El concepto del trono en el cielo es una de las imágenes más profundas e inspiradoras que se encuentran en la Biblia. Es un tema que captura la majestad, autoridad y santidad de Dios. Para entender quién se sienta en el trono en el cielo según la Biblia, necesitamos profundizar en varios pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, explorando el intrincado tapiz de la revelación divina que habla de esta realidad celestial.
En el Antiguo Testamento, el trono de Dios se describe como un lugar de suprema autoridad y santidad. Una de las descripciones más vívidas se encuentra en el libro de Isaías. El profeta Isaías relata su visión del Señor sentado en un trono alto y exaltado, con el borde de su manto llenando el templo (Isaías 6:1). Esta visión subraya la trascendencia y majestad de Dios, quien está rodeado por serafines proclamando: "Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria" (Isaías 6:3). El trono en este contexto es indudablemente el trono de Dios, el Creador y Sustentador de todas las cosas.
Pasando al Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis proporciona una descripción detallada y simbólica del trono celestial. En Apocalipsis 4, el apóstol Juan describe su visión de un trono en el cielo con alguien sentado en él. El que está sentado en el trono tiene una apariencia como de jaspe y cornalina, y un arco iris que parece una esmeralda rodea el trono (Apocalipsis 4:2-3). Esta imaginería transmite el esplendor, la pureza y la fidelidad del pacto de Dios. Alrededor del trono hay otros veinticuatro tronos, y sentados en ellos hay veinticuatro ancianos, vestidos de blanco y con coronas de oro (Apocalipsis 4:4). Estos ancianos probablemente representan al pueblo redimido de Dios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, simbolizando la plenitud de la comunidad del pacto de Dios.
Central a la revelación del Nuevo Testamento es la identidad de Jesucristo y su relación con el trono de Dios. En Apocalipsis 5, Juan ve un rollo en la mano derecha de aquel que está sentado en el trono. Nadie en el cielo ni en la tierra es hallado digno de abrir el rollo o mirar dentro de él, excepto el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, que ha vencido. Luego, Juan ve un Cordero, como si hubiera sido sacrificado, de pie en el centro del trono, rodeado por los cuatro seres vivientes y los ancianos (Apocalipsis 5:5-6). El Cordero no es otro que Jesucristo, quien es digno de tomar el rollo y abrir sus sellos porque fue sacrificado, y con su sangre compró hombres para Dios de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Apocalipsis 5:9). Esta poderosa imaginería revela que Jesús, el Cordero de Dios, comparte el trono con el Padre, significando su autoridad divina y la culminación de su obra redentora.
La relación entre el Padre y el Hijo en cuanto al trono se elucida aún más en las epístolas. En Filipenses 2:9-11, Pablo escribe que Dios exaltó a Jesús hasta lo sumo y le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla, en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Esta exaltación de Jesús indica su suprema autoridad y su participación en el gobierno divino.
Además, en Hebreos 1:3, se afirma que el Hijo es el resplandor de la gloria de Dios y la representación exacta de su ser, sosteniendo todas las cosas con su poderosa palabra. Después de haber efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en el cielo. Sentarse a la derecha de Dios significa una posición de honor, autoridad y co-regencia con el Padre. Este tema de Jesús sentado a la derecha de Dios es recurrente en el Nuevo Testamento, enfatizando su estatus exaltado y su papel en el gobierno divino (véase también Efesios 1:20-23, Colosenses 3:1).
El libro de Apocalipsis también presenta un aspecto futuro del trono en el cielo. En Apocalipsis 22:1-3, Juan describe el río del agua de la vida, claro como el cristal, que fluye del trono de Dios y del Cordero por el centro de la calle principal de la ciudad. A cada lado del río está el árbol de la vida, que produce doce cosechas de frutos, dando su fruto cada mes. Las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones. Ya no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus siervos le servirán. Este pasaje retrata el reinado eterno de Dios y del Cordero en la Nueva Jerusalén, donde los redimidos habitarán en la presencia de Dios, libres de la maldición del pecado y la muerte.
La unidad del Padre y el Hijo en su reinado es un misterio profundo que habla de la misma naturaleza del Dios Trino. El trono en el cielo no es meramente un asiento de poder, sino un símbolo de la relación divina y la realización del plan redentor de Dios a través de Jesucristo. El trono significa el gobierno soberano de Dios, su justicia, misericordia y el cumplimiento de sus promesas.
En conclusión, la Biblia revela que el que se sienta en el trono en el cielo es Dios Todopoderoso, el Creador y Sustentador de todas las cosas. Este trono es compartido con Jesucristo, el Cordero que fue sacrificado y ahora está exaltado hasta lo sumo. La imaginería del trono en el cielo encapsula la majestad, autoridad y santidad de Dios, así como la obra redentora de Cristo. Es una visión que llama a los creyentes a la adoración, reverencia y esperanza, mientras esperan el cumplimiento del reino eterno de Dios.