La santificación es un concepto profundo y esencial dentro de la teología cristiana, que representa un aspecto crucial del viaje espiritual del creyente. Para entender la santificación bíblicamente, debemos adentrarnos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, donde el concepto está ricamente entrelazado en la narrativa de la obra redentora de Dios.
En su esencia, la santificación se refiere al proceso de ser hecho santo, apartado para los propósitos de Dios. El término en sí mismo se origina del latín "sanctus", que significa santo, y el sufijo "-ficación", que denota el proceso de hacer o convertirse. En el contexto bíblico, la santificación es tanto un acto definitivo como un proceso progresivo, significando la santidad posicional del creyente en Cristo y la transformación continua hacia la semejanza de Cristo.
En el Antiguo Testamento, el concepto de santificación está estrechamente ligado a la idea de santidad. Dios es repetidamente descrito como santo, y Su pueblo es llamado a reflejar Su santidad. Levítico 11:44-45 dice: “Porque yo soy el SEÑOR vuestro Dios. Conságrense, pues, y sean santos, porque yo soy santo.” Aquí, la santificación implica ser apartado de las naciones y prácticas que rodean a Israel, enfatizando una identidad distinta arraigada en el carácter y el pacto de Dios.
El Nuevo Testamento amplía este fundamento, proporcionando una comprensión más completa de la santificación a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En el Nuevo Testamento, la santificación se discute a menudo en tres tiempos: pasado, presente y futuro, destacando su naturaleza multifacética.
En primer lugar, la santificación es un acto definitivo que ocurre en el momento de la salvación. Esto a veces se refiere como santificación posicional. Cuando una persona pone su fe en Jesucristo, es santificada en el sentido de que es apartada para Dios. Esto no se basa en su propio mérito, sino en la obra terminada de Cristo. El apóstol Pablo, en 1 Corintios 6:11, escribe: “Y esto eran algunos de ustedes. Pero fueron lavados, fueron santificados, fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.” Este versículo subraya la nueva identidad del creyente en Cristo, habiendo sido limpiado y consagrado por Su sacrificio.
En segundo lugar, la santificación es un proceso continuo y progresivo. Este aspecto de la santificación a menudo se refiere como santificación experiencial o progresiva. Involucra el crecimiento diario del creyente en santidad y conformidad a la imagen de Cristo. Este proceso es empoderado por el Espíritu Santo, quien trabaja en el creyente para producir fruto espiritual y cultivar un carácter semejante a Cristo. Filipenses 2:12-13 captura esta dinámica, afirmando: “Por tanto, amados míos, como siempre han obedecido, no solo en mi presencia, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupen su salvación con temor y temblor, porque es Dios quien obra en ustedes, tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Aquí, el creyente es llamado a participar activamente en su santificación, cooperando con la obra divina del Espíritu.
El apóstol Pedro también habla de esta naturaleza progresiva en 2 Pedro 3:18, instando a los creyentes a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” Este crecimiento se caracteriza por un amor, obediencia y madurez en la fe crecientes. Es un viaje que involucra tanto el empoderamiento divino como la responsabilidad humana, mientras los creyentes buscan vivir las implicaciones de su salvación en cada área de la vida.
En tercer lugar, la santificación tiene una dimensión futura, a menudo referida como santificación última o final. Esta es la culminación del proceso de santificación, que ocurrirá cuando los creyentes sean glorificados en el regreso de Cristo. En este punto, los creyentes serán completamente conformados a la imagen de Cristo, libres del pecado y sus efectos. 1 Juan 3:2 proporciona un vistazo de esta realidad futura: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos aún no se ha manifestado; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como Él es.” Esta esperanza escatológica inspira a los creyentes a perseverar en sus luchas presentes, sabiendo que su santificación última está asegurada.
Por lo tanto, la santificación no es meramente un estado estático, sino un viaje dinámico que abarca la totalidad de la vida cristiana. Está arraigada en la unión del creyente con Cristo y empoderada por el Espíritu Santo. A medida que los creyentes son santificados, son transformados progresivamente, reflejando la santidad de Dios y dando testimonio de Su obra redentora en el mundo.
A lo largo de la historia de la iglesia, varias tradiciones cristianas han enfatizado diferentes aspectos de la santificación. Por ejemplo, la tradición reformada, basándose en gran medida en los escritos de Juan Calvino, enfatiza la soberanía de Dios en la santificación, destacando el papel del Espíritu Santo en efectuar esta transformación. La tradición wesleyana, influenciada por Juan Wesley, acentúa la responsabilidad del creyente en la búsqueda de la santidad y la posibilidad de alcanzar una medida significativa de santificación en esta vida, a menudo referida como "perfección cristiana."
A pesar de estas diferencias, hay un reconocimiento compartido a través de las tradiciones cristianas de que la santificación es integral a la relación del creyente con Dios. Es un testimonio del poder transformador del Evangelio, llamando a los creyentes a vivir distintivamente en un mundo que a menudo se opone a los caminos de Dios.
En términos prácticos, la santificación implica un continuo alejamiento del pecado y un acercamiento hacia Dios. Requiere que el creyente se involucre en disciplinas espirituales como la oración, el estudio de las Escrituras, la adoración y la comunión con otros creyentes. Estas prácticas no son fines en sí mismas, sino medios a través de los cuales el Espíritu Santo trabaja para profundizar la relación del creyente con Dios y fomentar el crecimiento espiritual.
Además, la santificación es profundamente relacional. No es meramente una búsqueda individual, sino un viaje comunitario. La iglesia, como el cuerpo de Cristo, juega un papel crucial en la santificación de sus miembros. A través del aliento mutuo, la responsabilidad y el ejercicio de los dones espirituales, los creyentes son edificados y equipados para crecer en santidad juntos.
En conclusión, la definición bíblica de santificación abarca tanto un acto definitivo como un viaje progresivo. Está arraigada en la unión del creyente con Cristo, empoderada por el Espíritu Santo y orientada hacia el objetivo último de la semejanza a Cristo. A medida que los creyentes participan en este proceso, dan testimonio del poder transformador del Evangelio, viviendo como un pueblo santo apartado para los propósitos de Dios en el mundo.