Vivir con fe es un viaje multifacético que abarca comprender y ejercer la autoridad dada por Jesús. Como creyentes, estamos llamados a vivir nuestra fe de manera activa e intencional, encarnando los principios y el poder que Jesús nos impartió. Esta autoridad no es meramente un concepto teórico, sino una realidad práctica que puede transformar nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean.
Para empezar, es esencial reconocer la base de esta autoridad. Jesús, después de su resurrección, declaró: "Toda autoridad en el cielo y en la tierra me ha sido dada" (Mateo 28:18, ESV). Esta autoridad, otorgada a Él por el Padre, es completa y absoluta. Siguiendo esta declaración, Jesús comisionó a sus discípulos, diciendo: "Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mateo 28:19-20, ESV). Implícito en esta Gran Comisión está la transferencia de autoridad a sus seguidores. Como creyentes, por lo tanto, se nos confía un mandato divino para llevar a cabo su obra en la tierra.
Una de las principales formas en que los creyentes pueden ejercer esta autoridad es a través de la oración. Jesús enseñó a sus discípulos sobre el poder de la oración, enfatizando que la oración llena de fe puede mover montañas. Él dijo: "De cierto os digo que si tenéis fe y no dudáis, no solo haréis lo que se hizo a la higuera, sino que si decís a este monte: 'Quítate y échate en el mar', sucederá. Y todo lo que pidáis en oración, lo recibiréis, si tenéis fe" (Mateo 21:21-22, ESV). La oración no es meramente una actividad ritualista, sino una interacción dinámica con Dios que nos permite alinear nuestra voluntad con la suya e invocar su poder en nuestras circunstancias.
Además, ejercer autoridad implica comprender nuestra identidad en Cristo. El apóstol Pablo escribió: "Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. Lo viejo ha pasado; he aquí, lo nuevo ha llegado" (2 Corintios 5:17, ESV). Como nuevas creaciones, ya no estamos atados por nuestras limitaciones o fracasos pasados. En cambio, somos empoderados por el Espíritu Santo para vivir victoriosamente. Pablo elabora más sobre esto en su carta a los Efesios, donde ora para que los creyentes conozcan "la grandeza inconmensurable de su poder para con nosotros que creemos, según la acción de su gran poder que obró en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en los lugares celestiales" (Efesios 1:19-20, ESV). Este poder de resurrección está disponible para nosotros, permitiéndonos superar desafíos y cumplir nuestro propósito dado por Dios.
Otro aspecto crucial de ejercer autoridad es la proclamación de la Palabra de Dios. La Biblia no es solo un documento histórico, sino la Palabra viva y activa de Dios (Hebreos 4:12). Cuando declaramos las promesas y verdades de Dios sobre nuestras vidas y situaciones, estamos empuñando una poderosa arma espiritual. Jesús mismo demostró esto durante su tentación en el desierto. Cada vez que Satanás lo tentaba, Jesús respondía con las Escrituras, diciendo: "Está escrito..." (Mateo 4:1-11, ESV). Al hacerlo, resistió al diablo y sostuvo la autoridad de la Palabra de Dios. Como creyentes, también podemos seguir este ejemplo hablando la Palabra de Dios en nuestras circunstancias, ejerciendo así la autoridad que se nos ha dado.
Vivir una vida de obediencia también es integral para ejercer autoridad. Jesús dijo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Juan 14:15, ESV). La obediencia a los mandamientos de Dios nos posiciona para operar bajo su autoridad. Cuando alineamos nuestras acciones con su voluntad, creamos un ambiente donde su poder puede fluir a través de nosotros sin obstáculos. Esta obediencia no se trata de una adherencia legalista a las reglas, sino de cultivar una relación con Dios donde sus deseos se convierten en nuestros deseos. El apóstol Santiago nos recuerda que "la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta" (Santiago 2:17, ESV). Nuestra fe debe ser evidenciada por nuestras acciones, y a través de estas acciones, demostramos la autoridad que hemos recibido.
Además, los creyentes pueden ejercer autoridad a través de actos de servicio y amor. Jesús modeló el liderazgo de siervo, lavando los pies de sus discípulos e instruyéndolos a hacer lo mismo (Juan 13:1-17, ESV). La autoridad en el Reino de Dios no se trata de dominar a los demás, sino de servirles. Cuando servimos a los demás con amor, manifestamos el carácter de Cristo y extendemos su reinado en la tierra. El apóstol Pedro nos exhorta: "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pedro 4:10, ESV). Al usar nuestros dones para servir a los demás, ejercemos la autoridad que se nos ha dado, contribuyendo a la edificación del cuerpo de Cristo y al avance de su Reino.
También vale la pena señalar que ejercer autoridad implica guerra espiritual. El apóstol Pablo nos advierte que "no luchamos contra carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes cósmicos sobre esta oscuridad presente, contra las fuerzas espirituales de maldad en los lugares celestiales" (Efesios 6:12, ESV). Para mantenernos firmes en esta batalla, nos instruye a "ponernos toda la armadura de Dios" (Efesios 6:11, ESV). Esta armadura incluye el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el evangelio de la paz, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Efesios 6:13-17, ESV). Al equiparnos con esta armadura espiritual, podemos resistir las artimañas del enemigo y ejercer la autoridad que se nos ha dado para vencer el mal.
Además, ejercer autoridad implica la administración de los recursos que Dios nos ha confiado. Jesús enseñó la parábola de los talentos, donde a los siervos se les dieron diferentes cantidades de dinero para administrar (Mateo 25:14-30, ESV). Los siervos que invirtieron sabiamente y multiplicaron sus recursos fueron elogiados y se les dieron mayores responsabilidades, mientras que el siervo que enterró su talento fue reprendido. Esta parábola subraya el principio de que la fidelidad en las cosas pequeñas conduce a una mayor autoridad y responsabilidad. Como creyentes, estamos llamados a administrar nuestro tiempo, talentos y tesoros de una manera que honre a Dios y avance su Reino.
Por último, ejercer autoridad requiere una profunda dependencia del Espíritu Santo. Jesús prometió a sus discípulos que recibirían poder cuando el Espíritu Santo viniera sobre ellos (Hechos 1:8, ESV). Este poder no es de nuestra propia creación, sino una habilitación divina que nos equipa para el ministerio y la misión. El Espíritu Santo nos guía a toda verdad, nos empodera para testificar y produce fruto en nuestras vidas (Juan 16:13, Hechos 1:8, Gálatas 5:22-23, ESV). Al cultivar una relación cercana con el Espíritu Santo, podemos discernir la voluntad de Dios, recibir su empoderamiento y operar en la autoridad que se nos ha dado.
En conclusión, ejercer la autoridad dada por Jesús implica un enfoque holístico que abarca la oración, la comprensión de nuestra identidad en Cristo, la proclamación de la Palabra de Dios, vivir en obediencia, servir a los demás, participar en la guerra espiritual, administrar recursos y depender del Espíritu Santo. Es un proceso dinámico y continuo que requiere fe, intencionalidad y una profunda relación con Dios. A medida que crecemos en estas áreas, reflejaremos cada vez más la autoridad y el poder de Jesús en nuestras vidas, cumpliendo su mandato de hacer discípulos y extender su Reino en la tierra.