su Sermón del Monte, llama a Sus seguidores a ser la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5:13-16). Esta metáfora ilustra que los creyentes deben influir positivamente en el mundo, preservando lo que es bueno e iluminando el camino hacia Dios. Reflejar el carácter de Dios es esencial para cumplir este rol porque es a través de nuestras acciones y vidas que otros ven y experimentan el amor y la verdad de Dios.
Pablo, en su carta a los Efesios, explica que somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10). Este pasaje destaca que reflejar el carácter de Dios es parte de nuestro propósito divino. Estas buenas obras no se tratan de ganar la salvación, sino de una respuesta a la gracia que hemos recibido. Son el fruto de una vida transformada por el Espíritu de Dios (Gálatas 5:22-23).
El proceso de reflejar el carácter de Dios también está ligado al concepto de santificación. La santificación es el proceso de ser hechos santos, apartados para los propósitos de Dios. Es un viaje de toda la vida de crecimiento en la semejanza de Cristo. En 2 Corintios 3:18, Pablo escribe: "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor." Esta transformación es una obra del Espíritu Santo dentro de nosotros, moldeándonos para reflejar más del carácter de Dios.
Reflejar el carácter de Dios también tiene un aspecto comunitario. La Iglesia es descrita como el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27). Cada miembro tiene dones y roles únicos, pero juntos reflejamos la plenitud de Cristo. Este reflejo comunitario del carácter de Dios es un testimonio poderoso para el mundo. Jesús oró por la unidad de Sus seguidores, afirmando que esta unidad mostraría al mundo que Él fue enviado por el Padre y que el Padre los ama (Juan 17:21-23). Nuestra unidad y amor mutuo son reflejos del carácter de Dios y Su amor.
Además, reflejar el carácter de Dios sirve como testimonio del poder transformador del Evangelio. Cuando las personas ven el cambio en nuestras vidas, el amor que exhibimos y la integridad con la que vivimos, son atraídas a la fuente de esa transformación. Pedro anima a los creyentes a vivir de tal manera entre los paganos que, aunque los acusen de hacer el mal, vean sus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día que Él nos visite (1 Pedro 2:12). Nuestras vidas, reflejando el carácter de Dios, se convierten en un testimonio vivo de Su gracia y verdad.
La literatura cristiana también arroja luz sobre este tema. El teólogo y autor C.S. Lewis, en su libro "Mero Cristianismo", discute la naturaleza transformadora de la vida cristiana. Explica que Dios se hizo hombre para convertir a las criaturas en hijos, no simplemente para producir mejores hombres del tipo antiguo, sino para producir un nuevo tipo de hombre. Este nuevo tipo de hombre es uno que refleja el carácter de Cristo. Lewis enfatiza que esta transformación no se trata de una mera mejora moral, sino de un cambio fundamental en nuestro ser, provocado por el Espíritu de Dios que habita en nosotros.
Reflejar el carácter de Dios también se alinea con el propósito último de glorificar a Dios. El Catecismo Menor de Westminster afirma famosamente que el fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Cuando reflejamos el carácter de Dios, le damos gloria. Nuestras vidas se convierten en un testimonio de Su bondad, amor y poder. Esta glorificación no se trata de nosotros, sino de señalar a otros hacia Dios y magnificar Su nombre.
En conclusión, Dios desea que reflejemos Su carácter porque es central a Su propósito para la creación, Su plan redentor y nuestra santificación. Reflejar Su carácter es un resultado natural de una relación transformadora con Él, esencial para la misión de la Iglesia y un testimonio poderoso para el mundo. Es a través de este reflejo que cumplimos nuestro propósito divino, damos gloria a Dios y participamos de Su naturaleza divina. Este viaje de reflejar el carácter de Dios es un proceso de toda la vida, empoderado por el Espíritu Santo y arraigado en el amor y la gracia de nuestro Creador.