Hechos 2:36 es un versículo fundamental en el Nuevo Testamento, particularmente en el libro de los Hechos, ya que encapsula una profunda declaración sobre la identidad de Jesucristo. El versículo dice:
"Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2:36, RVR1960)
Esta declaración es pronunciada por el apóstol Pedro durante su sermón en el Día de Pentecostés, después del derramamiento del Espíritu Santo. Para comprender plenamente la profundidad y las implicaciones de este versículo, debemos profundizar en el contexto del sermón de Pedro, el significado de los títulos "Señor" y "Cristo", y cómo esta declaración se alinea con la narrativa más amplia de las Escrituras.
El Día de Pentecostés, como se describe en Hechos 2, marca un momento significativo en la iglesia cristiana primitiva. El Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles, permitiéndoles hablar en diversas lenguas y capacitándolos para proclamar el evangelio con valentía. Este evento milagroso atrae a una multitud de judíos devotos de todas las naciones bajo el cielo, quienes están desconcertados y asombrados por lo que presencian.
Pedro aprovecha esta oportunidad para dirigirse a la multitud. Comienza explicando que el fenómeno que están presenciando es el cumplimiento de la profecía de Joel sobre el derramamiento del Espíritu en los últimos días (Hechos 2:16-21). Luego, transita al núcleo de su mensaje: la vida, muerte, resurrección y exaltación de Jesucristo.
Pedro relata cómo Jesús de Nazaret fue atestiguado por Dios a través de milagros, prodigios y señales, pero fue entregado según el propósito determinado y la presciencia de Dios, y crucificado por manos inicuos (Hechos 2:22-23). Sin embargo, Dios lo levantó, habiendo soltado los dolores de la muerte, porque no era posible que Él fuera retenido por ella (Hechos 2:24).
Cuando Pedro declara que Dios ha hecho a Jesús "Señor y Cristo", está haciendo una declaración profunda sobre la autoridad divina y el gobierno soberano de Jesús. El término "Señor" (griego: Kyrios) es un título de gran significado. En la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento), "Kyrios" se usa para traducir el nombre hebreo de Dios, Yahvé. Al atribuir este título a Jesús, Pedro está afirmando su divinidad y su igualdad con Dios el Padre.
Esta declaración es consistente con las propias afirmaciones de Jesús y el testimonio de los escritores del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Juan 8:58, Jesús dice: "Antes que Abraham fuese, yo soy", invocando el nombre divino revelado a Moisés en Éxodo 3:14. Además, Pablo escribe en Filipenses 2:9-11 que Dios ha exaltado a Jesús y le ha dado un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre.
Al proclamar a Jesús como Señor, Pedro está afirmando que Jesús posee la autoridad suprema sobre toda la creación. Esta autoridad no es meramente el resultado de su resurrección, sino que es intrínseca a su identidad como el Hijo eterno de Dios. Su señorío exige reconocimiento, reverencia y obediencia de todas las personas.
El título "Cristo" (griego: Christos) significa "Ungido" y es equivalente al término hebreo "Mesías". A lo largo del Antiguo Testamento, el Mesías es representado como el libertador y rey prometido que establecería el reino de Dios y traería salvación a su pueblo. Profecías como Isaías 9:6-7, que habla de un niño que nos ha nacido y que reinará en el trono de David con justicia y rectitud, y Daniel 7:13-14, que describe a uno como un hijo de hombre que recibe dominio, gloria y un reino, apuntan a esta figura anticipada.
La declaración de Pedro de que Jesús es el Cristo afirma que Él es el cumplimiento de estas profecías mesiánicas. El mismo Jesús afirmó su identidad mesiánica durante su ministerio terrenal. En Lucas 4:18-21, Jesús lee del rollo de Isaías, proclamando las palabras, "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres", y luego declara, "Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos".
Además, la muerte y resurrección de Jesús son centrales para su misión mesiánica. Isaías 53 habla del siervo sufriente que llevaría los pecados de muchos e intercedería por los transgresores. La crucifixión y posterior resurrección de Jesús demuestran que Él es el siervo sufriente que ha triunfado sobre el pecado y la muerte, asegurando la redención para la humanidad.
La dirección de Pedro a "toda la casa de Israel" es significativa. Llama al pueblo judío a reconocer que el mismo Jesús a quien crucificaron es de hecho el Mesías tan esperado y el Señor soberano. Esta realización tiene profundas implicaciones para su fe y práctica.
Primero, requiere arrepentimiento. Pedro llama a la gente a arrepentirse y ser bautizados en el nombre de Jesucristo para la remisión de los pecados (Hechos 2:38). Reconocer a Jesús como Señor y Cristo implica un giro radical del pecado y un giro total hacia Dios. Es un reconocimiento de su complicidad en su crucifixión y una súplica por el perdón divino.
Segundo, invita a una nueva relación con Dios a través de Jesús. Al aceptar a Jesús como Señor y Cristo, las personas son invitadas a una relación de pacto con Dios, caracterizada por la morada del Espíritu Santo y la promesa de vida eterna. Esta nueva relación no se basa en la adherencia a la ley, sino en la fe en Jesús y su obra terminada en la cruz.
Tercero, redefine su comprensión del Mesías. La expectativa judía del Mesías a menudo era la de un líder político y militar que los liberaría de la opresión romana. Sin embargo, la misión mesiánica de Jesús trasciende las fronteras políticas. Su reino no es de este mundo (Juan 18:36); es un reino espiritual que trae reconciliación entre Dios y la humanidad e inaugura una nueva era de paz y justicia.
Hechos 2:36 no es una declaración aislada, sino que está entretejida en la narrativa más amplia de las Escrituras. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia revela el plan redentor de Dios, culminando en la persona y obra de Jesucristo.
En el Antiguo Testamento, vemos la promesa de un Salvador venidero, el establecimiento de pactos y la anticipación de un reino mesiánico. Los Evangelios presentan la encarnación, ministerio, muerte y resurrección de Jesús, revelándolo como el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. El libro de los Hechos y las Epístolas explican las implicaciones del señorío y mesianismo de Jesús para la iglesia y el mundo. Finalmente, Apocalipsis describe la consumación última del reino de Dios, donde Jesús reina como Rey de reyes y Señor de señores.
Hechos 2:36, por lo tanto, se erige como un momento crucial en esta gran narrativa. Es una declaración de que las promesas de Dios se han cumplido en Jesús, y llama a todas las personas a responder a esta revelación con fe, arrepentimiento y lealtad a Él.
Hechos 2:36 revela la identidad multifacética de Jesús como Señor y Cristo. Afirma su autoridad divina, su cumplimiento de las profecías mesiánicas y su papel en el plan redentor de Dios. Esta declaración de Pedro en el Día de Pentecostés nos invita a reconocer el señorío de Jesús, abrazar su mesianismo y responder con arrepentimiento y fe. Es un llamado a entrar en una relación transformadora con Dios a través de Jesús, quien reina como el Señor soberano y el Salvador ungido del mundo.