El concepto de que el cielo y la tierra pasarán es un aspecto profundo y convincente de la escatología cristiana. Esta frase, que se encuentra en pasajes como Mateo 24:35, Marcos 13:31 y Lucas 21:33, a menudo se interpreta como que el universo físico actual, tal como lo conocemos, sufrirá una transformación radical al final de los tiempos. Para comprender completamente este concepto, debemos profundizar en los textos bíblicos, las perspectivas teológicas y la narrativa más amplia del plan redentor de Dios.
La frase "el cielo y la tierra pasarán" está enraizada, ante todo, en las Escrituras. En Mateo 24:35, Jesús dice: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán." Esta declaración es parte del Discurso del Olivar, donde Jesús habla sobre los últimos tiempos, su segunda venida y las señales que acompañarán estos eventos. La misma frase se repite en Marcos 13:31 y Lucas 21:33, enfatizando su importancia.
En el Antiguo Testamento, están presentes temas similares. Isaías 65:17 profetiza: "Miren, voy a crear nuevos cielos y una nueva tierra. Las cosas anteriores no serán recordadas, ni vendrán a la mente." Esta profecía se reitera en Isaías 66:22 y encuentra su cumplimiento en el Nuevo Testamento, particularmente en el libro de Apocalipsis.
Desde un punto de vista teológico, la idea de que el cielo y la tierra pasarán puede entenderse de varias maneras. Una interpretación prominente es que esta frase significa el fin del orden mundial caído actual y la inauguración de una nueva creación. Esta visión se alinea con la narrativa bíblica de creación, caída, redención y consumación.
La Biblia a menudo contrasta la edad presente con la edad venidera. La edad presente se caracteriza por el pecado, el sufrimiento y la muerte, mientras que la edad venidera está marcada por la plenitud del reino de Dios, donde prevalecen la justicia, la paz y la vida eterna. En este contexto, el paso del cielo y la tierra representa la transición de la edad presente a la edad venidera.
En 2 Pedro 3:10-13, el apóstol Pedro proporciona una descripción vívida de esta transición: "Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. Los cielos desaparecerán con un estruendo; los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra y todo lo que se ha hecho en ella quedará al descubierto. Ya que todo será destruido de esta manera, ¿qué clase de personas deben ser ustedes? Deben vivir vidas santas y piadosas mientras esperan el día de Dios y apresuran su venida. Ese día traerá la destrucción de los cielos por fuego, y los elementos se derretirán en el calor. Pero, de acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habite la justicia."
La descripción de Pedro subraya la idea de que los cielos y la tierra actuales serán purgados y purificados, dando paso a una nueva creación. Esta nueva creación no es simplemente un retorno al estado original del Edén, sino un cumplimiento del plan redentor definitivo de Dios.
Surge la pregunta: ¿serán los cielos y la tierra actuales completamente aniquilados y reemplazados, o serán renovados y transformados? El lenguaje de "pasar" puede sugerir cualquiera de los dos escenarios. Sin embargo, muchos teólogos argumentan a favor de una renovación en lugar de una aniquilación total. Esta perspectiva está respaldada por Romanos 8:19-21, donde Pablo escribe: "Porque la creación espera con gran anhelo la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a frustración, no por su propia elección, sino por la voluntad del que la sometió, con la esperanza de que la creación misma será liberada de su esclavitud a la corrupción y llevada a la libertad y la gloria de los hijos de Dios."
Las palabras de Pablo sugieren que la creación misma será liberada y transformada, en lugar de ser completamente destruida. Esta visión se apoya aún más en Apocalipsis 21:1-5, donde Juan escribe: "Entonces vi 'un cielo nuevo y una tierra nueva', porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado, y ya no había mar. Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su esposo. Y oí una fuerte voz desde el trono que decía: '¡Miren! El lugar de morada de Dios está ahora entre el pueblo, y él morará con ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él enjugará toda lágrima de sus ojos. No habrá más muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque el orden antiguo de las cosas ha pasado.'"
La visión de Juan del nuevo cielo y la nueva tierra enfatiza la continuidad y la transformación. Las cosas anteriores pasan, pero dan paso a una creación renovada y glorificada donde Dios habita con su pueblo.
Para comprender completamente el significado de que el cielo y la tierra pasarán, debemos situarlo dentro de la narrativa más amplia del plan redentor de Dios. La historia de la Biblia es una de creación, caída, redención y consumación. Dios creó los cielos y la tierra, y eran "muy buenos" (Génesis 1:31). Sin embargo, el pecado entró en el mundo a través de la desobediencia de Adán y Eva, trayendo corrupción y decadencia a toda la creación (Génesis 3).
El plan redentor de Dios se desarrolla a través de los pactos con Noé, Abraham, Moisés y David, culminando en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. A través de Cristo, Dios reconcilia todas las cosas consigo mismo, haciendo la paz mediante su sangre derramada en la cruz (Colosenses 1:20). Esta reconciliación se extiende a toda la creación, que espera ansiosamente su redención.
La consumación del plan redentor de Dios se describe en Apocalipsis 21-22, donde el nuevo cielo y la nueva tierra se realizan plenamente. La Nueva Jerusalén desciende del cielo, y Dios habita con su pueblo en una creación renovada. La imagen de un banquete de bodas, un río de vida y el árbol de la vida apuntan al cumplimiento de las promesas de Dios y la restauración de todas las cosas.
Comprender que el cielo y la tierra pasarán tiene profundas implicaciones prácticas para cómo vivimos nuestras vidas hoy. Como exhortan Jesús y los apóstoles, este conocimiento debe inspirarnos a vivir vidas santas y piadosas, caracterizadas por la fe, la esperanza y el amor.
Saber que el mundo actual es temporal y que una nueva creación nos espera debe moldear nuestras prioridades y valores. Jesús enseña en Mateo 6:19-21: "No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido destruyen, y donde los ladrones no se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón."
Nuestro enfoque debe estar en los tesoros eternos, invirtiendo en relaciones, actos de bondad y la difusión del evangelio. Esta perspectiva eterna nos ayuda a navegar los desafíos y sufrimientos de esta vida con esperanza y resiliencia.
Aunque los cielos y la tierra actuales pasarán, esto no significa que debamos descuidar nuestra responsabilidad de cuidar la creación de Dios. Al contrario, estamos llamados a ser buenos mayordomos de la tierra, reflejando el amor y el cuidado de Dios por todo lo que ha creado. Como escribe Pablo en 1 Corintios 10:26: "La tierra es del Señor, y todo lo que hay en ella."
Nuestra mayordomía de la creación es un acto de adoración y obediencia, reconociendo que la tierra pertenece a Dios y que se nos ha confiado su cuidado. Esto incluye abogar por la justicia ambiental, conservar recursos y promover prácticas sostenibles.
Finalmente, la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra nos llena de esperanza y anticipación. Esta esperanza no es una espera pasiva, sino una participación activa en la obra redentora de Dios. Como oramos en el Padre Nuestro: "Venga tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo" (Mateo 6:10), estamos invitados a ser agentes del reino de Dios, trayendo destellos de la nueva creación al mundo presente.
En conclusión, la frase "el cielo y la tierra pasarán" encapsula la promesa bíblica de una transformación radical del orden mundial actual. Significa el fin de la edad presente, caracterizada por el pecado y la decadencia, y la inauguración de una nueva creación donde habita la justicia. Esta verdad profunda nos llama a vivir con una perspectiva eterna, a ser mayordomos fieles de la creación de Dios y a participar activamente en su obra redentora mientras esperamos el cumplimiento de sus promesas.