La cuestión de quién fue responsable de eliminar libros de la Biblia es compleja, ya que involucra consideraciones históricas, teológicas y eclesiásticas. Para abordar esta cuestión, debemos profundizar en el desarrollo del canon bíblico, el contexto histórico de los Apócrifos y los Pseudepígrafos, y las decisiones tomadas por diversas comunidades religiosas a lo largo de la historia.
El término "canon" se refiere a la colección de libros reconocidos como escritura autoritativa por una comunidad religiosa. El proceso de canonización no fue un evento único, sino una serie de decisiones tomadas a lo largo de siglos. Para la Biblia cristiana, esto implicó la formación de los cánones del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, con variaciones entre diferentes tradiciones cristianas.
La comunidad judía tenía una colección de escritos sagrados mucho antes del nacimiento del cristianismo. Para la época de Jesús, lo que ahora conocemos como la Biblia hebrea estaba en gran medida establecida, aunque los debates sobre ciertos libros continuaban entre los eruditos judíos. La Biblia hebrea consta de la Ley (Torá), los Profetas (Nevi'im) y los Escritos (Ketuvim), que juntos forman el Tanaj.
La Septuaginta, una traducción griega de las escrituras hebreas, incluía libros adicionales que no se encuentran en la Biblia hebrea. Estos libros, conocidos como los Apócrifos, fueron ampliamente utilizados en la Iglesia cristiana primitiva. El término "Apócrifos" significa "ocultos" y se refiere a textos que se consideraban valiosos pero no al mismo nivel que los libros canónicos.
En los primeros siglos del cristianismo, no había un canon universalmente aceptado. Diferentes comunidades cristianas usaban diferentes textos. Los Padres de la Iglesia primitiva, como Ireneo, Tertuliano y Orígenes, citaron una variedad de escritos, incluidos algunos ahora considerados apócrifos.
Para el siglo IV, los concilios de la Iglesia comenzaron a abordar el tema del canon. El Concilio de Roma en 382, bajo el Papa Dámaso I, y los posteriores Concilios de Hipona (393) y Cartago (397, 419) jugaron papeles significativos en la afirmación del canon, que incluía los Apócrifos. La Vulgata latina, traducida por Jerónimo a instancias del Papa Dámaso, incluía estos libros, aunque el propio Jerónimo era escéptico sobre su estatus canónico.
El cambio más significativo en el canon bíblico ocurrió durante la Reforma Protestante en el siglo XVI. Reformadores como Martín Lutero desafiaron la autoridad de la Iglesia y buscaron regresar a las escrituras originales. Lutero cuestionó la canonicidad de varios libros del Antiguo Testamento que no formaban parte de la Biblia hebrea, incluidos los de los Apócrifos.
En su traducción de la Biblia al alemán, Lutero colocó los libros apócrifos en una sección separada, señalando que eran útiles para la lectura pero no para establecer doctrina. Esta decisión influyó en otras tradiciones protestantes, llevando a la exclusión de estos libros del Antiguo Testamento protestante.
El Concilio de Trento (1545-1563), en respuesta a la Reforma, reafirmó la canonicidad de los libros apócrifos, que la Iglesia Católica se refiere como los libros "Deuterocanónicos". Esta decisión solidificó las diferencias entre los cánones católico y protestante.
El término "Pseudepígrafos" se refiere a una colección de antiguos escritos judíos atribuidos a figuras bíblicas pero no incluidos en ningún canon. Estos textos nunca fueron ampliamente aceptados como escritura por ninguna tradición cristiana importante, aunque fueron influyentes en el pensamiento judío y cristiano primitivo.
La cuestión de quién eliminó libros de la Biblia no es un asunto de un individuo o grupo haciendo una decisión unilateral. En cambio, es un reflejo de la historia diversa y dinámica del desarrollo del canon bíblico. Las diferencias en el canon entre varias tradiciones cristianas—católica, protestante y ortodoxa—ilustran la compleja interacción de teología, tradición y contexto histórico.
Para los cristianos no denominacionales, entender esta historia es crucial. Destaca la importancia del discernimiento y el estudio al acercarse a las escrituras. La Biblia, tal como la tenemos hoy, es el resultado de siglos de consideración y debate orante entre creyentes que buscan entender la revelación de Dios.
Aunque la tradición protestante no incluye los Apócrifos en su canon, estos libros siguen siendo valiosos para el estudio histórico y teológico. Proporcionan una visión del entorno religioso y cultural del período intertestamentario y nos ayudan a entender el contexto en el que se escribió el Nuevo Testamento.
Al final, la formación del canon bíblico es un testimonio del poder e influencia perdurables de las escrituras. Es un recordatorio de la responsabilidad que tenemos de involucrarnos con la Biblia de manera reflexiva y reverente, buscando discernir la verdad de Dios en un mundo de muchas voces.