La cuestión de si un creyente en Cristo aún puede ser considerado un pecador es una que ha intrigado a teólogos y laicos por igual durante siglos. Para abordar esta pregunta adecuadamente, debemos profundizar en la naturaleza del pecado, el poder transformador de la redención a través de Cristo y el proceso continuo de santificación en la vida de un creyente.
En su esencia, el pecado se entiende como cualquier acción, pensamiento o actitud que no alcanza el estándar perfecto de santidad de Dios. El apóstol Pablo lo expresa sucintamente: "por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23, RVR1960). Esta condición universal de pecaminosidad es el punto de partida para entender la naturaleza humana y la necesidad de salvación. Es esta misma condición la que hace necesaria la obra redentora de Jesucristo.
Cuando una persona pone su fe en Jesucristo, es justificada ante Dios. La justificación es un término legal que significa ser declarado justo. Esto no se basa en los méritos propios, sino en la justicia de Cristo imputada al creyente. Pablo lo explica hermosamente en su carta a los Romanos: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1, RVR1960). Esta justificación significa que a los ojos de Dios, el creyente ya no es visto como un pecador, sino como justo debido al sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz.
Sin embargo, la justificación es solo el comienzo de la vida cristiana. El proceso que sigue es la santificación, que es la obra continua del Espíritu Santo en la vida del creyente para hacerlo más como Cristo. Este proceso es gradual e implica la participación activa del creyente. Pablo exhorta a los creyentes a "ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Filipenses 2:12-13, RVR1960). Esto indica que, aunque la obra última es de Dios, el creyente tiene un papel que desempeñar en su crecimiento espiritual.
A pesar de ser justificados, los creyentes aún viven en un mundo caído y retienen su naturaleza pecaminosa. Esta dualidad es descrita de manera conmovedora por Pablo en Romanos 7:15-25, donde lamenta su lucha continua con el pecado: "Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago" (Romanos 7:15, RVR1960). Aquí, Pablo reconoce que, aunque es una nueva creación en Cristo, todavía lucha con su antigua naturaleza pecaminosa.
Esto nos lleva a una distinción esencial: la santificación posicional versus la santificación práctica. Posicionalmente, los creyentes son santificados y apartados para Dios a través de la fe en Cristo. Este es un acto de una sola vez. Sin embargo, prácticamente, los creyentes están en el proceso de ser santificados, lo que implica arrepentimiento diario y esfuerzo por vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Juan escribe: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1 Juan 1:8, RVR1960). Este versículo subraya la realidad de que los creyentes, aunque posicionalmente justos, aún cometen pecados y necesitan una limpieza continua.
El término "pecador" en el contexto de un creyente puede entenderse así en dos sentidos. En el sentido posicional, un creyente no es un pecador porque ha sido justificado y hecho justo por Cristo. En el sentido práctico, sin embargo, un creyente aún puede ser considerado un pecador porque continúa luchando con el pecado en su vida diaria. Esto no es una contradicción, sino una reflexión de la tensión del 'ya pero todavía no' de la vida cristiana. Los creyentes ya están redimidos y justificados, pero aún no están completamente santificados y glorificados.
La esperanza para los creyentes reside en la promesa de la santificación y glorificación últimas. Pablo escribe: "Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6, RVR1960). Esta seguridad proporciona consuelo y motivación para que los creyentes perseveren en su fe y se esfuercen por la santidad, sabiendo que Dios completará la obra que ha comenzado en ellos.
Además, la comunidad de creyentes juega un papel crucial en este proceso. Santiago anima a los creyentes a "confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados" (Santiago 5:16, RVR1960). La comunidad cristiana proporciona apoyo, responsabilidad y aliento, ayudando a los creyentes a crecer en su fe y superar el pecado.
En la literatura cristiana, esta lucha continua con el pecado y el proceso de santificación está bien documentada. Por ejemplo, en "El progreso del peregrino" de John Bunyan, el protagonista, Cristiano, enfrenta varias pruebas y tentaciones en su viaje a la Ciudad Celestial. Esta alegoría ilustra vívidamente el viaje de fe del creyente, marcado por victorias y fracasos, pero siempre avanzando hacia la meta última de la vida eterna con Dios.
En resumen, un creyente en Cristo no es considerado un pecador en el sentido posicional porque ha sido justificado y hecho justo a través de la fe en Jesús. Sin embargo, en el sentido práctico, los creyentes aún pueden ser considerados pecadores porque continúan luchando con el pecado en su vida diaria. Esta dualidad refleja el proceso continuo de santificación, donde los creyentes están siendo transformados a la semejanza de Cristo. La esperanza de la santificación y glorificación últimas proporciona seguridad y motivación para que los creyentes perseveren en su fe, apoyados por la comunidad cristiana y las promesas de Dios.