La frase "no luchamos contra carne y sangre" se encuentra en Efesios 6:12, donde el apóstol Pablo escribe: "Porque no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra maldad espiritual en las alturas" (RVR1960). Este versículo es parte de un pasaje más amplio en el que Pablo insta a los creyentes en Éfeso a ponerse toda la armadura de Dios para que puedan mantenerse firmes contra las artimañas del diablo. Para entender la profundidad y las implicaciones de esta declaración, debemos profundizar en la naturaleza de la guerra espiritual tal como se describe en la Biblia y su relevancia para la vida cristiana.
En primer lugar, la frase "carne y sangre" es un modismo bíblico común que se refiere a los seres humanos y nuestra existencia natural y física. Cuando Pablo dice que nuestra lucha no es contra carne y sangre, está enfatizando que la verdadera naturaleza de nuestra batalla no es contra otras personas. Es fácil identificar erróneamente a nuestros adversarios como aquellos que nos oponen, nos dañan o tienen creencias y valores diferentes. Sin embargo, Pablo redirige nuestro enfoque a la verdadera fuente de conflicto: entidades espirituales que operan en el reino invisible.
En este contexto, "luchar" transmite la idea de una lucha intensa o combate cuerpo a cuerpo. La palabra griega utilizada aquí, "pale", se refiere a un combate de lucha en el que los oponentes intentan dominarse mutuamente. Esta imagen subraya la naturaleza personal y ardua de la guerra espiritual. No es un conflicto distante o abstracto, sino una lucha cercana y continua que requiere vigilancia y esfuerzo.
Pablo identifica a nuestros verdaderos adversarios como "principados", "potestades", "gobernadores de las tinieblas de este mundo" y "maldad espiritual en las alturas". Estos términos describen diferentes rangos y tipos de fuerzas demoníacas que operan bajo el liderazgo de Satanás. Principados y potestades se refieren a entidades demoníacas de alto rango, mientras que gobernadores de las tinieblas y maldad espiritual indican su influencia malévola sobre el mundo y su oposición a los propósitos de Dios. Esta estructura jerárquica sugiere una oposición bien organizada y estratégica, que busca socavar la fe y la efectividad de los creyentes.
La Biblia proporciona varios ejemplos y enseñanzas que ilustran la realidad de la guerra espiritual. En el Antiguo Testamento, vemos casos donde las fuerzas espirituales están trabajando detrás de escena. Por ejemplo, en el libro de Daniel, leemos sobre una batalla espiritual que retrasó la respuesta a la oración de Daniel. El ángel que finalmente llega explica que fue retrasado durante 21 días por el "príncipe del reino de Persia", una fuerza demoníaca, y fue asistido por el arcángel Miguel (Daniel 10:12-13). Este pasaje destaca la realidad de la oposición espiritual y la participación de seres angélicos en la respuesta de Dios a las oraciones humanas.
En el Nuevo Testamento, el ministerio de Jesús está marcado por numerosos encuentros con fuerzas demoníacas. Él expulsa demonios, demostrando su autoridad sobre ellos y revelando la presencia de una batalla espiritual. Por ejemplo, en Marcos 5:1-20, Jesús libera a un hombre poseído por una legión de demonios, mostrando su poder para liberar a las personas de la esclavitud espiritual. Estos relatos afirman la existencia de entidades espirituales y su impacto en la vida humana.
La exhortación de Pablo a los efesios de ponerse toda la armadura de Dios es una guía práctica para participar en la guerra espiritual. La armadura consiste en verdad, justicia, el evangelio de la paz, fe, salvación, la Palabra de Dios y oración (Efesios 6:13-18). Cada pieza de la armadura representa un aspecto crucial de la vida cristiana y nuestra defensa contra los ataques espirituales. La verdad contrarresta las mentiras y engaños del enemigo, la justicia protege nuestros corazones del pecado, y el evangelio de la paz nos arraiga en la esperanza y la reconciliación que se encuentran en Cristo. La fe actúa como un escudo contra la duda y el miedo, la salvación nos asegura nuestra identidad y destino en Cristo, y la Palabra de Dios es nuestra arma ofensiva contra las artimañas del enemigo. La oración es el medio por el cual mantenemos la comunicación con Dios y buscamos su guía y fortaleza.
Entender que nuestra lucha no es contra carne y sangre también tiene implicaciones significativas para cómo vemos y tratamos a los demás. Reconocer la dimensión espiritual de nuestros conflictos puede ayudarnos a responder con gracia y compasión en lugar de animosidad y represalias. Jesús nos enseñó a amar a nuestros enemigos y a orar por aquellos que nos persiguen (Mateo 5:44). Al hacerlo, reconocemos que las personas no son la fuente última de nuestras luchas y que ellas también necesitan la redención y la gracia de Dios.
Además, la conciencia de la guerra espiritual nos llama a una vida de vigilancia y dependencia de Dios. Pedro nos advierte que seamos sobrios y vigilantes porque nuestro adversario, el diablo, anda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8). Esta vigilancia implica estar conscientes de las tácticas del enemigo, guardar nuestros corazones y mentes, y permanecer arraigados en nuestra fe. También significa depender de la fuerza de Dios en lugar de la nuestra. Pablo nos recuerda que las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas (2 Corintios 10:4). Nuestra victoria en la guerra espiritual no se asegura por nuestro poder, sino por la fuerza de Dios y la obra terminada de Cristo.
La literatura y la tradición cristiana han reconocido durante mucho tiempo la realidad de la guerra espiritual. Agustín, en su "Ciudad de Dios", habla de las dos ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre, que representan el conflicto espiritual entre el reino de Dios y las fuerzas del mal. Tomás de Kempis, en "La imitación de Cristo", enfatiza la necesidad de disciplina espiritual y vigilancia frente a la tentación y la influencia demoníaca. Más recientemente, C.S. Lewis, en "Cartas del diablo a su sobrino", ofrece una representación ficticia pero perspicaz de las estrategias demoníacas para socavar la fe de un creyente.
En conclusión, "no luchamos contra carne y sangre" significa reconocer que nuestra verdadera batalla es contra fuerzas espirituales de maldad en lugar de otros seres humanos. Esta comprensión nos llama a participar en la guerra espiritual con la armadura de Dios, a responder a los demás con gracia y compasión, y a vivir una vida de vigilancia y dependencia de la fuerza de Dios. Al hacerlo, nos alineamos con los propósitos de Dios y nos mantenemos firmes contra las artimañas del enemigo, seguros de la victoria que es nuestra en Cristo Jesús.