Un profeta, según la Biblia, es una persona elegida por Dios para entregar Sus mensajes al pueblo. El papel de un profeta es multifacético y profundamente significativo en la narrativa bíblica. Los profetas sirven como intermediarios entre Dios y la humanidad, transmitiendo revelaciones divinas, advertencias, orientación y, a veces, prediciendo eventos futuros. A menudo son llamados a decir la verdad al poder, desafiar las injusticias sociales y llamar a la gente a la fidelidad y obediencia a Dios.
El término "profeta" proviene de la palabra hebrea "navi" (נָבִיא), que significa "uno que es llamado" o "uno que anuncia". En el Nuevo Testamento, se usa la palabra griega "prophetes" (προφήτης), que tiene un significado similar. Los profetas no se nombran a sí mismos; son específicamente elegidos por Dios para su misión. Esta selección divina es crucial porque subraya que la autoridad de un profeta proviene de Dios, no de instituciones humanas o ambiciones personales.
Los profetas a menudo son llamados de maneras dramáticas e inconfundibles. Por ejemplo, Moisés encuentra a Dios a través de la zarza ardiente (Éxodo 3), e Isaías recibe su llamado a través de una visión de Dios en el templo (Isaías 6). A Jeremías se le dice que fue elegido antes de nacer (Jeremías 1:5). Estas narrativas de llamado destacan la iniciativa divina y la profunda responsabilidad que se le otorga al profeta.
El papel principal de un profeta es ser un portavoz de Dios. Esto implica:
Revelar la Voluntad de Dios: Los profetas comunican los mandamientos, intenciones y deseos de Dios al pueblo. Esto puede incluir enseñanzas morales y éticas, como se ve en los mensajes de Isaías, Jeremías y Ezequiel. Estos profetas a menudo llamaban a los israelitas al arrepentimiento y a la adhesión al pacto establecido entre Dios y Su pueblo.
Predecir Eventos Futuros: Algunos profetas reciben visiones de eventos futuros. Este aspecto de la profecía es quizás el más conocido, pero no es la única función de un profeta. Por ejemplo, las visiones de Daniel en el Libro de Daniel y las revelaciones de Juan en el Libro de Apocalipsis proporcionan ideas apocalípticas sobre el plan de Dios para el futuro.
Advertir sobre el Juicio: Los profetas frecuentemente advierten sobre el juicio inminente debido a los pecados del pueblo. Por ejemplo, Jonás es enviado a Nínive para advertir sobre su destrucción inminente a menos que el pueblo se arrepienta (Jonás 3). De manera similar, Amós advierte a Israel sobre las consecuencias de sus injusticias sociales e idolatría (Amós 5).
Interceder por el Pueblo: Los profetas a menudo actúan como intercesores, suplicando a Dios en nombre del pueblo. Moisés intercede por Israel múltiples veces cuando Dios está listo para destruirlos por su desobediencia (Éxodo 32:11-14, Números 14:13-19). Este papel de intercesión subraya la profunda conexión del profeta tanto con Dios como con el pueblo.
La Biblia proporciona criterios para discernir a los verdaderos profetas de los falsos. Deuteronomio 18:21-22 establece que si las predicciones de un profeta no se cumplen, no están hablando de parte de Dios. Además, Deuteronomio 13:1-5 advierte que incluso si las señales de un profeta se cumplen, pero llevan a la gente lejos de Yahvé, son falsos profetas. Los verdaderos profetas alinean consistentemente sus mensajes con el carácter revelado y la voluntad de Dios.
Los verdaderos profetas también exhiben ciertas características:
El Antiguo Testamento contiene varios libros atribuidos a profetas, a menudo divididos en los Profetas Mayores (Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel) y los Profetas Menores (Oseas a Malaquías). La distinción entre Profetas Mayores y Menores se basa en la longitud de sus escritos, no en su importancia.
Estos libros no solo registran los mensajes de los profetas, sino que también proporcionan contexto histórico, mostrando cómo sus profecías eran relevantes para las circunstancias de su tiempo. Por ejemplo, las profecías de Isaías abordan la amenaza asiria, mientras que los mensajes de Jeremías se sitúan en el contexto del exilio babilónico.
La tradición profética continúa en el Nuevo Testamento, aunque toma nuevas dimensiones con la venida de Jesucristo. Jesús a menudo es visto como el profeta supremo, cumpliendo las profecías del Antiguo Testamento y encarnando la revelación perfecta de Dios. En el Evangelio de Lucas, Jesús lee del rollo de Isaías y declara que la profecía se cumple en Él (Lucas 4:17-21).
El Nuevo Testamento también reconoce el papel continuo de los profetas dentro de la iglesia primitiva. En Efesios 4:11, Pablo enumera a los profetas entre los dones que Cristo dio a la iglesia. El Libro de los Hechos menciona a profetas como Ágabo, quien predice una hambruna (Hechos 11:27-28) y el encarcelamiento de Pablo (Hechos 21:10-11).
Teológicamente, los profetas son esenciales para entender la interacción de Dios con la humanidad. Revelan el carácter de Dios como justo, misericordioso y soberano. A través de sus mensajes, vemos el deseo de Dios de una relación con Su pueblo y Su compromiso con la justicia y la rectitud.
Los profetas también destacan la importancia de la obediencia y la fidelidad. Sus llamados al arrepentimiento y advertencias de juicio nos recuerdan que Dios toma el pecado en serio y que hay consecuencias por alejarse de Él. Al mismo tiempo, sus mensajes de esperanza y restauración revelan el amor inquebrantable de Dios y Su deseo de redimir y restaurar a Su pueblo.
En resumen, un profeta según la Biblia es un mensajero divinamente elegido que comunica la voluntad de Dios al pueblo. Los profetas juegan un papel crucial en revelar el carácter, las intenciones y los planes de Dios. Llaman a la gente al arrepentimiento, advierten sobre el juicio, ofrecen esperanza y, a veces, predicen eventos futuros. Su autoridad proviene de Dios, y sus mensajes son consistentes con Su naturaleza revelada. Entender el papel y la importancia de los profetas enriquece nuestra comprensión de la narrativa bíblica y la relación continua de Dios con la humanidad.