La confirmación es un sacramento que tiene un profundo significado en la vida cristiana, sirviendo como un puente entre la gracia inicial del bautismo y el continuo camino de la fe. Es un rito de iniciación en las iglesias cristianas, particularmente en las de denominaciones católicas romanas, ortodoxas, anglicanas y algunas protestantes, como el luteranismo. La confirmación se ve como un sacramento de madurez y profundización de los dones bautismales.
Para comprender verdaderamente el propósito de la confirmación, primero debemos entender sus orígenes y fundamentos teológicos. Las raíces de la confirmación se encuentran en el Nuevo Testamento. Hechos 8:14-17 describe cómo los apóstoles impusieron las manos sobre los creyentes bautizados, orando para que recibieran el Espíritu Santo. Esta imposición de manos, que acompaña a la oración, ha evolucionado hasta convertirse en el rito moderno de la confirmación.
En la confirmación, el obispo o un sacerdote delegado impone las manos sobre los confirmandos (aquellos que están siendo confirmados) y los unge con crisma (aceite santo), mientras invoca al Espíritu Santo. El rito esencial incluye las palabras: "Sé sellado con el Don del Espíritu Santo". Este momento simboliza el fortalecimiento del vínculo del confirmando con la Iglesia y su compromiso de vivir su fe con valentía y públicamente.
Uno de los propósitos principales de la confirmación es profundizar la gracia recibida en el bautismo. Mientras que el bautismo elimina el pecado original y nos inicia en la santa iglesia de Cristo, la confirmación fortalece lo que se comenzó en el bautismo. No es un nuevo comienzo, sino una profundización de la experiencia cristiana. Es similar a avivar la llama que se encendió durante el bautismo. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la confirmación trae un aumento y profundización de la gracia bautismal (CIC 1303).
Este sacramento dota al creyente con los siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad y temor del Señor. Estos dones están destinados a madurar al cristiano para la práctica de un testimonio más auténtico de Cristo en el mundo.
La confirmación también significa el compromiso del confirmando con la misión de la Iglesia. Al recibir el sacramento, el individuo acepta asumir un papel más activo en la comunidad eclesial y a difundir y defender la fe tanto con palabras como con hechos. Es un llamado a testimoniar públicamente la fe en Cristo y a servir a los demás en la comunidad de la Iglesia.
Los confirmados, por lo tanto, se espera que sean más que participantes pasivos en su fe; deben ser defensores activos del Evangelio. De esta manera, la confirmación tiene una dimensión comunitaria: fortalece no solo al individuo, sino también a todo el cuerpo de Cristo.
Central al propósito de la confirmación es el papel del Espíritu Santo. En este sacramento, el Espíritu Santo viene sobre la persona de una manera especial, equipándola y empoderándola para el servicio a Dios y al prójimo. Esto no es diferente a la experiencia de los Apóstoles en Pentecostés, donde fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar con valentía como testigos de Cristo (Hechos 2:1-4).
La acción del Espíritu Santo en la confirmación es fortalecer la identidad del cristiano como hijo de Dios y empoderarlo en su caminar cristiano. El Espíritu trae dones que permiten al creyente llevar a cabo la misión que Cristo les ha encomendado. Este empoderamiento es crucial para vivir una vida fiel al Evangelio y responder a las necesidades del mundo.
A un nivel más personal, la confirmación trata sobre el crecimiento en la fe. Es un sacramento que fomenta la reflexión personal sobre la relación con Cristo y la Iglesia. A través de la preparación para la confirmación, el creyente es llamado a un estudio más profundo de la fe, un compromiso más completo con la comunidad cristiana y una vida de oración más comprometida.
Este crecimiento no está destinado a ser estático, sino dinámico. Implica una transformación continua por la cual el confirmado busca conformar su vida más de cerca a Cristo. Este aspecto transformador de la confirmación es lo que la convierte en un paso vital en la maduración espiritual de un cristiano.
Aunque la comprensión y práctica de la confirmación pueden variar entre las diferentes denominaciones cristianas, su propósito esencial sigue siendo similar: afirmar y fortalecer el compromiso del creyente con Cristo y Su Iglesia. En muchas tradiciones protestantes, como el anglicanismo y el metodismo, la confirmación se ve como una reafirmación madura y pública de los votos hechos en el bautismo.
El sacramento de la confirmación juega un papel crucial en la vida cristiana. No es meramente un rito de paso, sino un poderoso encuentro con el Espíritu Santo que profundiza la gracia bautismal, fortalece a los creyentes en su identidad y misión cristiana, y nutre el crecimiento personal en la fe. A través de la confirmación, los cristianos están equipados para vivir su llamado más plenamente, sirviendo a Dios y al prójimo con los dones otorgados por el Espíritu Santo. De esta manera, la confirmación contribuye al desarrollo del viaje de fe de por vida del creyente, un viaje marcado por una comunión cada vez más profunda con Cristo y una participación vigorosa en Su Iglesia.