¿Puede alguien ser justo según la Biblia?

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La cuestión de si alguien puede ser justo según la Biblia es un tema profundo y central en la teología cristiana. Para abordar adecuadamente esto, debemos profundizar en la naturaleza de la justicia, la condición humana y los medios por los cuales la Biblia sugiere que se puede alcanzar la justicia.

En la Biblia, la justicia se trata fundamentalmente de estar en buena relación con Dios. Abarca la integridad moral, la justicia y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. La palabra hebrea para justicia, "tsedeq", y la palabra griega, "dikaiosyne", ambas transmiten este sentido de conducta ética y aprobación divina.

Sin embargo, la Biblia también deja claro que la humanidad, en su estado natural, no alcanza los estándares de Dios. Esto es evidente desde el principio. En Génesis, la desobediencia de Adán y Eva resulta en la Caída, introduciendo el pecado en el mundo y rompiendo la relación perfecta entre la humanidad y Dios (Génesis 3). El apóstol Pablo reitera esto en su carta a los Romanos: "Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23, RVR). Este versículo subraya la naturaleza universal del pecado y la incapacidad inherente de los humanos para alcanzar la justicia por sí mismos.

El Antiguo Testamento proporciona numerosos ejemplos de individuos que buscaron vivir justamente, pero incluso las figuras más devotas mostraron defectos. El rey David, descrito como un hombre conforme al corazón de Dios (1 Samuel 13:14), cometió adulterio y asesinato. El profeta Isaías, reconociendo la naturaleza omnipresente del pecado, declaró: "Todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia" (Isaías 64:6, RVR), indicando que incluso nuestros mejores esfuerzos están manchados por el pecado.

Dada esta sombría evaluación, uno podría preguntarse si la justicia es alcanzable en absoluto. La respuesta radica en el concepto de justificación, una piedra angular de la teología cristiana. La justificación es el acto de Dios de declarar justo a un pecador sobre la base de la fe en Jesucristo. Esta doctrina se articula más claramente en el Nuevo Testamento, particularmente en los escritos de Pablo.

Pablo explica que la justicia no es algo que podamos ganar a través de nuestras obras, sino que es un regalo de Dios. En Romanos 3:21-22, escribe: "Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y los profetas. Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen" (RVR). Aquí, Pablo contrasta la justicia que proviene de la ley—los esfuerzos humanos por seguir los mandamientos de Dios—con la justicia que proviene de la fe en Cristo.

Esta justicia por fe se elabora más en Romanos 4, donde Pablo usa el ejemplo de Abraham. "Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia" (Romanos 4:3, RVR). La fe de Abraham, no sus obras, fue la base de su justicia. Este principio es fundamental para la comprensión cristiana de la justificación: es solo por fe que somos considerados justos ante Dios.

El poder transformador de la fe también se destaca en la vida y enseñanzas de Jesús. En el Sermón del Monte, Jesús presenta un estándar más alto de justicia que va más allá del mero cumplimiento externo de la ley. Él llama a una pureza de corazón e intención, diciendo: "Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 5:20, RVR). Esta declaración enfatiza que la verdadera justicia no se trata de apariencias externas, sino de una transformación interna posible a través de una relación con Él.

La muerte sacrificial y resurrección de Jesús son centrales para este proceso transformador. Al tomar sobre sí mismo los pecados del mundo, Jesús proporciona los medios para que la humanidad se reconcilie con Dios. Como dice Pablo en 2 Corintios 5:21, "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (RVR). Este intercambio—nuestro pecado por Su justicia—es la esencia de la justificación.

Además, el papel del Espíritu Santo en la vida del creyente es crucial para entender cómo uno puede vivir justamente. El Espíritu Santo empodera y guía a los cristianos para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Pablo escribe en Gálatas 5:16, "Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne" (RVR). El fruto del Espíritu—amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23)—son manifestaciones de una vida justa posible a través del trabajo del Espíritu dentro de nosotros.

Además de la evidencia bíblica, la literatura cristiana también ha explorado extensamente el concepto de justicia y justificación. Martín Lutero, una figura pivotal en la Reforma Protestante, enfatizó la justificación solo por la fe. En su comentario sobre Gálatas, Lutero escribe: "Esta es la verdad del evangelio. También es el artículo principal de toda la doctrina cristiana, en el cual consiste el conocimiento de toda piedad. Por lo tanto, es muy necesario que conozcamos bien este artículo, lo enseñemos a otros y lo inculquemos continuamente." La insistencia de Lutero en la fe sola subraya la creencia de que los esfuerzos humanos son insuficientes para alcanzar la justicia.

Juan Calvino, otro teólogo de la Reforma, también destacó la importancia de la justificación por la fe. En su obra seminal, "Institutos de la Religión Cristiana", Calvino escribe: "Decimos que la justificación consiste en la remisión de los pecados y la imputación de la justicia de Cristo." La perspectiva de Calvino se alinea con la enseñanza bíblica de que la justicia se concede a través de la fe en la obra expiatoria de Cristo.

En resumen, la Biblia presenta un mensaje claro y consistente: nadie puede alcanzar la justicia a través de sus propios esfuerzos. La naturaleza universal del pecado asegura que todos están destituidos de la gloria de Dios. Sin embargo, a través de la fe en Jesucristo, la justicia se imputa a los creyentes. Esta justicia no se gana, sino que es un regalo de Dios, posible gracias a la muerte sacrificial y resurrección de Cristo. El Espíritu Santo además empodera a los creyentes para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, produciendo el fruto de una vida justa.

Así, aunque nadie puede ser justo por sí mismo, cualquiera puede ser declarado justo a través de la fe en Jesucristo. Esta profunda verdad es el corazón del evangelio y la base de la esperanza cristiana.

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