En el ámbito de la escatología cristiana, la pregunta de quién conoce el día o la hora del fin de los tiempos es una que ha intrigado a creyentes y teólogos durante siglos. Esta pregunta toca la naturaleza del conocimiento divino, el misterio del plan de Dios y el papel de la humanidad en comprender el desarrollo de la historia tal como lo ha ordenado Dios. La Biblia proporciona una guía clara sobre este asunto, enfatizando tanto la certeza del fin de los tiempos como el misterio que rodea su momento.
La referencia bíblica más directa a esta pregunta se encuentra en el Evangelio de Mateo. En Mateo 24:36, Jesús mismo declara: "Pero acerca de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre". Este versículo es parte de lo que se conoce como el Discurso del Monte de los Olivos, donde Jesús habla a sus discípulos sobre eventos futuros, incluida la destrucción del templo y su eventual regreso. El énfasis aquí está en la exclusividad del conocimiento divino respecto al momento preciso del fin de los tiempos. Jesús afirma explícitamente que ni los ángeles ni siquiera Él, en su forma encarnada, conocen el día o la hora exactos; solo Dios el Padre posee este conocimiento.
Esta declaración de Jesús resalta varios puntos teológicos importantes. En primer lugar, subraya la soberanía de Dios en el desarrollo de los eventos cósmicos. El momento del fin de los tiempos no es algo que pueda ser descifrado o predicho por el cálculo o la perspicacia humana. Es un secreto divino, contenido dentro de la sabiduría y el propósito de Dios. Esto sirve como un recordatorio de las limitaciones del entendimiento humano y la necesidad de humildad al abordar asuntos escatológicos.
En segundo lugar, la declaración de Jesús apunta al misterio de la Encarnación. Durante su ministerio terrenal, Jesús operó dentro de las limitaciones del conocimiento y la experiencia humanos, renunciando voluntariamente a ciertos privilegios divinos. El reconocimiento de que el Hijo no conoce el día o la hora en su estado encarnado refleja el profundo misterio de la unión entre sus naturalezas divina y humana, tal como se articula en la doctrina de la Unión Hipostática. Esto no disminuye su divinidad, sino que resalta la naturaleza única de su misión y la autolimitación que abrazó por el bien de la redención de la humanidad.
El apóstol Pablo refuerza el tema del misterio divino en sus epístolas. En 1 Tesalonicenses 5:1-2, escribe: "Ahora, hermanos y hermanas, acerca de los tiempos y las fechas no necesitamos escribirles, porque saben muy bien que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche". Pablo hace eco de la enseñanza de Jesús, enfatizando la naturaleza inesperada e impredecible del regreso del Señor. La metáfora de un "ladrón en la noche" sugiere que el fin de los tiempos llegará de repente y sin advertencia, afirmando aún más que el momento preciso está más allá de la comprensión humana.
La comunidad cristiana primitiva entendió esta enseñanza no como un impedimento para la vigilancia, sino como un llamado a vivir en un estado de preparación y fidelidad. El énfasis está en estar espiritualmente preparados, manteniendo una vida de santidad y permaneciendo vigilantes en la oración y las buenas obras. Las parábolas de Jesús, como la Parábola de las Diez Vírgenes (Mateo 25:1-13), refuerzan este mensaje, instando a los creyentes a estar preparados para la llegada del novio, incluso cuando el momento es desconocido.
A lo largo de la historia de la iglesia, muchos han intentado predecir el momento del fin de los tiempos, a menudo resultando en decepción y desilusión. Estos esfuerzos subrayan la sabiduría de las palabras de Jesús y la importancia de centrarse en la certeza de su regreso en lugar de en los detalles de su momento. Los escritos de los padres de la iglesia primitiva, como Agustín, enfatizaron la importancia de vivir una vida orientada hacia la eternidad, con un enfoque en la transformación del corazón y la búsqueda del reino de Dios.
En el pensamiento cristiano contemporáneo, el misterio del fin de los tiempos sigue siendo una fuente de reflexión y anticipación. Teólogos como N.T. Wright han enfatizado la importancia de entender la escatología no solo como un evento futuro, sino como una realidad presente que da forma a la vida y misión de la iglesia. El fin de los tiempos se ve como la culminación de la obra redentora de Dios en la historia, una promesa de nueva creación donde la justicia, la paz y el amor reinarán.
El libro de Apocalipsis, aunque rico en imágenes simbólicas y lenguaje apocalíptico, también refuerza el tema del misterio divino. En Apocalipsis 1:8, Dios declara: "Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin". Esta declaración encapsula la naturaleza eterna de Dios, quien está fuera del tiempo y orquesta el curso de la historia según su voluntad soberana. Las visiones dadas a Juan están destinadas a inspirar esperanza y perseverancia entre los creyentes, asegurándoles la victoria final de Dios sobre el mal y el establecimiento de su reino eterno.
En conclusión, la Biblia enseña claramente que el día o la hora del fin de los tiempos solo son conocidos por Dios el Padre. Este misterio divino sirve como un llamado a la fe, la preparación y la confianza en el tiempo perfecto de Dios. Invita a los creyentes a vivir con una perspectiva eterna, fundamentados en la esperanza del regreso de Cristo y la promesa de una nueva creación. Aunque los detalles del fin de los tiempos permanecen ocultos, la certeza del plan de Dios y la seguridad de su presencia proporcionan una base firme para la vida cristiana. Mientras esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios, estamos llamados a vivir como administradores fieles de su gracia, dando testimonio de su amor y verdad en un mundo que anhela redención.