El bautismo de Jesús por Juan el Bautista es un evento profundo y significativo registrado en los Evangelios, y ha sido un tema de reflexión y discusión teológica durante siglos. Para entender por qué Jesús, que era sin pecado, eligió someterse a un bautismo de arrepentimiento, debemos profundizar en el contexto, simbolismo e implicaciones teológicas de este acto.
En primer lugar, es crucial reconocer que el bautismo de Juan era un bautismo de arrepentimiento. Juan el Bautista surgió como una figura profética, llamando al pueblo de Israel al arrepentimiento en preparación para la venida del Mesías. En Mateo 3:11, el mismo Juan explica: "Yo os bautizo con agua para arrepentimiento. Pero después de mí viene uno que es más poderoso que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego." El bautismo de Juan era un acto simbólico, que significaba el lavado de los pecados y un regreso a Dios.
Cuando Jesús vino a Juan para ser bautizado, Juan inicialmente se mostró reacio, diciendo: "Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" (Mateo 3:14). Juan reconoció la falta de pecado de Jesús y su propia indignidad. Sin embargo, Jesús respondió: "Deja que sea así ahora; es apropiado que hagamos esto para cumplir toda justicia" (Mateo 3:15). Esta respuesta es clave para entender el significado del bautismo de Jesús.
Al ser bautizado, Jesús se estaba identificando con la humanidad. Aunque sin pecado, eligió sumergirse completamente en la experiencia humana, incluyendo la necesidad de arrepentimiento y limpieza. Este acto de humildad e identificación con los pecadores se refleja en las palabras del profeta Isaías, quien escribió sobre el siervo sufriente: "Fue contado con los transgresores" (Isaías 53:12). El bautismo de Jesús fue un precursor de su acto final de identificación con los pecadores en la cruz, donde cargó con los pecados del mundo.
Además, el bautismo de Jesús marcó el comienzo de su ministerio público. Fue un momento de afirmación y empoderamiento divino. Cuando Jesús salió del agua, los cielos se abrieron, y el Espíritu de Dios descendió como una paloma y se posó sobre él. Una voz del cielo dijo: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mateo 3:16-17). Esta revelación trinitaria—Padre, Hijo y Espíritu Santo—afirmó la identidad y misión de Jesús. Fue una declaración pública de su filiación divina y la inauguración de su obra mesiánica.
El bautismo también sirvió como modelo para el bautismo cristiano. En su Gran Comisión, Jesús instruyó a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). El bautismo cristiano es un sacramento que significa arrepentimiento, limpieza del pecado e iniciación en la comunidad de creyentes. Al someterse al bautismo, Jesús santificó las aguas del bautismo para todos los que lo seguirían.
Los Padres de la Iglesia primitiva también reflexionaron sobre el significado del bautismo de Jesús. Por ejemplo, San Gregorio de Nacianzo escribió: "Él viene a enterrar a la humanidad pecadora en las aguas. Viene a santificar el Jordán por nuestro bien y en preparación para nosotros. Él, que es espíritu y carne, viene a comenzar una nueva creación a través del Espíritu y el agua" (Oración 39.15). Gregorio enfatiza que el bautismo de Jesús fue un acto de santificación, preparando el camino para la nueva creación que vendría a través de su muerte y resurrección.
Además, el bautismo de Jesús puede verse como un cumplimiento de los tipos y profecías del Antiguo Testamento. El cruce del Mar Rojo por los israelitas, liderados por Moisés, fue un tipo de bautismo, simbolizando la liberación de la esclavitud y la entrada en una relación de pacto con Dios (1 Corintios 10:1-2). De manera similar, el profeta Ezequiel habló de una futura limpieza: "Rociaré agua limpia sobre vosotros, y seréis limpios; os limpiaré de todas vuestras impurezas y de todos vuestros ídolos" (Ezequiel 36:25). El bautismo de Jesús cumplió estas anticipaciones, inaugurando el nuevo pacto y la promesa de limpieza espiritual.
Además, el bautismo de Jesús fue un acto de obediencia a la voluntad del Padre. A lo largo de su ministerio, Jesús enfatizó que vino a hacer la voluntad del Padre. En Juan 5:19, dijo: "Muy verdaderamente os digo, el Hijo no puede hacer nada por sí mismo; solo puede hacer lo que ve hacer al Padre, porque todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo." Al someterse al bautismo, Jesús demostró su perfecta obediencia y sumisión al plan del Padre, dando un ejemplo para que sus seguidores hagan lo mismo.
El evento también subraya la importancia del Espíritu Santo en el ministerio de Jesús. El descenso del Espíritu sobre Jesús en su bautismo fue una señal de su unción y empoderamiento para la obra que tenía por delante. Isaías 61:1, una profecía mesiánica, declara: "El Espíritu del Señor Soberano está sobre mí, porque el Señor me ha ungido para proclamar buenas nuevas a los pobres." Esta unción por el Espíritu marcó a Jesús como el Mesías, el ungido, que traería salvación al mundo.
En conclusión, el bautismo de Jesús por Juan el Bautista fue un evento multifacético con un profundo significado teológico. Fue un acto de identificación con la humanidad, un momento de afirmación divina, un modelo para el bautismo cristiano, un cumplimiento de los tipos y profecías del Antiguo Testamento, un acto de obediencia a la voluntad del Padre y una señal de la unción del Espíritu Santo. A través de su bautismo, Jesús demostró su solidaridad con los pecadores, su sumisión al plan del Padre y su disposición para embarcarse en su misión mesiánica. Este evento continúa inspirando e instruyendo a los creyentes, recordándonos la importancia del arrepentimiento, la obediencia y la presencia empoderadora del Espíritu Santo en nuestras propias vidas.