La Ascensión de Jesucristo es un evento profundo en el cristianismo, celebrado como un momento crucial en la vida de Jesús y un aspecto fundamental de la teología cristiana. Este evento, descrito en el Nuevo Testamento, ocurre 40 días después de la resurrección de Jesús de entre los muertos y marca su ascenso corporal al cielo en presencia de sus discípulos. La celebración de la Ascensión, por lo tanto, no es meramente un evento conmemorativo, sino una celebración cargada de profundo significado teológico y esperanza para los creyentes.
Para comprender completamente la importancia de la Ascensión, primero debemos entender qué ocurrió exactamente. Según el Nuevo Testamento, particularmente en Hechos 1:9-11, después de la resurrección de Jesús y varias apariciones a sus discípulos, fue llevado ante sus propios ojos, y una nube lo ocultó de su vista. Este momento no se describe como un evento simbólico, sino como una ascensión literal y física.
Lucas, el autor de Hechos, detalla este evento con un claro énfasis en su realidad física: Jesús subió. La narrativa es directa pero llena de implicaciones teológicas. Aquí, Jesús no simplemente desaparece en los reinos espirituales, sino que asciende corporalmente, afirmando la creencia cristiana en la resurrección del cuerpo.
La Ascensión marca la glorificación de Cristo en su reino celestial. Significa la culminación de su misión terrenal y su exaltación como Rey. Esto se expresa bellamente en Efesios 1:20-23, donde Pablo describe cómo Dios colocó a Cristo a su derecha en los reinos celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad. La mano derecha de Dios simboliza la posición última de poder y autoridad. Al ascender al cielo, Jesús cumple su papel como el Rey eterno, gobernando sobre todos los dominios.
La Ascensión es también un poderoso testimonio de la divinidad de Jesús. Al ascender al cielo y sentarse a la derecha del Padre, se afirma la naturaleza divina de Jesús. Este evento sirve como un claro indicador de que Jesús no es meramente una figura histórica, sino el Hijo de Dios, poseedor de autoridad sobre el cielo y la tierra.
Antes de su Ascensión, Jesús prometió a los discípulos que enviaría al Espíritu Santo para guiarlos, empoderarlos y consolarlos (Juan 16:7). La Ascensión, por lo tanto, prepara el escenario para la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Significa una transición de la presencia física de Jesús con sus discípulos a su presencia espiritual a través del Espíritu Santo, quien empodera a los creyentes para el ministerio y los sella para la salvación.
Romanos 8:34 y Hebreos 7:25 nos dicen que Jesús, quien ascendió al cielo, ahora intercede por nosotros. Esta intercesión continua es crucial para los creyentes, ya que nos asegura el cuidado y la defensa continua de Jesús en nuestro nombre ante el Padre. Sus oraciones por nosotros son perfectas y se alinean con la voluntad de Dios, proporcionándonos consuelo y seguridad.
Por último, la Ascensión de Jesús no se trata solo de su regreso al cielo, sino que también apunta a la esperanza futura para todos los creyentes. Al ascender, Jesús prometió que prepararía un lugar para nosotros y que volvería para llevarnos consigo (Juan 14:3). La Ascensión, por lo tanto, proporciona un modelo y una promesa de nuestra propia resurrección y ascensión, afirmando nuestro destino eterno con Cristo.
La celebración de la Ascensión, por lo tanto, abarca mucho más que conmemorar un evento. Es una celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte, su exaltación y su ministerio continuo como nuestro abogado. También reafirma nuestra esperanza en la promesa de nuestra futura resurrección y vida eterna.
En las tradiciones litúrgicas, el Día de la Ascensión ocurre en el 40º día de Pascua, generalmente cayendo en un jueves. El día se marca con un culto jubiloso, reflejando la naturaleza triunfante de la ocasión. Las iglesias pueden centrarse en la realeza de Jesús, su victoria sobre la muerte y su papel como nuestro intercesor. La liturgia a menudo incluye lecturas de Hechos 1 y Lucas 24, himnos que hablan del reinado y la majestad de Cristo, y oraciones que reafirman el compromiso de la congregación de servir al Rey resucitado y ascendido.
En conclusión, la Ascensión de Jesucristo se erige como una piedra angular de la fe cristiana. Encapsula el triunfo de Cristo sobre las limitaciones de la existencia terrenal y su inauguración como el Señor eterno y soberano. Para los creyentes, no solo es una fuente de profunda reflexión teológica, sino también de inmensa alegría y esperanza, prometiendo no solo la victoria última de Cristo, sino también nuestra participación en su vida resucitada. Este evento profundo nos recuerda que nuestra fe no es en vano, sino que está anclada en la realidad del reinado de Jesús y su promesa de vida eterna para todos los que creen en Él.