Los seres humanos siempre han buscado entender la naturaleza de Dios y Su voluntad, especialmente cuando se trata de la interacción entre la soberanía divina y la agencia humana. La pregunta de si los planes humanos pueden tener éxito contra la voluntad de Dios es profunda, tocando el núcleo de la doctrina cristiana y la naturaleza de la omnipotencia y omnisciencia de Dios.
En el corazón de esta investigación está la comprensión de que Dios es soberano. Esto significa que Él tiene la autoridad y el control últimos sobre toda la creación. Las Escrituras afirman esto en numerosos lugares. Por ejemplo, el profeta Isaías declara: "Yo soy Dios, y no hay otro; yo soy Dios, y no hay ninguno como yo, declarando el fin desde el principio y desde tiempos antiguos cosas que no se han hecho, diciendo: 'Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero'" (Isaías 46:9-10, ESV). Este pasaje enfatiza que los planes de Dios son inmutables y que Sus propósitos se cumplirán.
De manera similar, el libro de Proverbios proporciona sabiduría sobre este asunto: "Muchos son los planes en el corazón de una persona, pero es el propósito del Señor el que prevalece" (Proverbios 19:21, NIV). Este versículo subraya la idea de que, aunque los humanos puedan idear numerosos planes, en última instancia, es la voluntad de Dios la que se realizará. Esto no quiere decir que los planes humanos sean insignificantes o sin consecuencias, sino más bien que operan dentro del marco de la voluntad soberana de Dios.
La historia de José en el Antiguo Testamento es una ilustración convincente de este principio. Los hermanos de José lo vendieron como esclavo, con la intención de hacerle daño. Sin embargo, Dios usó sus acciones para lograr un bien mayor. El mismo José reconoce esto cuando dice a sus hermanos: "Ustedes intentaron hacerme daño, pero Dios lo intentó para bien, para lograr lo que ahora se está haciendo, la salvación de muchas vidas" (Génesis 50:20, NIV). Aquí vemos que las acciones humanas, incluso aquellas destinadas al mal, no pueden frustrar el plan último de Dios. En cambio, Dios, en Su soberanía, puede reutilizar las intenciones humanas para cumplir Sus propósitos divinos.
Otro ejemplo se encuentra en el Nuevo Testamento con la crucifixión de Jesucristo. Los líderes religiosos y las autoridades romanas planearon y ejecutaron lo que creían sería el fin del ministerio de Jesús. Sin embargo, sus acciones fueron parte del plan predeterminado de Dios para la redención de la humanidad. El apóstol Pedro, en su sermón en Pentecostés, habla de esto: "Este hombre fue entregado a ustedes por el plan deliberado y el conocimiento previo de Dios; y ustedes, con la ayuda de hombres malvados, lo mataron clavándolo en la cruz. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, liberándolo de la agonía de la muerte, porque era imposible que la muerte lo retuviera" (Hechos 2:23-24, NIV). Este pasaje destaca que incluso las acciones tomadas contra el ungido de Dios estaban dentro del alcance de la voluntad soberana de Dios y sirvieron a Sus propósitos redentores.
Sin embargo, la relación entre la soberanía divina y el libre albedrío humano es compleja y a menudo misteriosa. Aunque los propósitos últimos de Dios no pueden ser frustrados, Él ha dado a los humanos la capacidad de tomar decisiones. Estas decisiones pueden llevar a consecuencias reales, tanto buenas como malas. La Biblia está llena de ejemplos de individuos que tomaron decisiones contrarias a la voluntad revelada de Dios, resultando en sufrimiento personal y comunitario. El rey Saúl, por ejemplo, desobedeció los mandatos de Dios, lo que llevó a su caída y a la pérdida de su reino (1 Samuel 15).
Sin embargo, incluso en casos de desobediencia humana, el plan general de Dios permanece intacto. El apóstol Pablo habla de esto en su carta a los Romanos: "Y sabemos que en todas las cosas Dios obra para el bien de los que lo aman, que han sido llamados según su propósito" (Romanos 8:28, NIV). Este versículo ofrece la seguridad de que la providencia de Dios está en acción en todas las circunstancias, orquestando eventos de una manera que finalmente sirve a Sus buenos propósitos.
El concepto teológico de compatibilismo puede ser útil para entender esta dinámica. El compatibilismo sostiene que la soberanía de Dios y el libre albedrío humano no son mutuamente excluyentes, sino que trabajan juntos de una manera que está más allá de la comprensión humana. Esto significa que, aunque los humanos son libres de tomar decisiones, esas decisiones son de alguna manera parte del plan soberano de Dios. Wayne Grudem, un teólogo muy respetado, lo explica de esta manera en su "Teología Sistemática": "Dios causa todas las cosas que suceden, pero lo hace de tal manera que de alguna manera sostiene nuestra capacidad de tomar decisiones voluntarias y responsables".
Esta comprensión llama a los cristianos a una postura de humildad y confianza. Humildad al reconocer que nuestra comprensión es limitada y que los caminos de Dios son más altos que nuestros caminos (Isaías 55:8-9). Confianza al saber que Dios es bueno, amoroso y justo, y que Sus planes para nosotros son en última instancia para nuestro bien y Su gloria (Jeremías 29:11).
En términos prácticos, esto significa que, aunque debemos hacer planes y perseguir nuestros objetivos con diligencia, debemos hacerlo con un corazón de sumisión a la voluntad de Dios. Santiago, el hermano de Jesús, ofrece un sabio consejo sobre este asunto: "Ahora escuchen, ustedes que dicen: 'Hoy o mañana iremos a esta o aquella ciudad, pasaremos un año allí, haremos negocios y ganaremos dinero'. ¿Por qué, no saben lo que sucederá mañana? ¿Qué es su vida? Ustedes son una neblina que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. En cambio, deberían decir: 'Si es la voluntad del Señor, viviremos y haremos esto o aquello'" (Santiago 4:13-15, NIV). Este pasaje anima a los creyentes a reconocer la incertidumbre de la vida y la necesidad de alinear nuestros planes con la voluntad de Dios.
En conclusión, aunque los planes humanos pueden hacerse y perseguirse con intención y esfuerzo, operan dentro de la soberanía de la voluntad de Dios. Las acciones humanas, ya sea que estén alineadas o contrarias a la voluntad revelada de Dios, no pueden frustrar en última instancia Sus propósitos divinos. En cambio, Dios, en Su infinita sabiduría y poder, trabaja a través de y a pesar de las acciones humanas para llevar a cabo Su buena y perfecta voluntad. Esta verdad nos llama a vivir con humildad, confianza y un compromiso de buscar y alinearnos con los propósitos de Dios en todo lo que hacemos.