La cuestión de cómo los versículos bíblicos reconcilian la noción de que el cielo y la tierra pasarán con la promesa de vida eterna es una profunda investigación teológica que ha intrigado a eruditos, teólogos y creyentes durante siglos. Este tema se adentra profundamente en la escatología, el estudio de los tiempos finales, y nos invita a explorar la naturaleza de las promesas de Dios, la transformación de la creación y el destino eterno de la humanidad.
En el Nuevo Testamento, Jesús mismo habla sobre el cielo y la tierra pasando. En Mateo 24:35, Él afirma: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras nunca pasarán". Esta declaración se repite en Marcos 13:31 y Lucas 21:33. La imagen del cielo y la tierra pasando también se describe vívidamente en el libro de Apocalipsis, donde Juan describe una visión de un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 21:1). Estos pasajes sugieren un evento transformador, una renovación o recreación del orden existente, en lugar de una aniquilación del universo.
Para entender este concepto, es crucial considerar la narrativa bíblica en su totalidad. La historia de la creación comienza en Génesis con Dios creando los cielos y la tierra, y concluye en Apocalipsis con la visión de una nueva creación. Esta narrativa general apunta al plan redentor de Dios para todo el cosmos, no solo para las almas individuales. El paso del cielo y la tierra actuales significa el fin de la era presente, marcada por el pecado y el sufrimiento, y la inauguración de una nueva creación perfeccionada donde la presencia de Dios habita plenamente con Su pueblo.
El concepto de vida eterna está intrínsecamente ligado a esta nueva creación. En Juan 3:16, uno de los versículos más conocidos, Jesús promete vida eterna a aquellos que creen en Él. La vida eterna, en este contexto, no es meramente una existencia sin fin, sino una calidad de vida caracterizada por una relación íntima con Dios, libre de la corrupción y decadencia del mundo presente. Esta vida es tanto una realidad presente como una esperanza futura. Como creyentes, ya somos partícipes de la vida eterna a través de nuestra unión con Cristo, pero esperamos su plena realización en la era venidera.
El apóstol Pablo proporciona información adicional sobre este misterio en sus cartas. En Romanos 8:18-23, Pablo habla de la creación esperando ansiosamente la manifestación de los hijos de Dios, porque fue sometida a frustración. Él imagina un futuro donde la creación misma será liberada de su esclavitud a la decadencia y llevada a la libertad y gloria de los hijos de Dios. Este pasaje subraya la idea de que el destino de la humanidad y el destino de la creación están entrelazados. La renovación de la creación es parte del plan salvífico de Dios, culminando en una existencia restaurada y glorificada.
Además, en 1 Corintios 15, Pablo discute la resurrección de los muertos, una piedra angular de la esperanza cristiana. Él enfatiza que nuestros cuerpos mortales serán transformados en cuerpos inmortales e imperecederos aptos para la vida eterna en la nueva creación. Esta transformación refleja la renovación del cosmos, destacando la continuidad y discontinuidad entre los estados presente y futuro. Así como nuestros cuerpos serán cambiados, también los cielos y la tierra serán renovados.
La imagen de un nuevo cielo y una nueva tierra en Apocalipsis 21-22 proporciona un rico tapiz de esperanza y promesa. Juan describe un lugar donde Dios morará con Su pueblo, donde no habrá más muerte, lamento, llanto ni dolor. Las cosas anteriores habrán pasado, y todo será hecho nuevo. Esta visión no es de una existencia etérea y de otro mundo, sino de una creación renovada tangible donde lo físico y lo espiritual están armoniosamente unidos.
Teológicamente, la noción de que el cielo y la tierra pasarán puede verse como una expresión de la soberanía última de Dios y Su compromiso con la justicia y la redención. Significa el fin del orden actual, que está manchado por el pecado y el sufrimiento, y el establecimiento del reino perfecto de Dios. La vida eterna prometida a los creyentes es la vida de esta nueva era, una vida en perfecta comunión con Dios y Su creación.
A lo largo de la historia cristiana, varios teólogos han ofrecido interpretaciones de estos temas escatológicos. Agustín, en su monumental obra "La Ciudad de Dios", contrasta la ciudad terrenal, marcada por la pecaminosidad humana, con la ciudad celestial, caracterizada por la justicia divina. Él imagina el cumplimiento último del reino de Dios como la culminación de la historia, donde los redimidos disfrutan de la vida eterna en la presencia de Dios.
C.S. Lewis, en su obra alegórica "La Última Batalla", el libro final de "Las Crónicas de Narnia", proporciona una representación literaria de los tiempos finales. En esta narrativa, la vieja Narnia es destruida, y se revela una nueva Narnia más real, simbolizando la realidad más profunda y verdadera de la nueva creación. Lewis captura la esencia de la esperanza cristiana, donde el fin no es un fin sino un nuevo comienzo.
En conclusión, la narrativa bíblica reconcilia la idea de que el cielo y la tierra pasarán con la vida eterna a través de la promesa de una nueva creación. Esta transformación es un testimonio del poder redentor de Dios y Su deseo de habitar con Su pueblo en un cosmos renovado. La vida eterna es la vida de esta nueva era, una vida de perfecta armonía con Dios y Su creación. Como creyentes, vivimos en la tensión del "ya" y el "todavía no", experimentando el anticipo de la vida eterna ahora mientras anticipamos su plena realización en la era venidera. Esta esperanza nos sostiene y nos llama a vivir fielmente, encarnando los valores del reino de Dios mientras esperamos el cumplimiento de Sus promesas.