¿Qué dice la Biblia sobre ser adoptado en la familia de Dios?

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El concepto de ser adoptado en la familia de Dios es una doctrina profunda y hermosa que permea el Nuevo Testamento. Habla al corazón de la identidad cristiana y al poder transformador de la gracia de Dios. La adopción, en el sentido bíblico, no es meramente una transacción legal, sino un acto profundamente relacional y redentor que lleva a los creyentes a una relación íntima y eterna con Dios.

En el mundo romano antiguo, la adopción era una práctica común, a menudo utilizada para asegurar un heredero o para continuar una línea familiar. Al niño adoptado se le otorgaban todos los derechos y privilegios de un hijo biológico, incluida la herencia. Este trasfondo cultural proporciona una rica comprensión de la metáfora bíblica de la adopción. El apóstol Pablo usa esta imagen para transmitir la realidad espiritual del nuevo estatus de los creyentes en Cristo.

Uno de los pasajes clave que elucidan la doctrina de la adopción se encuentra en la carta de Pablo a los Romanos. Romanos 8:14-17 dice:

"Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados."

Este pasaje destaca varios aspectos críticos de la adopción en la familia de Dios. Primero, es iniciada por el Espíritu Santo, quien guía a los creyentes a esta nueva relación. El papel del Espíritu es crucial, ya que es a través de Él que recibimos la seguridad y confirmación de nuestra adopción. El término "Abba, Padre" significa una relación íntima y personal con Dios, similar a la relación de un niño con un padre amoroso. Esta intimidad es un marcado contraste con el miedo y la esclavitud que caracterizan una vida sin Cristo.

Además, Pablo enfatiza que ser hijos de Dios nos hace herederos, coherederos con Cristo. Esta herencia no es meramente material, sino que abarca todo el alcance de las promesas de Dios, incluida la vida eterna, la morada del Espíritu Santo y la participación en el reino de Dios. La noción de compartir los sufrimientos y la gloria de Cristo subraya el viaje transformador de la santificación que los creyentes experimentan como parte de la familia de Dios.

Otro pasaje significativo se encuentra en Gálatas 4:4-7:

"Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo."

Aquí, Pablo conecta la doctrina de la adopción con la obra redentora de Cristo. Es a través de la encarnación y muerte sacrificial de Jesús que los creyentes son redimidos y llevados a esta nueva relación familiar con Dios. El envío del Espíritu a nuestros corazones es un sello divino de esta adopción, afirmando nuestra identidad como hijos de Dios. Este pasaje también reitera la libertad de la esclavitud y el miedo, enfatizando la dignidad y el privilegio de ser herederos de Dios.

Efesios 1:4-5 amplía aún más la idea de la adopción como parte del plan eterno de Dios:

"Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad."

Este versículo revela que la adopción no es una ocurrencia tardía, sino un aspecto central del plan soberano de Dios. Subraya la intencionalidad y el amor detrás de la decisión de Dios de adoptarnos. Los términos "santos y sin mancha" reflejan el aspecto transformador de la adopción, donde los creyentes no solo reciben un nuevo estatus, sino que también son llamados a una nueva forma de vida que refleja su identidad como hijos de Dios.

Las implicaciones teológicas de la adopción son vastas y profundamente reconfortantes. Asegura a los creyentes su relación segura e inmutable con Dios. A diferencia de las relaciones humanas que pueden ser frágiles y condicionales, la adopción divina se basa en el carácter inmutable y las promesas de Dios. Esta seguridad se captura bellamente en 1 Juan 3:1:

"¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios! ¡Y eso es lo que somos! El mundo no nos conoce, porque no le conoció a él."

La exclamación de Juan destaca la naturaleza extraordinaria del amor de Dios que nos hace Sus hijos. También toca la realidad de que esta nueva identidad puede no ser reconocida o entendida por el mundo, que no conoce a Dios. Esta tensión entre nuestra identidad divina y la percepción del mundo es un tema recurrente en el Nuevo Testamento.

Las implicaciones prácticas de ser adoptados en la familia de Dios son múltiples. Llama a los creyentes a vivir de una manera digna de su nuevo estatus. Como hijos de Dios, estamos llamados a reflejar Su carácter en nuestras relaciones, conducta y misión. Esto incluye amarnos unos a otros, como Jesús mandó en Juan 13:34-35:

"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros."

El amor que los creyentes deben exhibir es un reflejo del amor que han recibido de Dios. Es una expresión tangible de su adopción y un poderoso testimonio para el mundo.

Además, la doctrina de la adopción proporciona un marco para entender la iglesia como una familia. El Nuevo Testamento usa frecuentemente un lenguaje familiar para describir las relaciones dentro de la comunidad cristiana. Los creyentes son hermanos y hermanas, unidos por su identidad común en Cristo. Este vínculo familiar trasciende las barreras étnicas, sociales y culturales, creando un cuerpo de Cristo diverso y unificado.

Además, la adopción en la familia de Dios trae un sentido de pertenencia y propósito. En un mundo donde muchos luchan con la identidad y la alienación, la seguridad de ser hijo de Dios proporciona una base firme para la autoestima y la dirección. Recuerda a los creyentes que son parte de una historia más grande, con una herencia divina y un futuro glorioso.

Los escritos de los padres de la iglesia primitiva y los teólogos cristianos también han reflexionado profundamente sobre la doctrina de la adopción. Por ejemplo, Agustín de Hipona enfatizó el poder transformador de la gracia de Dios al hacer a los creyentes Sus hijos. En su obra "Confesiones", Agustín se maravilla del amor de Dios que adopta a los pecadores y los hace herederos de Su reino.

De manera similar, Juan Calvino, en sus "Institutos de la Religión Cristiana", subraya la seguridad y la certeza que provienen de ser adoptados por Dios. Escribe sobre el papel del Espíritu en confirmar nuestra adopción y la consiguiente confianza y alegría en la vida del creyente.

En conclusión, la enseñanza bíblica sobre ser adoptados en la familia de Dios es una doctrina rica y multifacética que habla al corazón de la identidad cristiana. Asegura a los creyentes su relación segura e íntima con Dios, los llama a vivir de una manera digna de su nuevo estatus y proporciona un marco para entender la iglesia como una familia. Es una doctrina que transforma vidas, ofreciendo esperanza, pertenencia y propósito a todos los que la abrazan. Al reflexionar sobre esta profunda verdad, que podamos estar continuamente asombrados por el gran amor que el Padre ha derramado sobre nosotros, para que seamos llamados hijos de Dios.

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