La cuestión de quién juzgará a la humanidad en el Día del Juicio es profunda, tocando el núcleo de la escatología y teología cristianas. Según la Biblia, el papel de juez en este día culminante se atribuye a Jesucristo. Esta afirmación se basa en numerosos pasajes de las Escrituras, que colectivamente pintan un cuadro comprensivo de la autoridad y el papel de Cristo en el juicio final.
Para empezar, el Evangelio de Juan proporciona una declaración clara y directa de Jesús mismo sobre su papel en el juicio. En Juan 5:22-23, Jesús dice: "Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo el juicio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió." Este pasaje coloca inequívocamente la responsabilidad del juicio en las manos de Jesucristo, enfatizando que esta autoridad es un mandato divino de Dios el Padre.
Una mayor elaboración sobre este tema se puede encontrar en el libro de los Hechos. En Hechos 10:42, el apóstol Pedro declara: "Y nos mandó que predicásemos al pueblo y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por juez de vivos y muertos." Aquí, Pedro está hablando de Jesús, reforzando la idea de que Cristo es el juez designado sobre toda la humanidad, tanto los que están vivos en su regreso como los que ya han fallecido.
El apóstol Pablo también aborda este tema en sus epístolas. En 2 Corintios 5:10, Pablo escribe: "Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponde por lo que hizo mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo." Este versículo no solo afirma que Cristo es el juez, sino que también destaca la naturaleza personal del juicio, donde cada individuo será responsable de sus acciones.
Además, en su carta a Timoteo, Pablo reitera esta verdad. En 2 Timoteo 4:1, él dice: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, en su manifestación y en su reino." Este pasaje subraya el contexto escatológico del juicio de Cristo, vinculándolo con su segunda venida y el establecimiento de su reino eterno.
El libro de Apocalipsis, que proporciona una representación vívida y simbólica de los últimos tiempos, también apoya la noción de Cristo como el juez. En Apocalipsis 20:11-12, Juan describe una visión del juicio final: "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron la tierra y el cielo, y no se halló lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y se abrieron los libros. Y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras." Aunque el que está sentado en el trono no se nombra explícitamente en este pasaje, el contexto más amplio de Apocalipsis y el testimonio consistente del Nuevo Testamento identifican a esta figura como Jesucristo.
La importancia teológica de Jesús como juez es multifacética. En primer lugar, subraya su divinidad y su papel único dentro de la Trinidad. Como el Hijo de Dios, Jesús posee la autoridad y la justicia necesarias para ejecutar el juicio divino. En segundo lugar, destaca la encarnación y la obra redentora de Cristo. Jesús, que vivió una vida sin pecado, murió por los pecados de la humanidad y resucitó, está singularmente calificado para juzgar porque comprende plenamente la condición humana y ha proporcionado los medios para la salvación.
Además, el papel de Jesús como juez cumple las profecías y expectativas del Antiguo Testamento de una figura mesiánica que traería justicia y rectitud. Por ejemplo, en Isaías 11:3-4, se profetiza que el Mesías "no juzgará por lo que vean sus ojos, ni decidirá por lo que oigan sus oídos, sino que juzgará con justicia a los pobres, y decidirá con equidad por los mansos de la tierra." Jesús, como el cumplimiento de estas profecías mesiánicas, encarna al juez perfecto que administra justicia con sabiduría y equidad divinas.
El reconocimiento de Jesús como juez también tiene implicaciones prácticas para los creyentes. Sirve como un recordatorio de la responsabilidad que cada persona tiene ante Cristo. El conocimiento de que estaremos ante Jesús para dar cuenta de nuestras vidas debe inspirar una vida de santidad, obediencia y servicio fiel. Como Pablo exhorta en Romanos 14:10-12: "¿Por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios; porque está escrito: 'Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios.' Así que cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios."
Además, la comprensión de Jesús como juez trae consuelo y seguridad a los creyentes. Saber que el que nos juzga es también nuestro Salvador, que nos ama y ha dado su vida por nosotros, proporciona un sentido de seguridad y esperanza. Como Juan escribe en 1 Juan 4:17-18: "En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. Porque el temor lleva en sí castigo, y el que teme no ha sido perfeccionado en el amor."
En resumen, la Biblia enseña claramente que Jesucristo juzgará a la humanidad en el Día del Juicio. Esta verdad es afirmada por las propias palabras de Jesús, el testimonio de los apóstoles y las visiones proféticas de Apocalipsis. Jesús, como el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, está singularmente calificado para ejecutar el juicio divino con perfecta justicia y rectitud. Esta comprensión llama a los creyentes a vivir vidas de responsabilidad, santidad y servicio fiel, al tiempo que proporciona consuelo y seguridad en el amor y la gracia de nuestro juez y Salvador, Jesucristo.