El papel de Jesús en la creación es un aspecto profundo y fundamental de la teología cristiana, profundamente arraigado en las Escrituras. Para entender este papel, debemos adentrarnos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, así como en las reflexiones teológicas que han surgido a lo largo de la historia cristiana. La Biblia presenta una narrativa cohesiva que revela a Jesús no solo como el Salvador, sino también como el agente activo de la creación, íntimamente involucrado en la creación del universo.
El Evangelio de Juan comienza con una poderosa declaración sobre el papel divino de Jesús en la creación. Juan 1:1-3 dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de Él todas las cosas fueron hechas; sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho." Aquí, Juan identifica a Jesús como el "Verbo" (Logos en griego), enfatizando su preexistencia y participación activa en la creación de todas las cosas. Este pasaje hace eco de las palabras iniciales de Génesis, "En el principio, Dios creó los cielos y la tierra" (Génesis 1:1), vinculando así a Jesús directamente con la obra creativa de Dios.
El apóstol Pablo también expone el papel de Jesús en la creación en su carta a los Colosenses. En Colosenses 1:15-17, Pablo escribe: "El Hijo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas: las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas subsisten." Este pasaje no solo reafirma la participación de Jesús en la creación de todas las cosas, sino que también destaca su preeminencia y poder sustentador sobre el universo. Jesús es representado como el agente a través del cual toda la creación llegó a existir y quien continúa sosteniéndola.
El autor de Hebreos subraya aún más la autoridad creativa de Jesús. Hebreos 1:2-3 dice: "En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien también hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de su sustancia, y sustenta todas las cosas con la palabra de su poder." Este pasaje refuerza la idea de que Jesús es tanto el creador como el sustentador del universo, encarnando la esencia y la gloria de Dios.
El Antiguo Testamento también contiene indicios y prefiguraciones del papel de Jesús en la creación. Proverbios 8:22-31, a menudo interpretado por teólogos cristianos como una personificación de la sabiduría divina, habla de la presencia y participación de la sabiduría en la creación: "El Señor me poseía en el principio de su obra, antes de sus obras más antiguas; desde la eternidad fui establecida, desde el principio, antes de que la tierra existiera... Entonces estaba yo junto a Él, como arquitecto; y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de Él en todo tiempo." Los primeros pensadores cristianos, como Justino Mártir e Ireneo, vieron en este pasaje una prefiguración de Cristo, la sabiduría eterna de Dios, activa en la creación.
La representación del Nuevo Testamento de Jesús como el Logos, el Verbo divino por medio del cual todas las cosas fueron hechas, refleja una profunda percepción teológica. El concepto del Logos era familiar en el pensamiento helenístico, donde denotaba el principio racional que ordena el universo. Al identificar a Jesús como el Logos, los escritores del Nuevo Testamento estaban haciendo una afirmación radical: el principio racional que sustenta y ordena el cosmos no es una fuerza abstracta, sino una persona, Jesucristo. Esta identificación cierra la brecha entre la comprensión judía de un Dios creador personal y el concepto filosófico griego de un principio ordenador.
Los padres de la iglesia primitiva desarrollaron aún más esta comprensión teológica. Atanasio de Alejandría, en su obra seminal "Sobre la Encarnación", argumenta que el Verbo de Dios, que se encarnó en Jesús, es el mismo Verbo por medio del cual todas las cosas fueron hechas. Atanasio escribe: "Por medio de este Verbo los cielos fueron afirmados y la tierra fue fundada; y todos los elementos en toda la creación fueron ordenados, y por su providencia son gobernados y ordenados." Para Atanasio, la encarnación del Verbo es una continuación de la obra creativa de Dios, ahora entrando en el mundo para redimirlo y restaurarlo.
El Credo de Nicea, formulado en el siglo IV, encapsula esta creencia en su declaración: "Creemos en un solo Señor, Jesucristo, el único Hijo de Dios, engendrado eternamente del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre; por medio de Él todas las cosas fueron hechas." Este credo, recitado por cristianos de diversas denominaciones, afirma la divinidad eterna de Jesús y su papel en la creación, reflejando el consenso de la iglesia primitiva sobre este aspecto crucial de la cristología.
Además de estas reflexiones teológicas, el papel de Jesús en la creación tiene implicaciones prácticas para la fe y la vida cristiana. Reconocer a Jesús como el creador y sustentador del universo invita a los creyentes a ver el mundo como un reflejo de su sabiduría, poder y amor. Llama a una postura de reverencia y mayordomía hacia la creación, reconociendo su valor y propósito inherentes como obra de Cristo. Además, profundiza nuestra comprensión de la salvación, ya que el que creó el mundo es también el que lo redime. La continuidad entre la creación y la redención subraya el alcance integral del plan salvífico de Dios, abarcando tanto las dimensiones materiales como espirituales de la existencia.
En conclusión, la Biblia presenta un retrato rico y multifacético del papel de Jesús en la creación. Desde la declaración inicial del Evangelio de Juan hasta las reflexiones teológicas de Pablo y el autor de Hebreos, el Nuevo Testamento afirma consistentemente a Jesús como el Verbo divino por medio del cual todas las cosas fueron hechas y son sostenidas. Esta doctrina, arraigada en el Antiguo Testamento y elaborada por la iglesia primitiva, revela el profundo misterio de la identidad y misión de Cristo. Como creador y sustentador del universo, Jesús nos invita a reconocer la sacralidad de la creación y a participar en su obra redentora, trayendo gloria a Dios en todo lo que hacemos.