La doctrina, en el contexto cristiano, se refiere al conjunto de creencias sostenidas y enseñadas por la Iglesia. Sirve como un marco para entender los principios fundamentales de la fe, guiando a los creyentes en su viaje espiritual. La Biblia, como el texto fundamental para la doctrina cristiana, tiene mucho que decir sobre la naturaleza, propósito e importancia de la doctrina. Como pastor cristiano no denominacional, es crucial explorar lo que la Biblia revela sobre la doctrina, cómo interactúa con la tradición de la iglesia y las implicaciones para los creyentes hoy en día.
La palabra "doctrina" en sí misma se deriva del latín "doctrina", que significa "enseñanza" o "instrucción". En el Nuevo Testamento, el término griego "didaskalia" a menudo se traduce como "doctrina" o "enseñanza". La Biblia enfatiza la importancia de la sana doctrina, subrayando su papel en mantener la integridad de la fe y promover el crecimiento espiritual. Una de las articulaciones más claras de esto se encuentra en las cartas de Pablo a Timoteo y Tito, donde él enfatiza repetidamente la importancia de la sana enseñanza.
En 2 Timoteo 3:16-17, Pablo escribe: "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (ESV). Este pasaje destaca el origen divino de la Escritura y su suficiencia para proporcionar la instrucción necesaria para vivir una vida piadosa. La doctrina, por lo tanto, no es meramente una colección de conceptos teológicos abstractos, sino que está profundamente arraigada en la Palabra inspirada de Dios. Es a través de la Escritura que la doctrina deriva su autoridad y relevancia.
Además, en 1 Timoteo 4:16, Pablo aconseja a Timoteo: "Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en esto, porque haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te oyen" (ESV). Aquí, Pablo subraya la conexión vital entre la doctrina y la salvación. Al adherirse a la sana doctrina, los creyentes no solo protegen su propia fe, sino que también contribuyen al bienestar espiritual de los demás. La doctrina, entonces, no es un aspecto opcional de la vida cristiana, sino un componente crítico del viaje de fe.
La Biblia también advierte contra la falsa doctrina y los peligros que representa para la Iglesia. En Gálatas 1:6-9, Pablo expresa su asombro por la rapidez con que algunos creyentes estaban abandonando el evangelio por otro diferente, que él declara que no es evangelio en absoluto. Advierte que incluso si un ángel del cielo predicara un evangelio contrario al que los apóstoles predicaron, deberían ser malditos. Esta fuerte advertencia subraya la importancia de preservar la pureza del mensaje del evangelio y la necesidad de discernimiento en asuntos de doctrina.
En su carta a los Efesios, Pablo elabora más sobre el papel de la doctrina en la vida de la Iglesia. Efesios 4:11-14 dice: "Y él dio a los apóstoles, a los profetas, a los evangelistas, a los pastores y maestros, para equipar a los santos para la obra del ministerio, para edificar el cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, para que ya no seamos niños, llevados por las olas y llevados por todo viento de doctrina, por la astucia humana, por las artimañas engañosas" (ESV). Aquí, Pablo enfatiza el papel de los líderes de la iglesia en enseñar la sana doctrina para fomentar la unidad y la madurez entre los creyentes. La sana doctrina actúa como un ancla, evitando que los creyentes sean influenciados por enseñanzas falsas y permitiéndoles crecer en la plenitud de Cristo.
La relación entre la tradición de la iglesia y la Escritura en relación con la doctrina es un tema de considerable debate dentro del cristianismo. Si bien la Escritura es la autoridad última para la doctrina, la tradición de la iglesia ha jugado históricamente un papel significativo en dar forma y preservar la fe. Los Padres de la Iglesia primitiva, como Agustín y Atanasio, contribuyeron al desarrollo de doctrinas clave a través de sus escritos teológicos y las decisiones de los concilios ecuménicos. Estas tradiciones, aunque no infalibles, proporcionan valiosas ideas sobre la interpretación y aplicación de la Escritura.
Es importante reconocer que la tradición de la iglesia y la Escritura no están inherentemente opuestas entre sí. Más bien, cuando están adecuadamente alineadas, la tradición sirve como un medio para transmitir las enseñanzas de la Escritura a través de las generaciones. Sin embargo, cuando la tradición se desvía o contradice la clara enseñanza de la Escritura, debe ser reevaluada a la luz de la verdad bíblica. Jesús mismo abordó el tema de la tradición en Marcos 7:8-9, donde criticó a los fariseos por aferrarse a tradiciones humanas mientras descuidaban los mandamientos de Dios. Esto sirve como un recordatorio de advertencia de que la tradición nunca debe superar la autoridad de la Escritura.
En la Iglesia contemporánea, el equilibrio entre adherirse a la Escritura y respetar la tradición sigue siendo un tema dinámico y a veces contencioso. Como cristianos no denominacionales, a menudo se pone énfasis en un compromiso directo con la Escritura, permitiendo que hable en la vida del creyente sin la carga del dogma denominacional. Este enfoque fomenta el estudio personal, la reflexión y la guía del Espíritu Santo en la comprensión de la doctrina.
En conclusión, la Biblia presenta la doctrina como un aspecto vital de la fe cristiana. Es a través de la sana doctrina que los creyentes están equipados para vivir su fe, crecer en madurez espiritual y permanecer firmes en la verdad. La Escritura sirve como la autoridad última para la doctrina, proporcionando la base sobre la cual debe construirse toda enseñanza. Si bien la tradición de la iglesia puede ofrecer valiosas ideas y continuidad, siempre debe ser evaluada a la luz de la Escritura. A medida que los creyentes buscan navegar por las complejidades de la doctrina, están llamados a permanecer arraigados en la Palabra de Dios, discerniendo la verdad con la guía del Espíritu Santo.