La pregunta de por qué Dios dio a los humanos libre albedrío, sabiendo que conduciría al pecado, es una de las cuestiones más profundas y desafiantes en la teología cristiana. Esta pregunta toca la naturaleza de Dios, el propósito de la creación y la condición humana. Para entender esto, debemos profundizar en los conceptos del amor de Dios, la naturaleza del libre albedrío y el problema del mal.
La Naturaleza del Amor de Dios
La base de esta discusión radica en comprender la naturaleza del amor de Dios. Según 1 Juan 4:8, "Dios es amor". Esta declaración no es meramente descriptiva, sino esencial para el ser mismo de Dios. El amor, por su naturaleza, requiere libertad. El amor genuino no puede ser coaccionado ni programado; debe ser dado y recibido libremente. Si Dios desea una relación amorosa con la humanidad, debe dotar a los humanos con la capacidad de elegir el amor libremente.
C.S. Lewis, en su libro El Problema del Dolor, afirma elocuentemente: "Amar en absoluto es ser vulnerable. Ama cualquier cosa, y tu corazón será retorcido y posiblemente roto. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, debes dárselo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos; evita todos los enredos. Enciérralo seguro en el ataúd o féretro de tu egoísmo. Pero en ese ataúd—seguro, oscuro, inmóvil, sin aire—cambiará. No se romperá; se volverá irrompible, impenetrable, irredimible".
La decisión de Dios de crear a los humanos con libre albedrío es un acto de vulnerabilidad y amor. Se abre a la posibilidad de rechazo y pecado porque valora el amor genuino y la relación sobre la obediencia robótica.
La Naturaleza del Libre Albedrío
El libre albedrío es la capacidad de elegir entre diferentes cursos de acción posibles sin impedimentos. Es un aspecto fundamental de la existencia humana y es intrínseco a nuestra identidad como seres creados a imagen de Dios (Génesis 1:27). El libre albedrío permite la responsabilidad moral, la creatividad y el crecimiento personal. Sin él, la humanidad carecería de verdadera agencia moral y de la capacidad para relaciones significativas.
En el Jardín del Edén, Dios colocó el árbol del conocimiento del bien y del mal y ordenó a Adán y Eva que no comieran de él (Génesis 2:16-17). Este mandato presentó una elección, un ejercicio de libre albedrío. La presencia del árbol y el mandato de no comer de él proporcionaron un contexto en el que Adán y Eva podían elegir libremente obedecer o desobedecer a Dios. Esta elección era esencial para su desarrollo moral y la autenticidad de su amor por Dios.
El Problema del Mal
El ejercicio del libre albedrío inevitablemente introduce la posibilidad del mal. Cuando los humanos eligen actuar en contra de la voluntad de Dios, el pecado y el sufrimiento entran en el mundo. Esta es la esencia del problema del mal: si Dios es todopoderoso, omnisciente y totalmente bueno, ¿por qué permite que exista el mal?
La respuesta radica en la naturaleza del libre albedrío y el bien mayor que Dios pretende lograr. Dios, en su omnisciencia, previó la caída de la humanidad y el consiguiente pecado y sufrimiento. Sin embargo, también previó el bien mayor que podría surgir al permitir la existencia del libre albedrío. Este bien mayor incluye la posibilidad de redención, crecimiento personal y la derrota final del mal.
Romanos 8:28 nos asegura: "Y sabemos que en todas las cosas Dios obra para el bien de los que lo aman, que han sido llamados según su propósito". Incluso en medio del pecado y el sufrimiento, Dios está trabajando para llevar a cabo sus propósitos redentores.
El Bien Mayor
Uno de los argumentos clave en la teodicea es que Dios permite el mal y el sufrimiento porque pueden conducir a un bien mayor. Este bien mayor puede tomar muchas formas, incluyendo el desarrollo de virtudes como la paciencia, la compasión y el perdón, que podrían no ser posibles en un mundo sin sufrimiento.
Santiago 1:2-4 anima a los creyentes: "Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada".
Además, la existencia del libre albedrío y la consiguiente posibilidad de pecado proporcionan el contexto para el mayor bien de todos: la redención de la humanidad a través de Jesucristo. El apóstol Pablo escribe en Romanos 5:8: "Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros". El amor sacrificial de Cristo y la oferta de salvación son posibles debido a la existencia del pecado y la necesidad de redención.
El Papel del Sufrimiento
El sufrimiento, aunque a menudo se ve como una consecuencia negativa del libre albedrío, también puede desempeñar un papel crucial en el crecimiento espiritual y el fortalecimiento de la relación con Dios. La Biblia está llena de ejemplos de individuos que se acercaron más a Dios a través de su sufrimiento. Job, por ejemplo, experimentó un sufrimiento profundo pero finalmente ganó una comprensión más profunda de la soberanía y la bondad de Dios (Job 42:1-6).
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo habla de su propio sufrimiento y su propósito de acercarlo más a Cristo. En 2 Corintios 12:9-10, Pablo relata cómo Dios respondió a su súplica de alivio de su "espina en la carne": "Pero él me dijo: 'Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad'. Por tanto, me gloriaré aún más gustosamente en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por eso, por amor a Cristo, me deleito en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones, en angustias. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte".
El sufrimiento puede refinar y purificar nuestra fe, haciéndonos más dependientes de la gracia de Dios y más empáticos hacia los demás.
La Esperanza de la Restauración
La narrativa cristiana no termina con la existencia del pecado y el sufrimiento. La Biblia promete una futura restauración donde Dios hará nuevas todas las cosas. Apocalipsis 21:4 proporciona una visión de esta esperanza: "Él enjugará toda lágrima de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque el primer mundo ha dejado de existir".
El plan último de Dios incluye la erradicación del pecado y el sufrimiento y el establecimiento de un nuevo cielo y una nueva tierra donde mora la justicia (2 Pedro 3:13). La existencia temporal del pecado y el sufrimiento será eclipsada por el gozo y la paz eternos de la creación restaurada de Dios.
Conclusión
La pregunta de por qué Dios dio a los humanos libre albedrío, sabiendo que conduciría al pecado, es compleja y multifacética. Implica comprender la naturaleza del amor de Dios, el propósito del libre albedrío, el problema del mal y el bien mayor que Dios pretende lograr. Si bien el libre albedrío permite la posibilidad del pecado y el sufrimiento, también permite el amor genuino, la responsabilidad moral y el potencial de redención y crecimiento.
Dios, en su infinita sabiduría y amor, tiene un plan que abarca tanto la realidad presente del pecado como la esperanza futura de la restauración. Como creyentes, estamos llamados a confiar en la bondad y la soberanía de Dios, incluso en medio del sufrimiento, y a esperar el cumplimiento último de sus propósitos redentores.