En la exploración de los textos bíblicos y su relación con la justificación de la guerra, uno se encuentra con un complejo tapiz de contexto histórico, interpretación teológica y consideraciones éticas. La Biblia, un texto fundamental para miles de millones de creyentes en todo el mundo, aborda el tema de la guerra a través de varias narrativas y enseñanzas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Comprender estas escrituras requiere un enfoque matizado que considere las diversas perspectivas dentro de la tradición cristiana.
El Antiguo Testamento contiene numerosos relatos donde la guerra se presenta como una actividad necesaria e incluso sancionada divinamente. Uno de los ejemplos más citados se encuentra en el libro de Josué, donde los israelitas, bajo el liderazgo de Josué, se involucran en batallas para tomar posesión de la Tierra Prometida. Esta conquista, como se describe en Josué 6 con la caída de Jericó, a menudo se interpreta como un mandato directo de Dios para participar en la guerra:
"Entonces el Señor dijo a Josué: 'Mira, he entregado en tus manos a Jericó, junto con su rey y sus hombres de guerra.'" (Josué 6:2, NVI)
Estos pasajes se han utilizado históricamente para justificar la idea de que la guerra puede ser un instrumento divino para el juicio o para cumplir las promesas de Dios a Su pueblo. De manera similar, en 1 Samuel 15, Dios ordena al rey Saúl a través del profeta Samuel atacar a los amalecitas como una forma de retribución divina:
"Ahora ve, ataca a los amalecitas y destruye por completo todo lo que les pertenece. No los perdones; mata a hombres y mujeres, niños y lactantes, ganado y ovejas, camellos y asnos." (1 Samuel 15:3, NVI)
Estos textos son desafiantes y han sido objeto de diversas interpretaciones. Algunos los ven como directivas históricas específicas que no proporcionan una aprobación general de la guerra. Otros los ven como una demostración del principio de que Dios tiene la autoridad soberana para juzgar a las naciones y que puede usar agentes humanos para ejecutar Su justicia.
En marcado contraste con las narrativas de conquista y guerra divina, el Antiguo Testamento también presenta una profunda visión de paz. Los profetas, particularmente Isaías, hablan de un futuro donde la guerra es abolida y se establece la paz universal. La visión de Isaías está bellamente encapsulada en un pasaje que ha resonado profundamente dentro de las tradiciones pacifistas cristianas:
"Convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces. No levantará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra." (Isaías 2:4, NVI)
Esta profecía no solo anticipa una era mesiánica de paz, sino que también sirve como un contrapeso teológico a las narrativas de guerra, sugiriendo una preferencia divina por la paz y la reconciliación sobre el conflicto y la destrucción.
Las enseñanzas de Jesucristo en el Nuevo Testamento complican aún más la perspectiva bíblica sobre la guerra. El sermón de Jesús en el Monte, por ejemplo, aboga por la no violencia y el amor a los enemigos, lo cual ha sido un pilar para el pacifismo cristiano:
"Ustedes han oído que se dijo: 'Ojo por ojo, y diente por diente.' Pero yo les digo, no resistan al que es malo. Si alguien te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra." (Mateo 5:38-39, NVI)
"Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios." (Mateo 5:9, NVI)
Estas enseñanzas enfatizan el perdón, la reconciliación y la idea revolucionaria de amar a los enemigos, desafiando las justificaciones tradicionales para la guerra y la violencia.
La carta de Pablo a los Romanos introduce otra dimensión en la discusión: el papel del estado en el ejercicio de la autoridad, incluyendo el uso de la fuerza. Romanos 13 a menudo se cita en discusiones sobre la relación del cristiano con la autoridad estatal y sus implicaciones morales con respecto a la guerra:
"Porque el que está en autoridad es siervo de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada. Es siervo de Dios, agente de ira para castigar al que hace lo malo." (Romanos 13:4, NVI)
Este pasaje ha sido interpretado como un reconocimiento del uso legítimo de la fuerza por parte de los gobiernos para mantener el orden y la justicia, sugiriendo una aceptación condicional de la guerra bajo ciertas circunstancias, como la autodefensa o la protección de los inocentes.
Las diversas perspectivas bíblicas sobre la guerra y la paz exigen una cuidadosa reflexión ética. Los cristianos están llamados a luchar con estos textos, reconociendo la complejidad de aplicar las escrituras antiguas a situaciones geopolíticas modernas. La tradición de la guerra justa, que surgió en los escritos de Agustín y Tomás de Aquino, intenta proporcionar un marco para evaluar las condiciones bajo las cuales la guerra podría estar moralmente justificada, equilibrando la búsqueda de la justicia con el imperativo de minimizar el sufrimiento.
En conclusión, la Biblia no ofrece una postura única y sin ambigüedades sobre la guerra. En cambio, presenta un diálogo entre el juicio divino y la misericordia divina, entre la justicia y la paz. Como seguidores de Cristo, se anima a los cristianos a buscar sabiduría y guía a través de la oración, el estudio y el discernimiento comunitario, esforzándose por vivir los valores del Reino de Dios en un mundo roto y conflictivo. Cada pasaje, ya sea que abogue por el conflicto o defienda la paz, debe interpretarse a la luz del testimonio bíblico más amplio del deseo último de Dios por la reconciliación y el amor entre todas las personas.