La pregunta de si es un pecado no compartir el evangelio con otros es una que tiene profundas implicaciones para la vida y misión de cada cristiano. Para abordar esta pregunta, debemos adentrarnos en el corazón de la Gran Comisión, la naturaleza del pecado y las responsabilidades que conlleva ser un seguidor de Cristo.
La Gran Comisión, que se encuentra en Mateo 28:18-20, es una piedra angular del deber cristiano. Jesús ordena a sus discípulos, diciendo:
"Toda autoridad en el cielo y en la tierra me ha sido dada. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado. Y seguramente estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo."
Esta directiva no es meramente una sugerencia, sino un mandato del Cristo resucitado. Subraya la importancia de la evangelización y el discipulado en la vida de cada creyente. El llamado a compartir el evangelio está arraigado en el mismo tejido de nuestra fe, reflejando el corazón de Dios que desea que todas las personas lleguen al arrepentimiento y al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4).
Para entender si es un pecado descuidar este mandato, primero debemos comprender el concepto bíblico de pecado. El pecado, en su esencia, es cualquier acción, pensamiento u omisión que va en contra de la voluntad y el carácter de Dios. Santiago 4:17 proporciona una visión crucial sobre la naturaleza del pecado:
"Si alguien, entonces, sabe el bien que debe hacer y no lo hace, es pecado para él."
Este versículo destaca la idea de que el pecado no solo se trata de cometer actos incorrectos, sino también de no hacer lo que es correcto. En el contexto de la Gran Comisión, si un creyente es consciente de su responsabilidad de compartir el evangelio y deliberadamente elige no hacerlo, está cometiendo un pecado de omisión.
El apóstol Pablo, uno de los evangelistas más fervientes del Nuevo Testamento, expresa la urgencia y la necesidad de predicar el evangelio en 1 Corintios 9:16:
"Porque cuando predico el evangelio, no puedo jactarme, ya que estoy obligado a predicar. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!"
El sentido de compulsión de Pablo y la advertencia de "ay" indican la gravedad de descuidar este deber. Su vida y ministerio sirven como un poderoso ejemplo de la importancia de compartir el evangelio, impulsado por el amor a Cristo y la compasión por los perdidos.
Además, el mismo Jesús enfatiza la importancia de ser testigos en Hechos 1:8:
"Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra."
Aquí, Jesús describe el alcance geográfico y espiritual de nuestro testimonio, subrayando la misión global de la iglesia. El Espíritu Santo capacita a los creyentes para cumplir esta tarea, indicando que compartir el evangelio no es meramente un esfuerzo humano, sino un mandato divino llevado a cabo con asistencia divina.
Sin embargo, la cuestión del pecado también debe considerar el corazón y la intención detrás de nuestras acciones. Es posible que alguien se sienta inadecuado o temeroso de compartir su fe. En tales casos, el problema puede no ser una rebelión abierta contra el mandato de Dios, sino más bien una lucha con limitaciones personales. Dios entiende nuestras debilidades y es compasivo con nuestras luchas. Él proporciona el Espíritu Santo para capacitarnos y promete estar con nosotros siempre (Mateo 28:20).
La parábola de los talentos en Mateo 25:14-30 ofrece una ilustración conmovedora de las consecuencias de descuidar nuestras responsabilidades. El siervo que enterró su talento por miedo fue reprendido por su inacción. Esta parábola enseña que Dios espera que usemos los dones y oportunidades que nos ha dado para Su gloria y el avance de Su reino. No hacerlo se considera infidelidad.
La literatura cristiana también aborda este tema. Charles Spurgeon, el "Príncipe de los Predicadores", una vez dijo: "Todo cristiano es un misionero o un impostor." Su declaración subraya el vínculo intrínseco entre la fe genuina y el deseo de compartir esa fe con otros. De manera similar, John Stott, en su libro "El cristiano contemporáneo", enfatiza que la evangelización no es un extra opcional para el creyente, sino una parte esencial del discipulado cristiano.
Es importante reconocer que compartir el evangelio puede tomar muchas formas. Mientras que algunos pueden ser llamados a predicar en plazas públicas o viajar a tierras lejanas, otros pueden testificar a través de relaciones personales, actos de bondad o viviendo una vida que refleje el amor y la verdad de Cristo. La clave es la fidelidad a las oportunidades que Dios nos proporciona, ya sean grandes o aparentemente pequeñas.
En conclusión, aunque el no compartir el evangelio puede considerarse un pecado de omisión, es esencial abordar este tema con gracia y comprensión. Dios nos llama a ser Sus testigos, y Él nos equipa para esta tarea. Como creyentes, debemos estar motivados por el amor a Dios y la compasión por los demás, buscando compartir las buenas nuevas de Jesucristo en palabra y obra. Seamos fieles a la Gran Comisión, confiando en el poder y la presencia del Espíritu Santo para guiarnos y capacitarnos en esta misión vital.