El matrimonio, dentro de la tradición cristiana, no se venera simplemente como un contrato legal o social, sino como un sacramento. Esto significa que el matrimonio se considera un signo visible de una gracia invisible, instituido por Cristo para conferir la gracia de Dios a las personas que participan en esta unión. El concepto de matrimonio como sacramento está profundamente arraigado en las enseñanzas bíblicas, las tradiciones de la Iglesia y la experiencia vivida de los creyentes cristianos.
La santidad del matrimonio y su reconocimiento como sacramento se remontan a las Escrituras. En el libro de Génesis, la naturaleza de la unión matrimonial es establecida por el mismo Dios: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:24). Este versículo no solo subraya la intimidad y la naturaleza indisoluble del matrimonio, sino que también lo destaca como una ordenanza divina.
Jesucristo reafirmó la santidad y la permanencia del matrimonio en sus enseñanzas. En el Evangelio de Mateo, cuando se le pregunta sobre el divorcio, Jesús se refiere a este pasaje de Génesis y añade: "Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Mateo 19:6). Al invocar el diseño original de Dios para el matrimonio y enfatizar su naturaleza inquebrantable, Jesús elevó la comprensión del matrimonio de un mero arreglo civil a un pacto de por vida bajo Dios.
Además, el apóstol Pablo en sus cartas usa la relación matrimonial como una metáfora de la relación de Cristo con la Iglesia. En Efesios 5:25-32, Pablo describe la unión del esposo y la esposa como un reflejo de la relación sagrada entre Cristo y su Iglesia. Instruye a los esposos a amar a sus esposas "así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella". Esta profunda analogía no solo destaca la profundidad del compromiso y el amor esperados en el matrimonio, sino que también lo alinea con el amor abnegado de Cristo, elevándolo así a un estatus sacramental.
A lo largo de la historia del cristianismo, la Iglesia ha enseñado que el matrimonio es un sacramento porque es un medio de gracia. Según esta visión, la unión matrimonial no es solo una asociación mutua, sino también una vocación espiritual a través de la cual Dios dispensa su gracia a la pareja, ayudándoles a vivir su llamado a la santidad juntos.
El Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo, afirma que "El pacto matrimonial, por el cual el hombre y la mujer constituyen entre sí una comunidad de toda la vida, por su naturaleza está ordenado al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de los hijos; este pacto entre personas bautizadas ha sido elevado por Cristo el Señor a la dignidad de sacramento" (CCC 1601). Este pasaje destaca dos aspectos cruciales: el bien mutuo de los cónyuges y la generación y educación de los hijos como intrínsecos a la naturaleza del matrimonio.
El matrimonio como sacramento también implica votos o promesas específicas hechas ante Dios y la comunidad, lo que significa el compromiso de la pareja de vivir sus vidas de una manera determinada. Estos votos son un elemento central de la naturaleza sacramental del matrimonio, ya que invocan la gracia de Dios para ayudar a la pareja a cumplir sus compromisos.
En la teología cristiana, la gracia se considera un don inmerecido de Dios que permite a las personas vivir su vocación cristiana. En el contexto del matrimonio, se piensa que la gracia ayuda a los cónyuges a amarse mutuamente con el amor con el que Cristo ama a la Iglesia; les ayuda a superar el egoísmo, a perdonarse mutuamente y a llevar las cargas del otro.
Además, la gracia conferida por el sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de la pareja y fortalecer su unidad indisoluble. Esta gracia está continuamente disponible y está destinada a renovar y profundizar su pacto a medida que comparten el viaje de su vida, incluidos sus desafíos y alegrías.
La visión sacramental del matrimonio no solo llama a la celebración de un evento único, sino a una realidad vivida continua. Invita a las parejas a recurrir continuamente a la gracia del sacramento en su vida diaria juntos, permitiéndoles dar testimonio del amor de Dios a través de su compromiso mutuo. De esta manera, un matrimonio cristiano se convierte en un signo vivo del amor de Dios en el mundo.
En conclusión, el matrimonio se considera un sacramento en el cristianismo porque es una institución divina que encarna una profunda realidad espiritual. Es tanto un signo como un instrumento de la gracia de Dios, a través del cual las parejas casadas son santificadas y ayudadas a alcanzar la santidad en su vida juntos. Esta visión sacramental del matrimonio enriquece así a la comunidad cristiana y a la sociedad en general al ofrecer un modelo de amor comprometido y abnegado.