La Biblia habla clara y reflexivamente sobre el uso del lenguaje, incluyendo el uso de lenguaje obsceno y chistes inapropiados. Como pastor cristiano no denominacional, me gustaría explorar este tema en profundidad, considerando tanto las enseñanzas directas de las Escrituras como los principios más amplios que guían nuestro discurso como seguidores de Cristo.
En primer lugar, la Biblia enfatiza el poder y la importancia de nuestras palabras. Proverbios 18:21 dice: "La lengua tiene poder para dar vida y para quitarla; los que no paran de hablar sufren las consecuencias." Este versículo subraya el profundo impacto que nuestras palabras pueden tener, ya sea para bien o para mal. Como cristianos, estamos llamados a usar nuestro discurso para edificar, animar y bendecir a los demás, en lugar de derribar o menospreciar.
Uno de los pasajes más directos que aborda el lenguaje obsceno y los chistes inapropiados se encuentra en Efesios 4:29, donde el apóstol Pablo escribe: "Eviten toda conversación obscena; por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan." Aquí, Pablo instruye a los creyentes a evitar la "conversación obscena", que puede entenderse como lenguaje obsceno, chistes groseros y cualquier discurso que no sea edificante. En cambio, nuestras palabras deben ser constructivas y beneficiosas para quienes las escuchan.
Reforzando aún más esta idea, Pablo escribe en Efesios 5:3-4: "Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios. Tampoco debe haber obscenidades, ni conversaciones necias, ni chistes groseros, que están fuera de lugar; sino más bien acción de gracias." En este pasaje, Pablo menciona explícitamente "obscenidades, conversaciones necias o chistes groseros" como comportamientos que están "fuera de lugar" para los cristianos. En lugar de participar en tal discurso, se nos anima a cultivar un espíritu de gratitud.
Las enseñanzas de Jesús también proporcionan una profunda visión sobre la importancia de nuestras palabras. En Mateo 12:36-37, Jesús dice: "Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado." Este recordatorio sobrio destaca la responsabilidad que tenemos por nuestro discurso y la seriedad con la que debemos abordar las palabras que usamos.
Además, Santiago 3:5-10 ofrece una vívida metáfora del poder de la lengua, comparándola con una pequeña chispa que puede incendiar un gran bosque. Santiago escribe: "La lengua también es un fuego, un mundo de maldad entre las partes del cuerpo. Corrompe todo el cuerpo, echa a perder todo el curso de la vida, y ella misma es incendiada por el infierno. Toda clase de animales, aves, reptiles y criaturas del mar se pueden domar y han sido domados por el hombre, pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así." Santiago enfatiza la contradicción inherente en usar nuestras lenguas tanto para bendecir como para maldecir, y llama a los creyentes a un estándar más alto de discurso.
Al considerar estas enseñanzas bíblicas, se hace evidente que la Biblia nos llama a un estándar de pureza e integridad en nuestro discurso. El lenguaje obsceno, los chistes groseros y los comentarios inapropiados no son meramente inofensivos o triviales; reflejan la condición de nuestros corazones y pueden tener consecuencias significativas para nosotros y para los demás.
Además, el principio de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, como lo ordena Jesús en Mateo 22:39, debe guiar nuestro discurso. Cuando usamos lenguaje obsceno o hacemos chistes inapropiados, corremos el riesgo de menospreciar, herir u ofender a los demás. En cambio, nuestras palabras deben reflejar el amor y el respeto que estamos llamados a mostrar a cada persona, reconociendo su dignidad inherente como seres hechos a imagen de Dios.
La literatura cristiana también ofrece valiosas ideas sobre la importancia de nuestro discurso. En su libro "En pos de la santidad", Jerry Bridges escribe: "Debemos aprender a hablar la verdad en amor, a edificar a los demás con nuestras palabras en lugar de derribarlos, y a evitar todas las formas de conversación obscena." Bridges enfatiza la necesidad de alinear nuestro discurso con nuestro compromiso con la santidad y el llamado a edificar a los demás.
De manera similar, en "Mero Cristianismo", C.S. Lewis discute las implicaciones morales de nuestras palabras. Él señala: "Los pecados de la lengua no solo están entre los más comunes, sino también entre los más destructivos. Pueden arruinar relaciones, dañar reputaciones y sembrar discordia entre los creyentes." Las observaciones de Lewis nos recuerdan el impacto de largo alcance de nuestro discurso y la importancia de ejercer sabiduría y moderación en nuestro lenguaje.
En términos prácticos, cultivar un discurso piadoso requiere intencionalidad y autodisciplina. Implica ser conscientes de las palabras que usamos, evitar situaciones donde estemos tentados a participar en conversaciones inapropiadas y buscar responsabilidad entre otros creyentes. La oración también es esencial, ya que pedimos a Dios que purifique nuestros corazones y guíe nuestro discurso. El Salmo 19:14 ofrece una hermosa oración en este sentido: "Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, roca mía y redentor mío."
En conclusión, la Biblia proporciona una guía clara y convincente sobre el uso del lenguaje, llamando a los creyentes a evitar el lenguaje obsceno y los chistes inapropiados. Nuestro discurso debe caracterizarse por la pureza, la edificación y el amor, reflejando la obra transformadora de Cristo en nuestros corazones. Al alinear nuestras palabras con los principios de las Escrituras, honramos a Dios y edificamos a quienes nos rodean, cumpliendo nuestro llamado como Sus embajadores en el mundo.